Los números de la felicidad en dos Perúes. Enrique Vásquez H.

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Los números de la felicidad en dos Perúes - Enrique Vásquez H.

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una creencia ampliamente extendida entre la muchedumbre, al menos se encuentra en los pitagóricos, Empédocles y Platón (1986). Por último, Sócrates anuncia que cada uno debe y puede cuidar de sí (Platón, 1981). Por tanto, para Sócrates sí sería posible que las personas comunes accedieran al menos a cierta virtud y, así, a su felicidad.

      En este breve repaso histórico, conviene recordar la expresión cristiana de la felicidad, en particular el célebre discurso de Jesús conocido como las bienaventuranzas. En Mateo 5 y Lucas 6, los evangelistas ponen en boca de Jesús la palabra «felicidad» (makárioi, plural) para invitar a las personas a sumarse al proyecto de la construcción de su reino. ¡Felices los pobres! Las bienaventuranzas son felicitaciones por acoger el plan de Dios o ser parte de él. Como señalan Mateo y Lucas, existen muchas razones para ser feliz: luchar por la justicia, trabajar por la paz, practicar la compasión, ser manso de corazón, etcétera. Entonces, en el núcleo de la promesa cristiana, en el mensaje evangélico, ciertamente está también la felicidad. Como apunta Arens (2004), es significativa la cantidad de veces que se utilizan en el Nuevo Testamento términos cercanos a la felicidad: «el regocijo/arse, exulta/ción (agall – 16 veces), la alegría/arse (chara chairo’ χαρά 131 veces), y celebrar con júbilo (euphraino’ 16 veces)» (p. 75).

      Así como el cristianismo, que ha impregnado la cultura occidental y, en cierto modo, la universal, otras religiones también han aportado a la comprensión de la felicidad. Por citar un solo ejemplo adicional, los reportes mundiales de la felicidad incluyen de manera regular referencias al budismo (Helliwell et al., 2012, 2015, 2016). La comprensión budista de una vida buena contiene al menos tres enseñanzas relevantes para las personas que hoy buscan la felicidad. Primero, supone un gran esfuerzo para la persona, pues implica la práctica de virtudes y la liberación de ciertas ilusiones como el vano placer desenfrenado. Segunda, el sentido de la vida no está en el poseer obsesivamente ni tampoco en el desposeer totalmente, sino que existe un camino medio, un equilibrio. Por tanto, sería posible maximizar el bienestar con un mínimo de consumo (Mutakalin, 2014). Tercera, la compasión, la benevolencia y la empatía con los demás, incluyendo las criaturas no humanas, deben ser cultivadas de manera especial.

      Escuela eudaimonista de la felicidad

      Volviendo a los griegos, ellos utilizaban la palabra «makários», o «makárioi», para referirse a la persona feliz o los felices. De otro lado, para teorizar sobre la felicidad o conceptualizarla, era más común usar el término «eudaimonía», que se puede traducir como «felicidad», «bienestar», «buen vivir», entre otros. Aunque los pensadores clásicos, e incluso el pueblo amplio, utilizaban el término «eudaimonía», no se ponían de acuerdo sobre su significado. Aristóteles lo constata con una formulación que podría ser muy actual:

      ¿Cuál es el bien supremo entre todos los que pueden realizarse? Sobre su nombre casi todo el mundo está de acuerdo, pues tanto el vulgo como los cultos dicen que es la felicidad, y piensan que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz [...] Pero sobre lo que es la felicidad discuten y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios. Pues unos creen que es alguna de las cosas tangibles y manifiestas como el placer, o la riqueza, o los honores [...]. (Aristóteles, 1985, p. 134-135)

      Para responder la pregunta existen al menos dos importantes escuelas en la antigüedad clásica: la eudaimonista y la hedonista. El principal autor del primer enfoque, la escuela eudaimonista, es Aristóteles (1985). Su concepción de la felicidad se puede comprender desde dos puntos de vista catalogables como forma y fondo. Desde el punto de vista de la forma, la felicidad se define por sus propiedades, por sus características o por las funciones que cumple, mientras que, desde el punto de vista del contenido o fondo, se examina qué es aquello que procura o logra la felicidad.

      En cuanto a la forma, la felicidad se concibe como el fin último, la meta máxima o el propósito final de la vida. Es aquello que da sentido y organiza todas nuestras metas y objetivos intermedios. Uno estudia para graduarse; se gradúa para trabajar; labora para desarrollarse profesionalmente y obtener medios para vivir decentemente, etcétera. A fin de cuentas, todo termina en la palabra felicidad. Quienes departen con amigos, se casan o practican deporte comparten el mismo motivo: ser felices. Tanto las actividades breves o cortas como los grandes proyectos tienen como telón de fondo la felicidad. Entonces, esta es fin en sí mismo: lo único que no se busca con vistas a algo más sino que es la última explicación a los actos y proyectos que una persona realiza. Es el para qué de toda nuestra vida. «¿Y para qué quiero ser feliz?». Pues para nada más, porque la felicidad explica todo. Por otro lado, la felicidad así descrita supone la realización de una vida o de un proyecto vital, es decir, alguien la alcanza progresivamente en la medida en que logra las metas o hitos intermedios que se propuso como parte de su gran proyecto. Esta realización progresiva es eminentemente un asunto personal, es decir, es una actividad que uno mismo realiza. Nadie puede ser feliz si no pone de su parte. La felicidad no se hereda, se logra por uno mismo. En suma, la felicidad es proceso y resultado logrado por el propio sujeto, está en manos de cada uno.

      Esta descripción desde el punto de vista formal no dice hasta ahora nada sobre cuál es el contenido de la felicidad, y, por lo tanto, dice poco sobre cómo lograrla. Simplemente estaría afirmando que lo fundamental es cumplir con las expectativas de vida; lograr satisfacer los anhelos mayores, cualesquiera que estos sean. No se juzga el contenido de la felicidad mientras este sea un proceso de largo aliento que satisfaga las propiedades descritas, como lograrse por uno mismo o que sea buscada por ella y no por algo adicional a ella, etcétera. En los debates contemporáneos, este elemento ha sido recogido por diversas escuelas mediante la expresión «satisfacción de vida» o «satisfacción vital» –life satisfaction–. Estas escuelas valoran la complacencia por haber alcanzado las metas. Lo curioso es que alguien podría cumplir los objetivos de su vida y, sin embargo, no sentir o experimentar aquello que se llama alegría. Una persona muy satisfecha con todo lo que ha logrado puede no estar contenta con ello.

      Por eso es también importante revisar cuál es el fondo o el contenido de la felicidad, como hizo Aristóteles. Analizó cuatro candidatos a ser el mejor contenido de la felicidad. Observando lo que sus contemporáneos anhelaban o perseguían en la vida, él sostenía que existen algunas maneras de vivir comunes asociadas a ciertos bienes principales: el placer, el honor, las riquezas y las virtudes. El primero de ellos es el placer, al cual muchos han dedicado la mayor parte de su tiempo. El problema con los placeres, para que sean reconocidos como el mejor contenido de la felicidad, es que todos son de corta duración y superficiales. Así sucede en particular con los placeres físicos, si bien nuestra constitución fisiológica requiere ciertamente de ellos. Desde la definición formal de los párrafos anteriores, se nota que sería contradictorio que la felicidad, en tanto proyecto que reúne todas las metas de la vida, consista sobre todo en la suma de placeres, ya que no son profundos ni duraderos.

      Una segunda opción es el honor, la buena fama o admiración. Después de todo, nuestra constitución psicológica lo confirmaría: los seres humanos parecen vivir necesitando y esperando el reconocimiento otorgado por otros, o por lo menos de parte de las personas que consideran valiosas. No obstante, Aristóteles creía que este bien tampoco podía ser el centro de la felicidad, puesto que depende de quien lo otorga más que de quien lo recibe; y, como se ha visto, por la propiedad formal de la felicidad, esta consiste en la realización por cuenta propia del proyecto de vida. Debe estar más en manos propias que ajenas. Uno puede lograr las metas de su vida y no ser reconocido por los demás por capricho, rivalidad o incluso razones extravagantes. Vivir sediento sobre todo de la opinión de terceros contradice el principio de que la felicidad depende primero de uno mismo.

      Un tercer candidato para otorgar la felicidad, tanto en la época de Aristóteles como en la nuestra, es el dinero. Sin embargo, ya en el mundo clásico era evidente que este no podía ser el núcleo de la vida, puesto que es solo un medio de cambio. Por ejemplo, no se consigue el dinero por acumularlo en sí, sino más bien para gastarlo en cosas que valen la pena: una cena con amigos, ropa decente, satisfacer necesidades materiales inmediatas y básicas como la comida, o proyectos de mayor

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