Los números de la felicidad en dos Perúes. Enrique Vásquez H.
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Una rápida exploración de estos diferentes lentes nos permite observar cómo las diferencias sí importan. Algunas significan ventajas y otras, desventajas, para unos a costa de otros, y, a fin de cuentas, pueden generar heridas, barreras y más puntos de desencuentro que de sintonía entre peruanos. ¿Cómo se sobrevive ante ello? En este Perú fragmentado por cristales arañados o quebrados, por diferentes causas, las personas deben subsistir. Para ello, buscan, crean o encuentran espacios de interacción donde comparten similares condiciones de etnia, lengua, condición económica, entre otras dimensiones humanas. El compartir esquemas de vida y formas de interacción origina espacios de convivencia que de alguna u otra manera adquieren contenido, identidad o espíritu de grupo. Los grupos construyen sus lenguajes, valores, aspiraciones, quehaceres y otros que se traducen en bienestar y –¿por qué no?– en felicidad del espacio o comunidad compartida. El problema comienza cuando cada espacio adquiere vida propia, se encierra o excluye y se desvincula de otros dentro de un territorio. Cuando el Perú urbano se desentiende del rural, cuando las comunidades nativas no existen para los que hablan el spanglish y cuando una lejana provincia pobre resulta indiferente o inexistente para el residente de un condominio de nuevos ricos.
Quizás el aislamiento ha seguido un proceso natural de supervivencia para protegerse de «los otros» o para afianzar a la existencia entre «gente como uno». Cada cual existe por su cuenta dentro de un mismo territorio y es regido por una misma Constitución, pero la coexistencia es solo formal, sin compartir más allá de la euforia por el fútbol o la fe por el Cristo Morado.
Dentro de estos espacios llenos de vida, interactúan personas, grupos y entes que comparten mucho, poco o nada de de visión sobre la vida, en función de un conjunto de valores y de aspiraciones en cuanto a la felicidad. En el siguiente capítulo, se ingresará a dos de estos espacios, identificados a partir de la gran distancia económica entre dos grupos de ciudadanos. Veremos que son expresiones, quizás extremas, de lo que las desigualdades, diferencias, segregaciones, inequidades y discriminaciones han labrado en el espíritu de los peruanos en pleno siglo XXI, tal como lo presenta Ibáñez (2019):
La desigualdad económica es una forma de dominio social inventada por nuestra especie. Siguiendo esta pista podríamos decir que la disparidad es mala porque el dinero es un bien convertible en otros bienes sociales como el respeto. Esto es evidente en sociedades de mercado, como no lo era en comunidades donde otros ejes o bienes –como el parentesco o la gracia divina– eran más centrales. La riqueza conlleva un estatus social especial o más elevado, crea ciudadanos de primera, lo cual atenta contra el principio democrático de la igualdad. En una oficina pública, por ejemplo, tratarán mejor a quien luce ropa más cara.
Puntos de partida desiguales, en cuanto a oportunidades por carencias económicas, pueden justificar mayores desequilibrios, pues la sociedad podría estructurarse casi naturalmente de modo que privilegie a quienes ya tienen más. Y es que pueden influenciar más porque están vinculados con los partidos políticos, los medios, las universidades, entre otras importantes instituciones sociales. Los partidos eventualmente se convierten en su brazo político para orientar las leyes y la administración según sus prioridades. Los medios podrían promover su voz, su imagen y sus intereses a fin de naturalizar su punto de vista como el bien común. Los grandes poderes económicos definen bastante el perfil de egresados que las universidades deben producir, esto es, no solo profesionales que técnicamente satisfagan los requerimientos del negocio, sino también aliados ideológicos que más adelante impulsarán el modelo en el que se criaron. Los miembros pudientes establecen su punto de vista como el mejor en la opinión pública. Se vuelven líderes sociales porque pueden acceder a la política, educación, altos cargos empresariales. Van diseñando y guiando la sociedad según sus intereses que en muchos casos pueden ser descaradamente egoístas, o en otros simplemente se cree de verdad –tal vez por el beneficio obtenido– que corresponden al bien común. (p. 173)
Por ello, tras las distancias marcadas por factores como género, edad, etnia, condición física, orientación sexual, acceso a los servicios básicos del Estado, religión, política, entre otros, es momento de centrar los reflectores en dos de los Perúes: el de los pobres y el de los ricos.
12 Categoría que se utiliza para referirse a los mestizos, en general, o a los miembros de las etnias andinas, en particular.
13 Según el Diccionario de la Real Academia Española, una persona judaizante practica la religión judía.
14 El análisis que aquí se presenta, del año 2017, se debe a que el estudio se basa en el trabajo de campo de dicho. Sin embargo, los resultados de las elecciones extraordinarias para el Congreso de 2019 abogan aún más por la idea de lo cambiante de los escenarios políticos. La (re)aparición de partidos como Frepap, Unión por el Perú y Podemos liderando posiciones en un Congreso fragmentado, así como la reducción o casi invisibilización de antiguas opciones como Fuerza Popular, APRA, Solidaridad Nacional y Contigo (ex-PPK) invitan a seguir vigilando cuán enigmático es aún el Perú político. No hay que olvidar que nueve (9) organizaciones políticas han alcanzado entre un 5% y un 11% de los votos válidos.
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