Ciencia de la ?*&%!. Luis Javier Plata Rosas

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Ciencia de la ?*&%! - Luis Javier Plata Rosas

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de toloache hablamos, es probable que su fama como pócima de amor se deba más a uno de los efectos de ingerir esta planta de la especie Datura inoxia, como consecuencia de un alcaloide presente en ella y conocido como escopolamina. En dosis pequeñas, la escopolamina tiene una acción sedante, nos relaja y nos lleva a un estado similar al atolondramiento que tradicionalmente –y con cierta razón, como veremos más adelante- asociamos con quien está “locamente” prendado de una persona: adormecimiento, dificultad para hablar, reflejos tardíos,… véase cualquier caricatura clásica de Walt Disney en la que uno de sus personajes se enamora a primera vista.

       La apasionante neurociencia detrás del amor

      Dulcamara:

      “Va, mortale fortunato;

      un tesoro io t’ho donato:

      tutto il sesso femminino

      te doman sospirerà.”

      (“Ve, mortal afortunado,

      un tesoro te he entregado;

      todo el sexo femenino

      por ti mañana suspirará.”)

      Gaetano Donizetti, “Elíxir de amor”

      Gracias a diversas tecnologías, como las imágenes por resonancia magnética, los neurobiólogos pueden determinar qué regiones de nuestro cerebro se activan cuando pasamos por alguna de las tres románticas etapas con las que los investigadores clasifican el enamoramiento, con base en los cambios que ocurren en nuestro cerebro: lujuria, atracción y apego.

      Durante la etapa de lujuria buscamos la unión sexual con cualquier pareja que esté disponible, en la etapa de atracción elegimos, de entre las parejas posibles, aquella que consideramos adecuada –un adjetivo que abarca muy distintas características, dependiendo de si el “lujurioso” es un macho o una hembra- y en la etapa de apego decidimos permanecer al lado de la pareja elegida, si bien el tiempo de permanencia varía de varios meses a algunos años –nuevamente hay una razón evolutiva para ello: es aproximadamente el tiempo que tarda una pareja de nuestra especie en aumentar notablemente las posibilidades de supervivencia de un bebé al mantenerse juntos, o al menos así fue durante los cientos de miles de años anteriores a nuestra era moderna-.

      Los estudios revelan que, como si de un indio amazónico se tratara, Cupido ha puesto en la punta de sus flechas muy diversos químicos que modulan nuestro comportamiento y fisiología en cada una de estas etapas. Siendo más precisos, cuando escribimos “los estudios revelan” nos referimos en buena parte, no a experimentos con nuestra especie, en la que usar un coctel de drogas para intensificar o reducir alguna de las etapas citadas en un grupo de voluntarios –haciendo por un instante a un lado el problema de hallar un número suficientemente grande de enamorados que desearan poner a prueba la fuerza química de su amor- podría no ser visto como algo demasiado ético. No, de lo que hablamos en realidad es de trabajos con perritos de la pradera y perritos de la montaña (de la especie Microtus ochrogaster y Microtus montanus, lo que evidencia que, a pesar de su nombre común, en ambos caso se trata de roedores, no de caninos).

      Como los perritos de la pradera son monógamos, mientras que sus parientes montañeses son polígamos, y como no tienen la opción de negarse a participar con los científicos en turno, estas especies son muy útiles para averiguar si basta con administrarles X o Y compuesto para que un, hasta ese momento leal a su pareja, perrito de la pradera decida que es momento de quitarle el diminutivo a su nombre y copular con cuanta perra –perdón, perrita- se le ponga en frente. La evidencia es apabullante: sí es posible modificar químicamente y de manera determinante el amor, en términos de la facilidad con que se forman vínculos afectivos en una pareja de estos pequeños mamíferos –si bien resultados similares se han visto en estudios relativos a nuestra especie- cuando se suministra dosis de las hormonas vasopresina a los machos y oxitocina, no por nada popularmente conocida como “la droga del amor” a las hembras.

       Un coctel químico de amor

      “Tráeme esa flor: una vez te la enseñé.

       si se aplica su jugo sobre párpados dormidos,

       el hombre o la mujer se enamoran locamente

       del primer ser vivo al que se encuentran.”

       (“Fetch me that flower; the herb I shew'd thee once:

       The juice of it on sleeping eye-lids laid

       Will make or man or woman madly dote

       Upon the next live creature that it sees.”)

      William Shakespeare, “Sueño de una noche de verano”

      De regreso al carcaj de Cupido, en nuestra especie los siguientes compuestos están involucrados en una o más de las tres etapas del enamoramiento:

      Dopamina: responsable de los estados eufóricos de alegría y placer que experimentamos al tomarnos de la mano e intercambiar miradas con nuestro objeto del afecto.

      Feniletilamina: una droga que produce nuestro cuerpo cuyo efecto es parecido a doparnos con anfetamina: estimula nuestro sistema nervioso de manera tan intensa que nos lleva a perder el sueño pensando en la persona amada.

      Norepinefrina: incrementa la presión sanguínea, por no hablar de cómo se acelera nuestro músculo cardiaco, lo que en otras palabras significa que, como si fuera letra de una canción cursi, “mi corazón late con desenfreno cada vez que pienso en ti”.

      Oxitocina: La oxitocina afecta positivamente comportamientos como la empatía, la confianza y la generosidad, por lo que juega un papel importante en la formación de lazos afectivos tanto entre amantes como en cualquier otra relación interpersonal, pero investigaciones recientes advierten que también intensifica sentimientos negativos como la envidia y el regodearse con el fracaso de otros, por lo que habría que pensarlo dos veces antes de comprar alguno de los frascos de oxitocina disponibles vía Internet.

      Serotonina: si nos convertimos en algo parecido a un paciente con trastornos obsesivo compulsivos al enamorarnos, como ver cada cinco segundos nuestro celular con la esperanza de que nuestro amorcito haya respondido nuestro último mensaje o selfie, este neurotransmisor –sustancia química que permite la comunicación entre neuronas- es el culpable.

      Testosterona: cuyo aumento puede incrementar el deseo sexual tanto en hombre como en mujeres. Hay también estudios que señalan que existen feromonas humanas, presentes sobre todo en el sudor, que podrían sernos de cierta utilidad a la hora de buscar pareja, pero esto sigue siendo bastante debatible y, en todo caso, al parecer el olfato no es la principal arma al enlistarnos como “soldados del amor”, lo que no ha sido obstáculo para que en diversos medios se ofrezcan colonias con nombres al estilo de CliMax Attract®, “Atrayente sexual para Él”, acompañadas de la leyenda “máximo atractivo sexual gracias a su fórmula concentrada con 23 mg de feromonas”.

      Vasopresina: “la hormona de la monogamia”, junto con la oxitocina, está relacionada con los sentimientos de tranquilidad y estabilidad que sentimos durante una relación a largo plazo.

       Amorosas manipulaciones: drogas sintéticas y amor con receta médica

      

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