Ciencia de la ?*&%!. Luis Javier Plata Rosas

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Ciencia de la ?*&%! - Luis Javier Plata Rosas

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       -¡Es la poción de amor más potente del mundo!– dijo Hermione.

      J.K. Rowling, “Harry Potter y el príncipe mestizo”

      Tras echar un vistazo a la lista de las drogas con las que nuestro cuerpo generosamente nos suministra al enamorarnos, nos resulta evidente que, a diferencia de los mercachifles de ayer, los neuroquímicos de hoy en verdad cuentan con los conocimientos necesarios para manipular artificialmente, en cierto grado, la intensidad de nuestros sentimientos amorosos en cada etapa del enamoramiento… ¿Pueden con ello transformar a cualquiera en Katy Perry o Channing Tatum? No realmente, si bien es verdad que ya existen drogas sintéticas como el 3,4-metilenedioxy-N-metilanfetamina, abreviado como MDMA, “comercialmente” conocido como éxtasis, y popularmente llamado Lover’s Speed. Esta “droga del amor” no actúa como un afrodisiaco, sino que intensifica el deseo de proximidad emocional, de “estar conectado” con alguien, posiblemente debido a que estimula la producción de oxitocina en quien lo consume.

       “Después de semanas de pruebas descubrimos cómo funciona: cuando se ingiere [la poción], afecta las cuerdas vocales directamente, así que cuando hablas, microtemblores codificados dentro de tu voz estimulan diminutos pelitos en el oído interno del sexo opuesto. La vibración envía una señal al cerebro que, a su vez, produce una combinación de químicos endógenos, alteradores del estado de ánimo, responsables del proceso bioquímico de enamorarse.”

      “Poción de amor #9” (1992, dirigida por Dale Launer)

      No debe desvelar a los románticos un escenario como el imaginado en la película “Poción de amor #9”, ni ver en la química un peligro para el amor “auténtico”. Poco importa que nos dopemos con éxtasis o que cupidos de bata blanca nos flechen con oxitocina y vasopresina: el amor no surgirá mágica ni, mucho menos, científicamente. Lo que sí es posible es manipular la química de nuestro cuerpo de manera que, por ejemplo, una terapia de pareja sea más sencilla de realizar al incrementar los niveles de deseo sexual y de bienestar al estar juntos. El amor entre dos personas sigue dependiendo de su completo albedrío.

      Textos Tóxicos I: En la dosis está el remedio/veneno

       “Todas las cosas son veneno, y nada es sin veneno; sólo la dosis permite que algo no sea venenoso.”

      Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus von Hehenheim, mejor conocido como Paracelso

      En el año 2011 un grupo de químicos del Canisius College, en Búfalo, Nueva York, llamaron la atención de sus colegas al presentar un caso por demás extraño de envenenamiento. La víctima en cuestión era un joven político que había decidido cambiar su estilo de vida y sustituir la carne brasileña de cualquier tipo por saludables vegetales, dándole un lugar especial en su dieta diaria a las nueces de Brasil, de la especie Bertholletia excelsa.

      Meses después de haber iniciado su régimen vegetariano, el político comenzó a experimentar fatiga, náusea, diarrea, sabor metálico en la boca, olor a ajo y otros síntomas característicos de envenenamiento por selenio, elemento químico que nuestro cuerpo necesita en muy pequeñas cantidades –entre otras minucias, es esencial para el funcionamiento normal de la glándula tiroides-, pero que un análisis sanguíneo mostró que se hallaba en una concentración mucho mayor que la normal en el pobre político –que no político pobre-, más pobre aún si después de esta experiencia concluyó que jamás debió cambiar los jugosos y blandos cortes de res por la fría dureza de las nueces. De haber conocido la sentencia de Paracelso, “La dosis hace el veneno”, el político habría sabido que su error radicó en comer, durante un periodo de tiempo, un número de nueces que transformaron a éstas de sano nutrimento en tóxico alimento, sobre todo considerando que las nueces de Brasil son ricas en selenio y que tan sólo media docena de ellas contienen alrededor de 800 microgramos de este elemento –un valor que es el doble del límite diario recomendado-.

      A aquel lector gourmet que le parezca una nimiedad el padecer de intoxicación crónica con selenio –conocida como selenosis, una palabra que, para desdicha del lector filólogo, no tiene nada que ver con enfermedades de origen lunar- y decide que la probabilidad de que se le caiga uno que otro diente y que su sistema nervioso se vea afectado por comer día tras día puñados enteros de nueces de Brasil, puede que le sea útil saber, a final de cuentas, cuántas nueces tendría que ingerir, en una sola sentada, para que su caso pase no tan sólo de intoxicación crónica a aguda, sino para que en su acta de defunción se lea: “Envenenamiento con nueces de Brasil”: bastan 0.5 gramos de selenio para lograr este irreversible fin o, hablando en nueces, consumir cerca de cuatro mil de ellas en una sola comida. En resumen, si alguien quiere envenenar a su prójimo, quizás deba ignorar el dicho persa que cuestiona: “¿Por qué usar veneno, si puedes matar con miel?” O con nueces, o con cualquier otra sustancia, incluyendo el agua. En rigor, Paracelso y los persas tienen razón, pero a famosos envenenadores de la Historia, como Lucrecia Borgia se le habría complicado un poco esconder tantas nueces en su legendario anillo lleno de ponzoña.

       Una dosis no letal de conceptos toxicológicos

      Al contar nuestro ejemplo sobre el evitable y evitado suicidio involuntario del político que amaba las nueces, hemos hecho numerosas simplificaciones que intoxicarían la lectura de más de un químico, por no decir de un médico. Es momento de definir algunos conceptos fundamentales en toda introducción a la ciencia de los venenos, la toxicología, en una dosis que no provoque sintomatología negativa alguna en el lector, comenzando por la definición de veneno.

      Un veneno es toda aquella sustancia que puede producir cambios anormales, indeseables o perjudiciales en el organismo –léase: cualquiera de nosotros- que es expuesto a ella –léase: comida, bebida, inhalada o absorbida por la piel- y, como efecto extremo y menos deseable, la muerte de éste. Sin querer ser paranoicos pero sí paracelsianos, ya hemos visto que cualquier sustancia puede ser inocua y hasta benéfica en concentraciones bajas, pero tóxica y hasta letal en grandes cantidades, donde “grande” varía muchísimo dependiendo de si con “sustancia” nos referimos a “agua”, “café”, “alcohol” o “cianuro”. Gracias a Paracelso podemos ver que no hay tal equivalencia entre “natural” y “sano” o “artificial” y “dañino” cuando hablamos de sustancias o químicos naturales y artificiales. La vitamina C o ácido ascórbico, por ejemplo, puede sintetizarse a partir de la glucosa en el laboratorio y no hay absolutamente ninguna diferencia entre la vitamina artificialmente creada y la que se encuentra, de manera natural, en los cítricos. De la lista de Los Diez Venenos más Mortales –o, si se prefiere, las diez sustancias que, a una concentración más baja, son las más letales-, la mayoría no son obra de los químicos de bata blanca, sino que son un “regalo” de la naturaleza.

       ¿Qué tanto es tantito? Determinando la dosis letal

      Para medir la toxicidad de una sustancia los toxicólogos llevan a cabo experimentos de laboratorio conocidos como estudios de dosis/respuesta. La dosis es la cantidad total de una sustancia a la cual es expuesta el individuo –al comerla, beberla, inhalarla o absorberla por la piel- y la respuesta son los cambios –por lo general, nada agradables- en el organismo de esa persona ocasionados por la exposición a esa sustancia. Usualmente, a mayor concentración de una sustancia tóxica, mayor es el efecto que ella tiene, pero cómo ocurre esto es variable: puede ocurrir, por ejemplo, que uno no muestre síntoma alguno hasta que se alcanza cierta concentración del veneno o que, por el contrario, se observen cambios gradualmente, a medida que se va aumentando la concentración de esa sustancia.

      Como no sólo sería poco ético sino también ilegal el emplear humanos en este tipo de estudios de dosis-respuesta, los humanos hemos recurrido

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