Aspectos jurídicos y bioéticos de los derechos sexuales y reproductivos en menores de edad. Alberto Prada Galvis
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Los soportes a la estructura familiar se centraban en la familia de tipo nuclear, concepto que resulta cada vez más evasivo, impreciso, volátil, ideal y esquivo. La democracia en la historia moderna se ha presentado como revolucionaria por cuanto involucra a todos los seres humanos sin discriminación de raza, de edad, de género o de cualquier otra condición, salvo el ser personas que pertenecen a una sociedad. Esta forma de entender el espacio de la cotidianidad de los seres humanos se esperaba que fuese “organizada racionalmente, capaz de tutelar los intereses correctamente entendidos de cada uno y socialmente justa en cuanto establecida sobre un principio absoluto de igualdad” (Touraine, 2000, p.15). La evidencia empírica encuentra que tal forma de concebir la convivencia humana es todavía una utopía que no se ha alcanzado y que muestra un camino largo de realizaciones que deben ser colocados como prioridades en la política pública si se conservan los ideales con los cuales se ha presentado la democracia como forma de organización social y política.
La modernidad ha introducido precisiones conceptuales y a aceptar que las funciones esperadas se encuentran en el ideal pero que la realidad ha mostrado tipos diversificados de familias. La política pública, la intervención comunitaria, la normatividad del Estado, la educación formal, la economía, las estadísticas, tienen necesidad de mostrar sus cambios correlativos a una institución que adquiere formas y modalidades no previstas con incidencias profundas en la vida de las personas y en el desarrollo de un país.
3. Ebullición de la sexualidad
El término sexualidad apareció a principios del siglo XIX como un hecho que no hay que subestimar ni sobreinterpretar. El propósito era reconocer que los cambios en las sociedades occidentales habían producido una experiencia mediante la cual los individuos se reconocían como sujetos del conocimiento y sometidos a sistemas de reglas y restricciones. Involucrarse dentro de la historia y en la experiencia de subjetividad cobra la mayor importancia, así como la noción de deseo y de sujeto deseante. El sujeto deseante es concebido como un sujeto del deseo, es decir, ante todo un sujeto de la necesidad y, sólo por esto, es sujeto del deseo. La necesidad es la encargada de imprimir el carácter social e histórico que tiene la esencia del sujeto en su relación con el mundo porque de allí surgen sus condiciones concretas de existencia (Freud, Foucault). En esta línea es que se ha desarrollado una corriente en el psicoanálisis acerca de la existencia humana.
La evolución de la sexualidad, en su paso de la necesidad a la satisfacción del deseo, ha tomado el camino de la privacidad y de la represión; acciones que han sido provocadas no solo por individuos, sino por un medio social coercitivo que ejerce control y garantiza un orden compartido. Ni siquiera la sexualidad hacía parte del lenguaje cotidiano porque era enviado al dominio del secreto íntimo personal. Ni en la relación de madre a hija ni entre una hermana y otra y menos entre amigas interfamiliares era aceptado socialmente hablar o comentar temas de sexualidad. La razón es que ella era considerada mundana y propia del cuerpo que obstaculizaba la limpieza del alma y la pureza del espíritu. Detenerse en el cuerpo era reducir la capacidad de búsqueda de la felicidad y de realización personal.
En la posmodernidad, en cambio, el mismo acto tiene connotaciones ligadas a la felicidad y al placer, antes que al cumplimiento de un deber de prolongación de la especie humana. Este es un cambio sustancial que debe ser resaltado por la trascendencia que tiene no solo para los individuos sino para la sociedad, la cual hace un giro en sus patrones de conducta y en sus normas para legitimar los actos. Este desplazamiento del interés y de la mirada presenta rasgos sustanciales en el desarrollo de la humanidad que son asimilados y canalizados por las formas de organización política como es el caso de la democracia. Por esta vía se produce una transformación de la necesidad en el individuo y en la especie para colocar otro nivel que es la esfera pública.
La ebullición de la sexualidad ha cobrado tanta relevancia en los medios académicos que la interdisciplinariedad se ha hecho cargo de su tratamiento con una conciliación de literatura y estudios culturales, y con una variedad notable de enfoques, metodologías y marcos teóricos (Blanco, 2009; Prieto y Araujo, 2008). En la línea de los derechos reproductivos, de las identidades y subjetividades ligadas al género, la emancipación de las mujeres, las figuras paterna y la materna, las políticas en sexualidades asociadas a las pautas de crianza, los derechos reproductivos, los saberes médicos, los procedimientos pedagógicos y hasta las tecnologías de la sexualidad forman parte de la agenda cotidiana de las familias en espacios que desbordan la intimidad del yo personal. Los límites entre el recato y la apertura sin restricciones resultan borrosos, por cuanto las barreras entre lo que es vedado y lo que es permitido ya no son afectados por los muros de las diferencias.
Los discursos sociales y los imaginarios relacionados con la construcción de funciones dentro de las familias se han abierto paso para sacar a la luz los ámbitos secretos de cada persona. Los discursos sociales y los imaginarios relacionados con la construcción de funciones dentro de las familias se han abierto paso para sacar a la luz aquello que ha estado inserto en los ámbitos secretos de cada yo personal. Un nuevo contrato social ha permitido que ese espacio sea transitado sin tabúes ni consignas inundadas de moralismo e ideología. La fuerza de la modernidad ha hecho frágiles las instituciones que respaldaban los supuestos y construían frenos a los impulsos individuales.
Las emociones, los sentimientos y las sexualidades “no son una emanación singular del individuo sino una consecuencia íntima, en primera persona, de un aprendizaje social y una identificación con los otros que nutren su sociabilidad” (Le Breton, 1999, p.108). Por esta razón se argumenta que la sexualidad se encuentra en el cruce entre los vínculos sociales y las historias de vida individuales (Margulis, 2003, p. 95). Este argumento se fundamenta en el hecho de la revolución reproductiva actual que separa la sexualidad del ámbito estrictamente “público”, como regulación institucional exterior a los individuos, para darles a ellos un juego más amplio en sus decisiones personales. La imputación causal va de la revolución reproductiva a las opciones de los individuos, y no al revés, como se argumentaba en décadas anteriores. En esta dirección se encuentra la tesis que afirma que “la afectividad no es la medida objetiva de un hecho sino un tejido de interpretación, una significación vivida” (Le Breton, 1999, p.110).
Una de las transformaciones que dejan huella dentro de las familias es el despertar de la sexualidad. Aquí se acepta y se reconoce que la sexualidad es una construcción histórico-social, atada, desde luego, a los grandes procesos de la sociedad global que inciden en la vida cotidiana de los seres humanos y en sus instituciones. Se acepta, por tanto, que las decisiones son personales dentro del juego que las individualidades tienen y gozan en el contexto de la sociedad específica. Pero fundamentalmente estos procesos sociales involucran y conllevan individuos en sus decisiones por el carácter de seres humanos, vale decir, en su configuración anatómica y fisiológica, psicológica y cultural. Estas consideraciones desplazan el interés por la sobredeterminación de aspectos meramente biológicos, para entender al ser humano como una integridad en sus relaciones sexo-eróticas y socioafectivas.
Los cambios experimentados en la actualidad no son solamente cambios, sino cambios radicales que inducen a que se les denomine “cambios de época”, que traen aparejadas las transformaciones o pérdidas de los referentes en los cuales tienen su fundamento