Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura). Arthur Conan Doyle
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—¿Y no volvió a verlo?
Una mutación terrible se produjo en el semblante de la mujer. Sus facciones adquirieron palidez extraordinaria. Pasaron varios segundos antes de que pudiera articular la palabra "no", y aun entonces fue ésta pronunciada en tono brusco, poco natural.
Se hizo el silencio, roto al cabo por la voz firme y tranquila de la muchacha.
—A nada, madre, conduce el mentir —dijo—. Seamos sinceras con este caballero. Vimos de nuevo al señor Drebber.
—¡Dios sea misericordioso!— gritó la madre echando los brazos a lo alto y dejándose caer en la butaca—. ¡Acabas de asesinar a tu hermano!
—Arthur preferiría siempre que dijésemos la verdad— repuso enérgica la joven.
—Será mejor que hablen por lo derecho —tercié yo—. Con las medias palabras no se adelanta nada. Además, ignoran ustedes hasta dónde llega nuestro conocimiento del caso.
—¡Tú lo has querido, Alice!— exclamó la madre, y volviéndose hacia mí, añadió—: No le ocultaré nada, señor. No atribuya mi agitación a temor sobre la parte desempeñada por mi hijo en este terrible asunto. Es absolutamente inocente. Me asusta tan sólo que a los ojos de usted o de los demás pueda parecer que le toca alguna culpa. Mas ello no es ciertamente concebible. Sus altas prendas morales, su profesión, sus antecedentes, constituyen garantía bastante.
—Sólo puede prestarle ayuda declarando la verdad —contesté—. Si su hijo es inocente, se beneficiará de ella.
—Quizá, Alice, sea conveniente que nos dejes solos —apuntó la mujer, y su hija abandonó el cuarto—. Bien, señor, prosiguió—, no tenía intención de hacerle semejantes confidencias, pero dado que mi niña le ha desvelado lo ocurrido, no me queda otra alternativa. Se lo relataré todo sin omitir detalle.
—El señor Drebber ha permanecido con nosotros cerca de tres semanas. Él y su secretario, el señor Stangerson, volvían de un viaje por el continente. Sus baúles ostentaban unas etiquetas con el nombre de "Copenhagen", señal de que había sido éste su último apeadero. Stangerson era hombre pacífico y retraído: siento tener que dar muy distinta cuenta de su patrón, agresivo y de maneras toscas. La misma noche de su llegada el alcohol acentuó tales rasgos. No recuerdo, de hecho, haberlo visto nunca sobrio después de las doce del mediodía. Con el servicio se concedía licencias intolerables. Peor aún, pronto hizo extensiva a mi hija tan reprobable actitud, llegando a permitirse una serie de insinuaciones que afortunadamente ella es demasiado inocente para comprender. En cierta ocasión la tomó en sus brazos y la apretó contra sí, arrebato cobarde que su mismo secretario no pudo por menos de echarle en cara.
—¿Por qué toleró esos desmanes tanto tiempo? —repuse—: ¿Acaso no está usted en el derecho de deshacerse de sus huéspedes, llegado el caso?
—La señora Charpentier se ruborizó ante mi pertinente pregunta.«¡Válgame Dios, ojalá lo hubiera despedido el día mismo de su llegada!", dijo. "Pero la tentación era viva. Me pagaba una libra por cabeza y día —lo que hace catorce a la semana—, y estamos en la temporada baja. Soy viuda, con un hijo en la Armada que me ha costado por demás. Me afligía la idea de desaprovechar ese dinero. Hice lo que me dictaba la conciencia. Lo último acaecido rebasaba el límite de lo tolerable y conminé a mi huésped para que abandonara la casa. Fue ése el motivo de su marcha."
—Prosiga.
—Cuando lo vi partir sentí como si me quitaran un peso de encima. Mi hijo se encuentra precisamente ahora de permiso, pero no le dije nada porque es de natural violento y adora a su hermana. Al cerrar la puerta detrás de aquellos hombres respiré tranquila. Sin embargo, no había pasado una hora cuando se oyó un timbrazo y recibí la noticia de que el señor Drebber estaba de vuelta. Daba muestras de gran agitación, extremada, evidentemente, por el alcohol. Se abrió camino hasta la sala que ocupábamos mi hija y yo e hizo algunas incoherentes observaciones acerca del tren, que según él no había podido tomar. Se encaró después con Alice y delante de mis mismísimos ojos le propuso que se fugara con él. "Eres mayor de edad", dijo "y la ley no puede impedirlo. Tengo dinero abundante. Olvida a la vieja y vente conmigo. Vivirás como una princesa." La pobre chiquilla estaba tan asustada que quiso huir, pero aquel salvaje la sujetó por la muñeca e intentó arrastrarla hasta la puerta. Dio un grito que atrajo de inmediato a mi hijo Arthur. Desconozco lo que ocurrió después. Oí juramentos y los ruidos confusos de una pelea. Mi miedo era tanto que no me atrevía a levantar la cabeza. Cuando al fin alcé los ojos, Arthur estaba en el umbral riendo y con un bastón en la mano. "No creo que este tipo vuelva a molestarnos", dijo. "Iré detrás suyo para ver qué hace." A la mañana siguiente nos enteramos de la muerte misteriosa del señor Drebber.
El relato de la señora Charpentier fue entrecortado y dificultoso. A ratos hablaba tan quedo que apenas se alcanzaba a oír lo que decía. Hice sin embargo un rápido resumen escrito de cuanto iba relatando, de modo que no pudiese existir posibilidad de error.
—Apasionante —observó Sherlock Holmes con un bostezo—. ¿Qué ocurrió después?
—Concluida la declaración de la señora Charpentier —repuso el detective—, eché de ver que todo el caso reposaba sobre un solo punto. Fijando en ella la mirada de una forma que siempre he hallado efectiva con las mujeres, le pregunté a qué hora había vuelto su hijo.
—¿No lo sabe?
—No..., dispone de una llave y entra y sale cuando quiere.
—¿Había vuelto cuando fue usted a la cama?
—No.
—¿Cuándo se acostó?
—Hacia las once.
—¿De modo que su hijo ya llevaba fuera más de dos horas?
—Sí.
—¿Quizá cuatro o cinco?
—Sí.
—¿Qué estuvo haciendo durante ese tiempo?
—Lo ignoro —repuso ella palideciendo intensamente.
Por supuesto, estaba todo dicho. Adivinado el paradero del teniente Charpentier, me hice acompañar de dos oficiales y arresté al sospechoso. Cuando posé la mano sobre su hombro conminándole a que se entregase sin resistencia, contestó insolente: "Imagino que estoy siendo arrestado por complicidad en el asesinato de ese miserable de Drebber." Nada le habíamos dicho sobre el caso, de modo que semejante comentario da mucho que pensar.
—Mucho —repuso Holmes.
—Aún portaba el grueso bastón que su madre afirma haberle visto cuando salió en persecución de Drebber. Se trata de una auténtica tranca de roble.
—En resumen, ¿cuál es su teoría?
—Bien, mi teoría es que siguió a Drebber hasta la calle Brixton. Allí se produjo una disputa entre los dos hombres, en el curso de la cual Drebber recibió un golpe de bastón, en la boca del estómago quizá, bastante para producirle la muerte sin la aparición de ninguna huella visible. Estaba la noche muy mala y la calle desierta, de modo que Charpentier pudo arrastrar el cuerpo de su víctima hasta el interior de la casa vacía. La vela, la sangre, la inscripción sobre la pared, el anillo, son