E-Pack Se anuncia un romance abril 2021. Varias Autoras
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Lauren Presley no entendía cómo un hombre podía estar tan dentro de ella y al mismo tiempo tan distante. Pero así era. El hombre medio desnudo que acababa de penetrarla en el sofá del despacho hacía rato que había abandonado emocionalmente su cuerpo. Y ella terminaría por echarlo en cuanto recuperase el aliento.
El cuero del sofá turquesa se pegaba a sus pantorrillas a través de las medias, empapadas de sudor por el frenético arrebato pasional. Al menos había acabado la jornada laboral y su estudio de diseño gráfico estaba desierto.
Todo parecía desordenado e inconexo, como en un cuadro de Dalí. No podía culpar a Jason por lamentarse de lo ocurrido, ya que ella también empezaba a arrepentirse por lo rápido que sus bragas habían acabado en el suelo y su vestido subido hasta la cintura. Jason Reagert era un colega del trabajo con quien mantenía una buena relación laboral, pero esa sólida alianza tal vez acababa de irse a pique. Lo único que podía hacer era superar cuanto antes aquellos embarazosos momentos postcoitales, y a ser posible con su orgullo intacto.
Un débil zumbido rompió el silencio de la oficina.
–Los pantalones te están vibrando –observó Lauren.
Jason se arqueó hacia atrás y enarcó una ceja.
–¿Cómo?
Ella le puso la mano en la cadera, junto a su BlackBerry.
–Está zumbando.
–Maldita sea –masculló él, apartándose bruscamente de ella. Sus zapatos Testoni resonaron contra el maltratado parqué mientras se sentaba y agarraba el aparato–. Qué inoportuno…
Lauren evitó su mirada mientras se incorporaba y se ajustaba el negro vestido de seda. Las bragas tendrían que esperar. Empujó con el pie la prenda de satén negro bajo el sofá.
–Tu conversación íntima deja mucho que desear.
–Lo siento –el chirrido de la cremallera al cerrarse resonó fuertemente en el silencio nocturno–. Es la alarma.
–¿Para qué? –preguntó ella, mirando con nerviosismo las paredes blancas, el caballete del rincón y el material gráfico.
–Para recordarme que debo tomar un avión a California.
Se marchaba.
Lauren se levantó, se alisó el vestido y buscó sus zapatos de leopardo favoritos, que no podría volver a ponerse sin acordarse de aquella noche absurda.
Jason y ella habían estado enfrascados en los últimos detalles de un proyecto para la última campaña publicitaria de Jason, quien iba a abandonar Nueva York para trasladarse a pastos más verdes en California. El trabajo que Maddox Communications le había ofrecido en San Francisco representaba una oportunidad única, y ella lo había sabido desde un par de semanas antes. Aquella noche, al darle un abrazo de despedida, se vio repentinamente asaltada por una pena demoledora que acabó haciéndole perder la cabeza.
Estaba contemplando su atractivo rostro mientras intentaba reprimir las lágrimas, y al instante siguiente estaban besándose desenfrenadamente. Una oleada de placer le recorrió la espalda al recordar los movimientos de su lengua y de sus manos y la fuerza con la que le agarraba el trasero y la levantaba contra él. Su cuerpo volvía a anhelar la breve pasión que habían compartido. Quería aferrarse a las sensaciones que la abrumaban sin piedad.
Recuperó los restos de su autocontrol y apartó la mirada de los tentadores rasgos de Jason. No sabía de dónde habían salido aquellos sentimientos y tampoco estaba segura de qué hacer con ellos.
Vio sus zapatos con estampado de leopardo bajo el escritorio y agradeció la oportunidad de poner distancia entre ella y Jason y el sofá que olía a sexo salvaje. Se arrodilló y consiguió sacar un zapato, pero el otro estaba lejos de su alcance.
–Lauren… –los zapatos de Jason se detuvieron junto a ella, recordándole la indecente postura que estaba manteniendo, postrada en el suelo y con el trasero en alto–. No tengo costumbre de…
–Cállate –lo interrumpió ella. Se sentó sobre sus talones y sintió que las mejillas adquirían el mismo color rojo que sus cabellos–. No tienes por qué decir nada –en su cabeza resonaban los humillantes ruegos de su madre para que su padre se quedara.
–Te llamaré…
–¡No! –se olvidó de los zapatos y se levantó, descalza sobre el frío suelo de madera–. No hagas promesas que no vayas a cumplir.
Él recogió la chaqueta del respaldo de una silla metálica.
–Podrías llamarme tú.
–¿Y de qué serviría? –replicó ella, atreviéndose a mirarlo a la cara por primera vez. Su atractivo juvenil se había curtido con los años que había pasado en el ejército. Era un hombre que, aun procediendo de una familia rica e influyente, se había labrado su propia fortuna–. Vas a irte a California, yo vivo en Nueva York, y entre nosotros no hay nada. Sólo somos unos compañeros de trabajo que se han visto atrapados por un arrebato hormonal puramente fortuito. Lo que ha pasado no tiene la menor trascendencia.
Se echó hacia atrás la larga melena y abrió la puerta que comunicaba con el estudio, completamente vacío salvo por las sillas giratorias colocadas desordenadamente junto a las mesas.
Jason apoyó una mano en el marco.
–¿Me estás echando?
Al parecer, Jason Reagert no estaba acostumbrado a recibir una negativa. Ella se había prestado rápidamente a satisfacerlo, pero eso iba a cambiar.
–Sólo estoy siendo realista, Jason –lo miró fijamente, muy erguida, a pesar de que él le sacaba una cabeza.
Más tarde ya se ocuparía de rumiar su desgracia en la soledad de su bonito apartamento en el Upper East Side. O mejor aún, perdiéndose un día entero por las galerías del Metropolitan. No podía olvidar que el arte lo era todo para ella.
Aquel negocio, hecho posible gracias a la inesperada herencia de su tía Eliza, era su gran oportunidad para hacer realidad sus sueños y demostrarle a su madre que se merecía algo más que un marido rico.
No iba a tolerar que ningún hombre la apartara de su camino.
Finalmente, Jason asintió.
–Muy bien. Si eso es lo que quieres, así será –le acarició el pelo con los nudillos y le pasó el pulgar por el pómulo–. Adiós, Lauren.
Ella adoptó una expresión solemne e imperturbable. Jason se dio la vuelta, con la chaqueta enganchada a un dedo sobre el hombro, y Lauren reprimió el impulso de llamarlo.
La noticia de su marcha había sido una desagradable sorpresa. Pero no podía compararse al nudo que se le formó en la garganta mientras lo veía salir por la puerta.
Capítulo 1
San Francisco, en la actualidad
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