E-Pack Se anuncia un romance abril 2021. Varias Autoras

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      Levantó la mirada del BlackBerry hacia la mujer con la que llevaba ligando la última hora en el ruidoso y atestado bar, y volvió a bajarla hacia la imagen de Lauren Presley celebrando el Año Nuevo.

      La imagen de una Lauren Presley inconfundiblemente embarazada.

      Jason nunca se quedaba sin palabras. No en vano era un especialista en el mundo de la publicidad. Pero en aquellos momentos se le había quedado la mente en blanco. O mejor dicho, colmada de las imágenes que había vivido en la oficina de Lauren. ¿Sería posible que aquella única noche, aquella noche alucinante y completamente inesperada, hubieran creado un bebé? No había vuelto a hablar con Lauren desde entonces; claro que ella tampoco lo había llamado, y menos para comunicarle que estaba embarazada.

      Parpadeó unas cuantas veces e intentó enfocar las distorsionadas imágenes que lo rodeaban. Las paredes del bar proyectaban un resplandor rosado mientras examinaba la impactante imagen que acababa de enviarle un amigo de Nueva York. Adoptó una expresión imperturbable mientras pensaba la mejor manera de contactar con Lauren, quien prácticamente lo había echado a patadas de su vida la última vez que se habían visto.

      Un tipo que giraba al ritmo de la música lo empujó por detrás y Jason se movió para proteger el BlackBerry de la multitud que atestaba el bar. El Rosa Lounge era un pequeño y exclusivo local de Stockton Street, escasamente iluminado y con mesas verdes de cristal y sillas negras lacadas. Una barra de mármol blanco ocupaba una pared entera, con las botellas suspendidas por encima, y en la pared de enfrente se alineaban las mesas altas y blancas. Estaba a una manzana de Maddox Communications, por lo que era el lugar de reunión favorito de los empleados tras cerrar un acuerdo o acabar una presentación importante.

      Agarró con fuerza el aparato. Aquella reunión se había convocado en su honor, y el momento para ser el centro de atención no podría haber sido más inoportuno.

      –¿Hola? –lo llamó Celia Taylor, haciendo chasquear los dedos bajo sus narices. En su otra mano sostenía una copa de Martini–. Tierra llamando a Jason.

      Él se obligó a concentrarse en Celia, otra agente publicitaria de Maddox Communications. Afortunadamente, aún no había comenzado a beberse su Sapporo. La cabeza ya le daba suficientes vueltas sin necesidad de alcohol.

      –Estoy aquí… Siento haberme distraído –se metió el BlackBerry en el bolsillo de la chaqueta y sintió que la foto digital lo abrasaba a través de la camisa–. ¿Quieres que te pida otra copa?

      Había estado a punto de ofrecerle algo más que una copa, pero en ese momento había recibido la foto. Al parecer, la tecnología tenía un curioso sentido de la ironía.

      –No, gracias, estoy bien servida –dijo Celia, tocando el borde de la copa con una uña pintada–. Debes de haber recibido un mensaje muy importante del trabajo. Podría sentirme ofendida por no acaparar tu atención, pero en el fondo sólo estoy celosa porque mi teléfono no suene –se echó su brillante melena rojiza sobre el hombro y apoyó la mano en su esbelta cadera.

      Pelirroja.

      Ojos verdes.

      Igual que Lauren…

      El parecido le aguijoneó la conciencia.

      Se había engañado a sí mismo al creer que podría olvidarse de Lauren seduciendo a la solitaria pelirroja en el bar. Lauren tenía el pelo ligeramente más oscuro y unas curvas menos pronunciadas que lo habían vuelto loco.

      Dejó su copa en la barra y miró hacia la puerta. Tenía que averiguar más sobre lo ocurrido, pero no quería granjearse la antipatía de Celia. Era una mujer simpática y afable que se ocultaba tras una dura fachada para que la tomasen en serio en el trabajo. No se merecía que la utilizaran para sustituir a otra mujer.

      –De verdad que lo siento, pero tengo que devolver la llamada.

      Celia puso una mueca de confusión y se encogió de hombros.

      –Claro… Nos veremos después –se despidió con la mano y se giró sobre tus tacones de aguja para dirigirse hacia Gavin, otro ejecutivo de la empresa.

      Jason se abrió camino como pudo entre el mar de trajes, buscando una salida que le permitiera hacer las llamadas pertinentes y obtener respuestas, pero entonces surgió una mano entre la multitud de cuerpos y lo aferró por el hombro. Se giró y se encontró con los dos hermanos Maddox, los jefes de la empresa, el director general, Brock, y el vicepresidente, Flynn.

      Este último congregó a los empleados que tenía más cerca y levantó su copa en un brindis.

      –Por el hombre del momento, ¡Jason Reagert! Quien nos ha hecho ganar a Walter Prentice como cliente. Un motivo de orgullo para Maddox Communications.

      –Por el chico de oro –añadió Asher Williams, el gerente.

      –Por el número uno –dijo Gavin.

      –El imparable –añadió Brock.

      Jason consiguió esbozar una sonrisa que le permitiera guardar las apariencias. Acababa de mudarse a California cuando Walter Prentice, el dueño de la mayor empresa de ropa del país, rescindió el contrato con su anterior empresa publicitaria por transgredir sus particulares cláusulas morales. El ultraconservador Prentice era famoso por prescindir de los servicios de una empresa por los motivos más variopintos, desde enterarse de que un trabajador había estado en una playa nudista a descubrir que un ejecutivo estaba saliendo con dos mujeres a la vez. Jason miró a Celia mientras Brock mojaba una quesadilla en salsa de mango. Seguramente había vuelto a saltarse el almuerzo por su adicción al trabajo.

      –Hoy he hablado con Prentice y no ha escatimado en halagos para ti. Fue una jugada muy astuta compartir con él esas historias de la guerra.

      Jason cada vez estaba más impaciente por marcharse de allí. Su intención no había sido usar su experiencia militar como táctica para ganarse a Prentice, sino compartir con él unas vivencias personales al descubrir que el sobrino de Prentice también había servido en el ejército.

      –Sólo mantuve una conversación cortés con el cliente.

      Flynn volvió a levantar su copa.

      –Eres un héroe. La forma en que tú y el equipo de los SEAL os ocupasteis de esos piratas fue… épica.

      Jason había servido seis años en la Marina después de graduarse en la universidad. Había sido hombre rana especializado en la desactivación de explosivos. Como miembro del grupo de elite de los SEAL se había ocupado de unos cuantos piratas y había salvado algunas vidas, pero el mérito también era de sus compañeros.

      –Sólo hacía mi trabajo, como cualquier otro.

      Brock le dio un último bocado a su cena.

      –Prentice te ha echado el ojo, y su influencia te hará llegar muy lejos siempre que no te metas en líos. El acuerdo con su marca de ropa no podría haber llegado en mejor momento, especialmente con Golden Gate Promotions vigilando todos nuestros pasos.

      Golden Gate, el mayor rival de Maddox Communications, era una agencia de publicidad de gran renombre que aún seguía bajo la batuta de su fundador, Athos Koteas. Jason comprendía muy bien la amenaza que podría llegar a suponer, y no iba a permitir que nada ni nadie echara a perder la mejor oportunidad de su vida. El trabajo en Maddox Communications

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