Cuánto pesa una cabeza humana. Alfonso Armada

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Cuánto pesa una cabeza humana - Alfonso Armada Poesia

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de la lengua

      ¿ha de ennegrecerse la escritura?

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      «De las siete y cuarto a las nueve menos cuarto he estado cortando piezas en una larga tira de metal, en la prensa grande, junto con Roberto: 677 piezas. He marcado una hora y diez minutos. Las he rasgado al principio por falta de aceite. He tenido dificultad en cortar la tira. He ganado 1,85 francos.

       […]

      De las cuatro a las cinco y cuarto: en el horno.

      Trabajo agotador. No sólo hace un calor insoportable, sino que las llamas llegan a lamer las manos y los brazos. Es necesario dominar los reflejos, pues de lo contrario estás expuesto a sufrir quemaduras. Durante la primera tarde que paso en el horno, hacia las cinco, el dolor que me ha causado una quemadura, el agotamiento y las jaquecas me hacen perder el dominio de los movimientos. No acierto a bajar la puerta del horno. Un calderero se adelanta a ayudarme y me la baja. ¡Qué agradecimiento se experimenta en semejantes momentos!».

      SIMONE WEIL (1934)

      (Recogido en Sobre Simone Weil. El compromiso con los desdichados, de Franciso Fernández Buey).

       Día 3, martes 17

      En plena debacle

      pasa el perro paseando a su ama

      el orden de los factores

      los incendios de Australia

      un resplandor

      la luz es una clepsidra llena de coronavirus

      la monarquía se pone en modo bancarrota moral

      y nosotros nos asomamos a la noche

      para aplaudir a sombras como las nuestras

      a los médicos

      a los enfermeros

      a los enterradores

      a los que nos salvan de nosotros mismos.

      Como si eso fuera posible.

      Salvarse.

      En «Shibbólet»

      (espiga, contraseña),

      Paul Celan habla

      de la «flauta doble de la noche»

      y de la «oscura

      aurora gemela

      en Viena y Madrid»,

      como si hubiera resucitado

      o yo hubiera soñado la temeridad

      de tirarme también al río

      a los estanques

      al mar de la Costa de la Muerte:

      para sujetarle por los hombros

      un instante antes de.

      Gracias a la lluvia

      y a los parques tomados por la policía

      crecerá la hierba como nunca

      y brotará brutal la primavera

      sin que la desfloren los poetas

      gastados como una mascarilla.

      «Se esparcen los pasos

       (sàn bù)

      cuando se sale a pasear

      y se esparce el corazón

       (sàn xin)

      cuando uno se distrae

      o se divierte.

      Se esparce el corazón.

      Al viento»,

      anota Berna Wang

      en Cosas que me explica mi madre.

      ¿Qué nos explicamos a nosotros?

      El geógrafo Massimo Livi Bacci,

      que parece vivir en tiempos de Tucídides

      recuerda en el periódico

      que «después de la Segunda Guerra Mundial había cinco países separados por muros. Hoy son setenta, a pesar de la globalización. En lugar de mirar las causas, miramos al destino final. No puedes vivir siempre cerrado en casa».

      Cerrado,

      encerrado,

      en estado de sitio

      decretado por el miedo.

      «Ten miedo, Alfonso, ten miedo.

      Por tu propio bien,

      ten miedo», me decía un joven

      durante el cerco de Sarajevo.

      ¿Era peor?

      Ya lo creo.

      Antes de pasar página

      para adentrarme en el pedregal del día

      vuelvo a Paul Celan

      que me sale al encuentro

      como si me estuviera esperando

      con la palabra en la boca:

      «Te vemos, cielo, te vemos.

      Viruela a viruela

      vas creciendo,

      pústula a pústula.

      Así aumentas la eternidad».

      ¿Qué vemos nosotros

      desde nuestro privilegiado mirador

      panóptico del pánico?

      Coronavirus a coronavirus

      vas creciendo

      nos vas atornillando

      a la silla de la conciencia.

      Sigue, Celan:

      «Te

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