Cuánto pesa una cabeza humana. Alfonso Armada

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Cuánto pesa una cabeza humana - Alfonso Armada Poesia

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noche del alma?

      Alguien en La Vanguardia

      evoca las palabras que Josep Pla

      en el Cuaderno gris

      dedicó a la insaciable gripe

      que tantas vidas se llevó por delante

      en 1918.

      Busco mi precioso ejemplar negro

      para retomar una lectura interrumpida

      hace demasiado tiempo.

      Lo abro donde lo dejé:

      18 de octubre.

      Lo juro.

      No me hago trampas al solitario.

      No fuerzo la suerte.

      Es lo que C llamaría un fractal

      y Jung un sincronismo.

      Anoto:

      «La gripe hace terribles estragos […]. Desde la calle se oían los llantos. Llantos en la casa y en la escalera del piso. Espectáculo impresionante, que contrasta con el aire vestido de la gente […]. Cuando se oye llorar, se toma un aire de buena persona […]. Cuando uno llora, ¿sufre? La que no llora, ¿sufre menos? […]. El entierro del señor Linares ha sido muy sentido. Por la noche, el tren pequeño nos lleva a casa, dentro de la luz incierta, pobre, de los vagones […]. El tren va lleno. Todos se sientan en un silencio agobiante. Los que vienen del mercado imitan a los que venimos del entierro. Si fuese posible imaginar un tren de pensadores, tendría el mismo aspecto […]. ¿En qué pensamos? Quizá en nada. El drama es que haya tantas cosas ante las cuales no se puede pensar en nada –tantas cosas ante las cuales el mecanismo mental es estéril».

      Pla parece estar parado ahí

      bajo las acacias espantosamente mutiladas de la calle del

      [Doce de Octubre

      que tan arbitrariamente me recuerda a Giorgio Morandi.

      ¿En qué pensamos?

      Nos devanamos los sesos.

      Nos entristecemos.

      Nos indignamos.

      Buscamos chivos expiatorios.

      Nos resignamos.

      Tratamos de vivir como vivíamos.

      «Éramos tan felices», dice Íñigo Domínguez en el periódico.

      No, no sólo de palabras vive el hombre,

      pero miro alrededor

      y miro adentro,

      y vuelvo a encontrarme con Paul Celan que

      en «Habla tú también»

      escribe:

      «Mira alrededor:

      mira cómo en torno todo deviene vivo –

      ¡Por la muerte! ¡Vivo!

      Verdad dice quien sombra dice».

       Día 6, viernes 20

      Han sido tan salvajes

      los podadores

      como forenses.

      La acacia

      que se timaba con la farola

      y que en noches de verano y de otoño

      se dejaba mecer

      y jugaba al escondite

      con las hojas

      ahora no es más que un muñón

      metafórico

      y real:

      para salvarla

      la han matado.

      Sus hermanas de la calle rectilínea

      que lleva al horizonte

      ya han empezado a brotar.

      Ella está muda

      como un grito

      que se ha quedado congelado en la boca

      como un Munch cortado de cuajo.

      La veo

      como una hermana

      con los labios sellados

      pero sin líquenes

      condenada

      por una buena acción.

      Nunca quedan sin castigo.

      Así me voy preguntando

      por los muertos

      que no son más que un contador:

      por cada sudario

      un dígito que cae como una piedra

      en un pozo negro.

      Pero no hay ni rastro

      de nombres

      de vidas

      de ataúdes

      de velatorios

      de cortejos fúnebres.

      ¿No tendrían que estar aquí

      los trombonistas de Nueva Orleans

      los saxofonistas de Kiev

      pasando por nuestras calles

      con crisantemos blancos en los ojales

      para rendir tributo

      a cada uno

      a lo que se nos va

      con cada aliento usurpado

      por el virus

      otro muerto que añadir

      al calendario de los espantos?

      Un

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