Por llevar la contraria. Alberto Morales
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La noticia maniquea
Octavio, el grande…
Con silencios prolongados en algunos períodos, el vicio de opinar ha sido una constante a lo largo de los últimos treinta y cinco años. Lo he hecho en El Tiempo, El Colombiano, El Mundo, La Hoja y en algunas revistas fugaces. Los temas son diversos: economía, política, filosofía, literatura e incluso algunos deslices intimistas.
Vistos en perspectiva siento que, de alguna manera, son relatos sobre lo que ha ocurrido a lo largo de este tiempo, reflejan lo que somos y el país en el que estamos.
El título seleccionado obedece a una reflexión hecha en una columna relativamente reciente a propósito de la manida frase que se esgrime para castrar cualquier indicio de discusión: “¡Respeta mis ideas!” se le grita al contrario.
El filósofo español Fernando Savater arguye en contravía: expresa que las ideas tienen su razón de ser en la medida en que puedan ser debatidas, modificadas, cambiadas; por lo que confrontarlas, deliberarlas, es un imperativo de la inteligencia.
Solo al fanático le cabe en la cabeza que las ideas son inmutables. Hay aquí un tono contestatario, un llevar la contraria que, a mi juicio, es una necesidad.
He planteado que en el mundo de hoy nos hemos embarcado en una carrera loca hacia ninguna parte, en una urgencia inducida para arrebatarnos el derecho de pensar. El resultado es evidente. Nos hemos transfigurado en seres simples. En la simplicidad descansa nuestro sometimiento. Es una estrategia tan perversa, tan inteligente, que ha logrado que los sometidos pensemos que somos libres.
Tal vez uno de los filósofos que más ha aportado al esclarecimiento de este absurdo es Byung-Chul Han, quien explica la manera como los seres humanos contemporáneos hemos cedido nuestra soberanía y nuestra libertad, a cambio de lo que él denomina “el parecer”.
Es una conspiración que nos impulsa a decir solo lo que está “bien”, lo que todo el mundo acepta y cree, no te puedes salir de la fila. Nos han obligado a rechazar lo intrincado, lo complejo, lo que te exige reflexión. Aceptar a ciegas la información que se te entrega.
Estrangularon esa vocación sublime que tiene el niño por el conocimiento cuando agota a sus mayores preguntando “¿Por qué?”
Ya no existe el “¿por qué?” en nuestro pensamiento. Somos incapaces de hacer o de hacernos preguntas.
¿El resultado? Una levedad insoportable que se constituye en caldo de cultivo para todas las manipulaciones.
La idea es contribuir a salirnos de la fila, a llevar la contraria.
Mi revólver es más largo que el tuyo
Así tituló el intelectual y crítico de cine Alberto Duque López una de sus novelas antológicas. La frase encaja además con el abordaje de la violencia que sacude a Medellín, un problema verdaderamente grave y que no es ni nuevo, ni solamente nuestro.
De hecho, una nota periodística destaca recientemente que, de las cincuenta ciudades con mayor cantidad de asesinatos en el mundo, cuarenta y tres eran de América Latina, y Colombia aporta tres a ese tenebroso listado.
La violencia urbana ha sido analizada desde todos los flancos. Abundan los estudios y las variables de solución: desde la denominada teoría de “La desorganización social”, pasando por la represión extrema, toma de zonas específicas identificadas como particularmente violentas, que llamaríamos la teoría de la “Orionización”, hasta las alianzas entre los gobernantes, los sectores empresariales y las comunidades para buscar, experimentar, sistematizar y descubrir nuevos enfoques.
Se lee recurrentemente en los documentos de análisis que hay unas “condiciones estructurales” que exacerban la violencia y mencionan temas tales como “penurias económicas”, “inestabilidad residencial”, “desintegración del núcleo familiar”, “cultura de la ilegalidad”, “impunidad”, “consumo de drogas y alcohol”, en fin. Todas esas condiciones las tenemos.
Evidentemente la actual administración de Medellín [del Alcalde Federico Gutiérrez] ha escogido la solución de la fuerza que es, tal vez, la más primitiva e ineficaz de las soluciones con las que se ha experimentado en el mundo y a lo largo de la historia.
Hay, por el contrario, experiencias que enseñan cómo abordajes cimentados en la cultura ciudadana, en la construcción de nuevos espacios públicos, en la instalación de observatorios, en la educación y en la realización de inversiones sociales y políticas públicas basadas en comunidad, enseñan –digo– que se pueden generar transformaciones prodigiosas y de enorme éxito.
Los críticos del Alcalde arguyen que ese enfoque policivo está mediado por su obsesión con la buena imagen que quiere proyectar. Sostienen estos críticos que como quiera que le reditúa tanto la noticia sobre este o aquel delincuente detenido, que lo beneficia tanto su presencia en la zona de conflicto, y que lo evalúan tan bien por la inmediatez de su respuesta a la denuncia que se hace en redes por algún hecho delictivo, entonces que el hombre se siente en su salsa, ejerciendo como “padre protector” de la ciudadanía.
Creo que el problema tiene aristas más delicadas. Su manera de enfrentar el problema es también una manera de ver el mundo: toda solución de fuerza excluye la razón.
Hace cerca de quince años el filósofo español Fernando