Por llevar la contraria. Alberto Morales
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El tema de la fuerza, en una perspectiva ética, explica la razón por la cual la violencia solo puede engendrar violencia, porque –también lo dice Savater– “la ética no está basada en el respeto por la vida, sino en el reconocimiento de la vida”, y concluye: “al desesperado por la muerte no se le ocurre nunca ninguna virtud, organiza la vida sólo desde el manto de la muerte y por lo tanto tiene que detestar, ansiar, vivir en la zozobra…”
Savater, refiriéndose a Spinoza, también destaca lo que representa estar intoxicado de tristeza y de muerte, porque sus comportamientos vienen producidos por la intoxicación de la tristeza y la muerte.
Es muy deprimente todo esto, pues va uno a ver, y es la zozobra la que se está imponiendo por aquí…
3 de mayo de 2018, periódico El Mundo
Medellín de revolución cultural
Mire los efectos colaterales que desencadena el dengue: Tirado en la cama este martes como a las cuatro de la tarde, me encontré en la televisión a la muy querida Lucía González en compañía de Alberto Correa, hablando de la cultura en Medellín.
Y entonces aprendí que el acto creativo aún camina por las calles de las barriadas populares, expresándose en música, en teatro, en artes plásticas. Y supe que los nuevos espacios de las bibliotecas se llenan todos los días de público popular dispuesto a nutrirse de las más diversas manifestaciones del arte. Y que los auditorios de las conferencias también se llenan, y que quienes visitan los museos hoy son visitantes de los sectores populares, y que lo que los pelados están haciendo en las comunas es francamente formidable.
Que hay allí, en esas calles, un reverberar creativo, una revolución estética, una explosión de colores y de formas, que nadie se alcanza a imaginar. Bueno, “nadie” es un decir. Allá en la barriada todo el mundo lo sabe y lo vive. Los que no lo sabemos somos los del otro lado.
Lucía confesaba, con una especie de sentimiento encontrado (entre la emoción y el desencanto), que la época en la que la cultura era un disfrute y un ejercicio de las élites ha desaparecido.
El desencanto, porque esos tiempos en los que la dirigencia industrial era culta, y que los conciertos movilizaban a los señores y a las señoras encopetadas, ya desaparecieron.
Desencanto porque ya los yupis tienen otros intereses. La cultura no los convoca. Lucía dice algo parecido a que esta nueva dirigencia pareciera caminar por el mundo presa del desencanto.
Emoción porque ahora, la cultura es popular. Sus expresiones, sus respuestas, su público, son populares.
Y entonces empieza uno a reflexionar con cierto sentimiento de pánico, que es cierto, que hay una tal desidia entre la gente joven de estratos altos por todo lo que la rodea, que están tan sumergidos en sus microcosmos, tan engolosinados con el Parque Lleras, tan embebidos en la búsqueda del dinero rápido, que lo que se está configurando ahí es un síntoma de decadencia con ribetes de amenaza.
Esa especie de autismo que implica dar la espalda a la realidad, ese ejercicio desesperado de la “alegría” a como dé lugar, la “euforia perpetua” de la que habla Pascual Bruckner, esa obligación moral de ser dichoso porque todo se puede comprar (unas nalgas, unas teticas, el bótox, mi carro es más grande que el tuyo, parce, uy qué rumba) tiene un precio: la imbecilidad colectiva.
Siéntese a escucharlos sin prejuicios. Escúchelos y sorpréndase de qué hablan, cuáles son sus temas de interés, sus reflexiones. Hay una superficialidad tan arrasadora, una banalidad tan contundente, una estupidez tan rampante, que usted empieza a sentir escalofríos y la sensación cierta del no futuro.
Es ahí cuando las afirmaciones de Lucía y de Alberto, en el programa del que hablo, se convierten de repente en una voz de esperanza. No, no todo está perdido, porque la ciudad vive su revolución cultural. Y si la cultura se agita en las esquinas, se agitan también los pensamientos, para darle razón a Savater, “los humanos nos reconocemos como humanos, porque somos capaces de pensar juntos”.
Un ejercicio que no parece estar agitándose por el Lleras [el parque] y por las transversales… ¡Qué dolor!
14 de agosto de 2010, Periódico El Tiempo
Los impunitas, desde Alejandría hasta Medellín
Cirilo, obispo de Alejandría (una ciudad del antiguo Imperio Romano), es un santo por partida triple. Es reconocido y exaltado como tal por la iglesia Católica, la iglesia Ortodoxa y la Copta. Un patriarca ejemplar que murió en olor de santidad y sin el más mínimo remordimiento el 27 de junio del año 444.
El historiador Hans von Campenhausen lo describe como un hombre autoritario, violento, astuto, convencido de la grandeza de su sede y de la dignidad de su ministerio. Expresa el historiador que Cirilo siempre consideró justo aquello que le era útil a su poder episcopal y que la brutalidad y falta de escrúpulos con que llevó su lucha nunca le crearon problemas de conciencia.
Cirilo defendía la “verdad”. Una verdad contraria al pensamiento de Hipatia, mujer hermosa y de gran talento, la hija más amada de Teón, bibliotecario de Alejandría. A ella se deben textos trascendentales como el Comentario sobre la aritmética de Diofanto y otro sobre las Crónicas de Apolonio.
Filósofa, geómetra, investigadora de la ciencia, fue secuestrada por una muchedumbre de monjes devotos seguidores de Cirilo, quienes la llevaron a la iglesia de Cesario, en donde fue golpeada brutalmente, apedreada, le arrancaron los ojos y la lengua, le sacaron los órganos y los huesos y luego quemaron sus restos. Destruyeron su obra y la borraron de la faz de la tierra.
El crimen de Hipatia quedó impune. Cirilo sobornó al investigador Edesio, quien no pudo esclarecer la verdad de lo ocurrido, ni quiénes fueron los instigadores.
Impunidad es una palabra extraña que, la mayoría de las veces, está asociada al poder, a la corrupción y al fanatismo. Impunidad es también una palabra que recorre la historia del mundo y de nuestra América. Y, en Antioquia y Medellín, sí que hemos oído hablar de impunidades.
Oímos del Proyecto Cultura que lucha contra la impunidad de los crímenes del franquismo, escuchamos que Israel goza de impunidad permanente por sus crímenes de guerra, leemos sobre la historia de la impunidad en Argentina.
Y también nos llegan ecos de la impunidad contra los crímenes de periodistas en Brasil, y sabemos que nuestros indígenas claman, por citar un caso, contra la impunidad con la masacre de El Naya (Cauca).
El impune, como ocurre con Cirilo, no tiene castigo, nadie lo juzga. Ni él ni quienes lo defienden aceptan razones, porque ejercen sus actos con una pasión exacerbada, tienen una relación desmedida y tenaz con su verdad. Adhieren de manera incondicional a sus razones, lo que