El mundo moderno y la comprensión de la historia. Juan Carlos Chaparro Rodríguez

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El mundo moderno y la comprensión de la historia - Juan Carlos Chaparro Rodríguez Ciencias Humanas

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que este planteó sobre el movimiento de los astros luego de haber realizado sus sesudas y reveladoras observaciones, y esa, igualmente, fue la condena que profirieron contra Giordano Bruno (1548-1600), el gran teólogo y humanista napolitano que se atrevió a negar el pecado, y hasta la divinidad de Cristo; a destacar la magnificencia del universo y la naturaleza; y a vindicar la inteligencia y la capacidad que el hombre tenía para aprehender y comprender su funcionamiento.23 Esta idea, condenada radicalmente en aquel tiempo por ir en contra del discurso y del orden establecidos, terminaría imponiéndose hasta constituirse en paradigma y fundamento del mundo y del pensamiento moderno, tal y como lo destacó un tiempo después el filósofo Juan Jacobo Rousseau cuando ante la Academia de Dijon exclamó con toda vehemencia:

      Qué grande y hermoso espectáculo es ver al hombre salir de la nada por sus propios esfuerzos; disipar por medio de las luces de su razón, las tinieblas en las cuales la naturaleza lo tenía envuelto; elevarse por encima de sí mismo; lanzarse con las alas del espíritu hasta las regiones celestes; recorrer a pasos de gigante, cual el sol, la vasta extensión del universo; y, y lo que es aún más grande y difícil, reconcentrarse en sí para estudiar y conocer su naturaleza, sus deberes y su fin.24

      En tal sentido, y aunque su principal objetivo no consistió en socavar la autoridad de la Iglesia ni de sus autoridades, sino en vindicar las reformas que estas requerían, ello no fue impedimento para que unos y otros fueran sindicados de apostasía y presionados para que se retractaran so pena de sufrir la excomunión y la hoguera. A esto se acogió Galileo en su momento, pero no fue esa la conducta que Tyndale, Lutero y Bruno asumieron. Excomulgados y perseguidos por los inquisidores, aquellos tuvieron que huir con tal de salvar sus vidas, pero no renunciaron a sus ideas. Su convencimiento frente a lo que estaban defendiendo fue absoluto, y así lo demostró Bruno cuando con estoico espíritu prefirió la muerte a tener que retractarse de sus ideas científicas y humanistas.

      Por su parte, y no obstante la excomunión y la persecución que recayó sobre ellos, Tyndale y Lutero reafirmaron sus denuncias y radicalizaron su postura frente a las reformas que la Iglesia requería para salir del piélago de corrupción en el que se ahogaban sus integrantes, generando así una serie de hechos y procesos que desembocaron en la agudización de la crisis en la que estaba la Iglesia; en la gestación y proyección del movimiento reformista, al que también se sumaron Ulrico Zuinglio (1484-1531), Juan Calvino (1509-1564) y otros tantos teólogos que se distanciaron del clero tradicional;25 en la incubación del gran cisma que a tal efecto padeció la Iglesia católica; y, en el mediano y largo plazo, en la gestación y despliegue de las devastadoras guerras de religión que libraron católicos y protestantes durante los siglos XVI y XVII, las cuales solo pudieron zanjarse hasta 1648 mediante la firma de una histórica serie de pactos conocidos como la Paz de Westfalia.26

      Aquellos fueron tiempos difíciles para esos hombres y también lo fueron para otros que defendieron sus convicciones frente a la Iglesia y frente a otras instituciones de poder. Este, por ejemplo, fue el caso del gran humanista Erasmo de Rotterdam (1466-1536), autor de la famosa obra Elogio de la locura, quien también se pronunció ante los crímenes cometidos por la Iglesia y quien finalmente debió moderar sus opiniones para proteger su vida, y ese, igualmente, fue el caso de Tomás Moro (1478-1535), humanista como Erasmo e íntimo amigo de este, a quien el vanidoso rey Enrique VIII mandó decapitar por el hecho de negarse a cohonestar con los intereses personales del monarca, por denunciar las injusticias cometidas por los jerarcas de la Iglesia y por fustigar a los nobles y señores ingleses por su falsa moralidad. Autor de la célebre Utopía, memorable obra en la que profirió una elocuente crítica contra el injusto orden social, económico y político que existía en su natal Inglaterra y en la que invocó la necesidad y posibilidad de construir una sociedad más justa e igualitaria, Moro fue convertido en blanco del odio de sus enemigos y finalmente asesinado por estos.27

      Pero con todo y ello, y siendo asunto que fue desarrollán-dose y afianzándose con el paso de los años, los pensadores y filósofos europeos fueron creando los nuevos paradigmas a partir de los cuales buscaron explicar el devenir y el sentido de la historia, y trazar el derrotero por el cual y hacia el cual debían conducirse los hombres; esos paradigmas fueron la razón y el progreso.28 Bajo estos paradigmas, el futuro, ¡que no el pasado!, se fijaba ahora como el horizonte hacia el cual habría de dirigirse la humanidad. En contraste con la mesiánica concepción judía y cristiana de la historia, según la cual todo el género humano se dirigía inexorablemente hacia un destino único y común que se fincaba no en el futuro, sino en el pasado sagrado, esto es, en una especie de retorno al idílico momento y lugar en que todo inició, la filosofía moderna fue elaborando una nueva y secular noción de la historia que, desligándose del pasado y orientándose hacia el futuro, afincó la idea de que ella no era otra cosa que el progresivo camino que la humanidad recorría y habría de recorrer con el propósito de procurarse su propia realización, esto es, su humanización, su dominio sobre la naturaleza y el mejoramiento y aumento de su felicidad.29

      En esto consistía el progreso, y este era el racional y razonable rumbo que los hombres debían seguir. Esta idea, facturada tras una sobrepuesta conceptualización que implicó una secularización de las viejas concepciones teológicas desde las cuales se entendía y explicaba el devenir y el sentido de la historia, terminó instaurándose como esencia trascendente de la historia, erigién-dose como un dogma secular y validándose como si fuera una ley natural.30 Esto, como ahora veremos, fue lo que pusieron de presente las elocuentes obras filosóficas que produjeron algunos de los representantes de la Ilustración, y ello, como luego lo analizaremos, fue igualmente lo que destacaron los pensadores que heredaron ese tipo de ideas, ya para vindicarlas o bien para reconceptualizarlas.

      Notas

      1 Henri Pirenne, Historia económica y social de la Edad Media (México: Fondo de Cultura Económica, 1975), 16.

      2 Jacques Le Goff, El nacimiento del purgatorio (Madrid: Taurus, 1989).

      3 Pirenne, Historia, 19-35 y 106-123.

      4 Jacques Le Goff, Mercaderes y banqueros de la Edad Media (Buenos Aires: Editorial Universitaria, 1984), 9-16.

      5 Henri Pirenne, Las ciudades de la Edad Media (Madrid: Alianza Editorial, 1975), 87-108 y 139-142.

      6 José Luis Romero, Crisis y orden en el mundo feudoburgués (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2015), 281-296.

      7 Le Goff, Mercaderes, 87-124.

      8 Jacques Le Goff, Los intelectuales en la Edad Media (Barcelona: Gedisa, 1996), 14-15.

      9 Ibid., 17-18.

      10 Le Goff, Los intelectuales, 34 (cursivas del texto).

      11 Peter Frankopan, El corazón del mundo. Una nueva historia universal (Barcelona: Crítica, 2016), 255.

      12 Le Goff, Los intelectuales, 57-58.

      13 Ibid., 59-64.

      14 José Luis Romero, La Edad Media (México: Fondo de Cultura Económica, 2012), 180-209.

      15 Erich Kahler, ¿Qué es la historia? (México: Fondo de Cultura Económica, 1985), 133.

      16 La idea emitida por De Cusa es comentada por Karel Kosik, Dialéctica de lo concreto (Caracas: Grijalbo, 1988), 256.

      17 Pico della Mirandola, “Oración por la dignidad del hombre”, citado por Ángela Calvo, La educación en el Renacimiento y la Edad Moderna:

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