Mexicano de corazón. Francisco Ugarte Corcuera
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Este libro narra con detalle esa aventura mexicana. El autor ha recogido recuerdos que marcaron ese tiempo junto al fundador del Opus Dei. Como afirma en la Presentación, ha querido destacar especialmente los sucesos de la vida ordinaria, el aspecto humano de la personalidad de san Josemaría. En efecto, era admirable como tenía los pies en la tierra y la cabeza en el cielo: muy sobrenatural y muy humano, en unidad de vida. Los innumerables detalles que se cuentan en este libro son una buena muestra.
Al mismo tiempo, estas páginas reflejan también el amor filial de san Josemaría a Santa María. Se recogen algunos de los momentos de su oración delante de la Guadalupana, que ponen de relieve la confianza y el cariño con que acudía a la Virgen. Su modo de rezar era sencillo, sin ostentación, lleno de espontaneidad. A Ella se dirigía con el corazón encendido, pidiéndole que le hiciera ver qué más podía hacer para agradarla, para ser mejor hijo. «Yo no sé qué más puedo hacer —decía—. Si puedo algo más, ¡dilo, dilo!, y lo cumpliré con tu ayuda. Si un hijo pequeño le pidiera esto a su madre, es seguro que no habría madre que no se conmoviera». Este modo de hablar con la Virgen, con la sencillez e insistencia propia de los niños, era también objeto de sus enseñanzas a lo largo de su vida y, concretamente, en su estancia en tierras mexicanas. «Si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño —había escrito en el Prólogo a Santo Rosario—. Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños».
Durante los casi cuarenta días que estuvo en México, san Josemaría se reunió con más de veinte mil personas: estudiantes, gente del campo, empresarios, familias… Los que estuvieron presentes recuerdan que sus palabras invitaban a amar apasionadamente al Señor. Insistía en que los defectos o las debilidades no son obstáculo para ese amor, si nos llevan a acudir con confianza a Jesús y a su Madre.
Este viaje a México dejó una profunda huella en el alma de san Josemaría. Y aunque no volvería a pisar esa tierra, procuraba ir y volver con la imaginación. «Muchas veces —afirmó— me escapo con el deseo a la Villa de Guadalupe, me pongo delante de aquella Virgen morena, a decirle que la quiero tanto, tanto como sus mexicanos. Yo fui a México a aprender y me enseñasteis a amar más a Jesús en la Sagrada Eucaristía, a la Virgen, y hasta a hacer la caridad». Precisamente, Mons. Francisco Ugarte, con este libro, nos lleva a peregrinar con el deseo ante la Guadalupana y a revivir esos días junto al fundador del Opus Dei.
San Josemaría tuvo la seguridad de que sus oraciones delante de la Virgen de Guadalupe habían sido acogidas. Él mismo repetiría años después que «no fue una novena estéril. La oración es siempre fecunda, pero el Señor desea que amemos mucho a su Madre y que tengamos un poquito de paciencia. Las dos cosas las va logrando hasta ahora, porque Él nos da los medios: su gracia, su luz, su fortaleza». Esta seguridad, de que nuestra Madre siempre nos escucha, nos ayuda hoy a recordar el poder de su intercesión. Compartamos con María y con Jesús las cosas que ocupan nuestro corazón, esos deseos grandes a los que queremos aspirar. Si nos acercamos al Señor y a su Madre con fe y confianza, podemos estar persuadidos de que esta oración ya estará dando fruto.
Roma, 23 de junio de 2020
MONS. FERNANDO OCÁRIZ
Prelado del Opus Dei
PRESENTACIÓN
JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, a quien me referiré ordinariamente como el fundador del Opus Dei, el Padre —ya que así solíamos llamarlo— o san Josemaría, visitó México en 1970, del 15 de mayo al 23 de junio, acompañado de don Álvaro del Portillo[1] y don Javier Echevarría[2]. Fueron 40 intensos días que no se repetirían, porque fue la primera y única vez que estuvo en nuestro país. Se cumplen ahora 50 años de aquel suceso y parece oportuno recordarlo mediante estas líneas. Personalmente siento un deber de gratitud al transmitir lo que viví durante aquellas jornadas: tuve la fortuna de residir en la misma casa que él y puedo afirmar, con plena certeza, que aquel ha sido el acontecimiento que más ha marcado mi vida. Nunca antes había visto al Padre en persona ni tampoco lo volví a ver después. Pero estoy convencido de que, cuando se convive de cerca con un santo, bastan unos cuantos días para que la propia existencia quede transformada.
Casi siempre cuando se habla o se escribe sobre alguien que ha alcanzado la santidad, la descripción se centra en la parte espiritual o sobrenatural de su vida. En este caso, en cambio, me interesa destacar sobre todo —mediante anécdotas y sucesos de la vida ordinaria ocurridos durante su estancia en estas tierras— el aspecto humano de su personalidad. Como es lógico, lo espiritual aparecerá habitualmente, porque una de las características que el fundador encarnó fue la unidad de vida, según la cual lo humano y lo sobrenatural se funden armónicamente. Pero no quiero adelantar ahora ninguna descripción de su personalidad, sino dejar que el lector vaya descubriéndola mediante las narraciones que referiré y así saque sus propias conclusiones.
Aparte de los recuerdos personales, la principal fuente en la que me apoyo es una amplia relación de Pedro Casciaro —escrita a finales de 1978 y principios de 1979—, sobre la estancia del Padre en México. En 1970, don Pedro, como lo llamábamos, era el consiliario o vicario del Opus Dei para México, es decir, quien hacía cabeza en el país. Pero además, fue un testigo especialmente cualificado por la cercanía que tuvo con san Josemaría: él fue una de las primeras vocaciones de la Obra (como suele llamarse también al Opus Dei), allá por los años 30; convivió estrechamente con el fundador en momentos cruciales, como la guerra civil española; tenía una especial conexión con el Padre, caracterizada por una gran confianza, salpicada de sentido del humor por ambas partes; y conoció profundamente a san Josemaría por su natural capacidad de penetración psicológica. No deberá extrañar, por tanto, que don Pedro sea mencionado frecuentemente en estas páginas.
He contado también con el diario que José Inés Peiro, testigo presencial, escribió durante aquellos días y que recoge con gran acierto los sucesos de la vida diaria. Dos revistas especialmente dirigidas a personas del Opus Dei, hombres y mujeres, que relatan recuerdos familiares, como la estancia de san Josemaría entre nosotros, también me han aportado algunos detalles valiosos. Igualmente han sido abundantes los testimonios, orales y escritos, de quienes coincidieron con él en los diversos momentos de su paso por México, y que aparecerán a lo largo del libro. Mención especial merece la aportación de don Javier Echevarría —segundo sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei—, quien tuvo la precaución de tomar notas a mano de la oración del Padre en la Basílica de Guadalupe, durante la novena que realizó a partir del segundo día de su llegada, y que fue el suceso central de su viaje, como se explicará en su momento. Después de cada visita a la Virgen, don Javier —ordinariamente por la noche— pasaba en limpio aquellas anotaciones, cuyo texto completo no ha sido aún publicado, pero del que aparecerán aquí algunas partes significativas.
Existen tres libros que dedican, un capítulo cada uno, a la estancia de san Josemaría en México: Pedro Casciaro, Soñad y os quedaréis cortos (2008); Margarita Murillo Guerrero, Una nueva partitura (2009); y Rafael Fiol Mateos, Pedro Casciaro. Hasta la última gota (2020), todos publicados en Minos (México). Aunque algunos relatos incluidos en esos textos volverán a aparecer en este escrito, por ser especialmente significativos, he procurado reducirlos o ampliarlos según los casos, para evitar repeticiones o enriquecer la narración de los hechos. Agradezco a Rogelio Vega su apoyo para precisar algunos datos aquí referidos, y a Pilar Alvear sus observaciones para afinar la redacción final del escrito.
San Josemaría pasó la mayor parte de los 40 días en la Ciudad de México, viviendo en la sede de la comisión regional (el organismo de gobierno del Opus Dei a nivel nacional), en el barrio de Mixcoac. Solo se ausentó para estar cuatro días en Montefalco (cerca de Cuautla, Morelos) y ocho en Jaltepec (en la ribera de la laguna de Chapala), dos casas destinadas a actividades de formación —como retiros y convivencias—, dirigidas