Mexicano de corazón. Francisco Ugarte Corcuera
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Alguna vez, el Padre acudió también a la asesoría regional (el órgano de gobierno para las mujeres, dependiente del vicario) y a otros centros como Yacatia e Ipala, Dickens y Mercaderes. Pero las tertulias para grupos numerosos se llevaron a cabo en lugares con mayor capacidad: además de Montefalco y Jaltepec, la Escuela Superior de Administración de Instituciones (ESDAI), para mujeres, anexa a la Residencia Universitaria Latinoamericana (RUL); el Centro Internacional de Estudios Superiores (CIES o simplemente «centro de estudios»), donde se formaban jóvenes de la Obra, que colindaba con la comisión regional; la Residencia Universitaria Panamericana (RUP), para estudiantes varones; el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas (IPADE); y el Centro Escolar Cedros.
Los grupos asistentes a aquellas reuniones solían ser homogéneos para facilitar su mejor desarrollo. Lógicamente, muchas de ellas fueron específicas para las personas de la Obra —numerarios, agregados o supernumerarios, varones y mujeres[4]— y cabe resaltar que las tertulias con las numerarias auxiliares —quienes se ocupan de las administraciones— eran especialmente cálidas y espontáneas, como se verá en su momento. También resulta oportuno destacar la capacidad de san Josemaría para adaptarse a públicos tan variados, como podían ser los empresarios del IPADE o las personas del campo, en Montefalco. Puedo afirmar con toda seguridad que él se encontró feliz y completamente identificado con la gente, al punto de que en un momento dado comentó: «Ya soy mexicano de corazón... ».
Además de agradecer a la Virgen de Guadalupe que haya traído al Padre a México, acudo a su intercesión para que estos recuerdos y testimonios de hace 50 años ayuden a los lectores a encontrarse con Jesucristo, que fue siempre la meta y el deseo de san Josemaría.
EL AUTOR
Ciudad de México, 15 de mayo de 2020
En el 50 aniversario de la llegada
de san Josemaría a la República Mexicana
[1] Álvaro del Portillo nació en Madrid el 11 de marzo de 1914. Solicitó su admisión al Opus Dei en 1935 y desde muy pronto se convirtió en el más estrecho colaborador de san Josemaría. Doctor ingeniero de Caminos y doctor en Filosofía y Derecho Canónico. Fue ordenado sacerdote el 25 de junio de 1944. El el 15 de septiembre de 1975 sucedió a san Josemaría al frente del Opus Dei. El 6 de enero de 1991 recibió la ordenación episcopal de manos de san Juan Pablo II. Falleció el 23 de marzo de 1994 y fue beatificado el 27 de septiembre de 2014.
[2] Javier Echevarría nació en Madrid el 14 de junio de 1932. En 1948 solicitó su admisión al Opus Dei. Trabajó al lado de san Josemaría por más de 20 años. Doctor en Derecho Civil y en Derecho Canónico. Recibió la ordenación sacerdotal el 7 de agosto de 1955. En 1994, al fallecer Álvaro del Portillo, fue nombrado prelado del Opus Dei. El 6 de enero de 1995 fue ordenado obispo por san Juan Pablo II. Falleció el 12 de diciembre de 2016.
[3] Los centros del Opus Dei son sedes donde se organizan los medios de formación y la atención pastoral de los fieles de la Prelatura. Estos centros son de mujeres o de hombres. En cada uno de ellos hay un consejo local, presidido por la directora o el director, con al menos otros dos fieles de la Prelatura.
[4] En el Opus Dei existen modos diversos de vivir la misma vocación cristiana según las circunstancias personales de cada uno: solteros o casados, intelectuales u obreros, laicos o sacerdotes, etc. También son idénticas para hombres y mujeres las tres modalidades en que la vocación es personalizada según la disponibilidad personal (numerarios, agregados y supernumerarios).
1.
ANTECEDENTES Y PREPARATIVOS DEL VIAJE A MÉXICO
DOS ANUNCIOS Y UN VIAJE EXPLORATORIO
En el año de 1944, Pedro Casciaro formaba parte del organismo de gobierno del Opus Dei y era el director de la residencia universitaria la Moncloa, en Madrid. Había obtenido ya el grado de doctor en Ciencias Exactas y, junto con su marcada inclinación hacia la Arquitectura, había desarrollado muchas habilidades para afrontar tareas muy diversas, como las relacionadas con el servicio doméstico. Carmen, la hermana del fundador, ocupada en organizar la comida en el centro de Lagasca, solía acudir a Pedro para que le ayudara en ocasiones especiales. Así ocurrió un día de aquel año, en que el Padre había invitado a almorzar a unos eclesiásticos. El trabajo de aquella mañana fue intenso y Pedro se sintió mal, con dificultades para respirar y fuertes palpitaciones del corazón, que iban en aumento, lo cual le hizo pensar que moriría en aquel trance. Cabe advertir que Pedro era un tanto aprensivo y que, probablemente, aquella situación orgánica estaría aumentada por factores emocionales.
Avisaron a san Josemaría, quien lo conocía mejor que nadie, y después de darle la absolución le advirtió: «No te preocupes, esto no puede ser nada de importancia: tú tienes que ser sacerdote e ir a empezar la labor a un país muy lejano». Era lo último que Pedro esperaba escuchar en aquellos momentos y probablemente debió provocarle tal impresión que su estado cambió radicalmente: la taquicardia desapareció y poco después se encontraba totalmente recuperado. Pedro jamás olvidaría aquel primer anuncio de su futuro destino, que acabaría siendo México.
Dos años después, el 29 de septiembre de 1946, se ordenó sacerdote y recordaba cómo uno de aquellos días, caminando con el Padre,
desde la calle Villanueva hasta la de Diego de León, me dijo abiertamente que «había que brincar el charco» cuanto antes, que después de un tiempo de experiencia sacerdotal en España me mandaría a abrir camino en un país de América.
Después de ese segundo comentario, el fundador pidió a Pedro, en 1948, que emprendiera un largo viaje por varios países americanos —Estados Unidos, Canadá, México, Perú, Chile y Argentina—, con la intención de estudiar en cuál convendría iniciar la labor de la Obra. Estuvo en México del 9 de mayo al 10 de agosto de aquel año: conoció mucha gente, el país le entusiasmó y la Virgen de Guadalupe le produjo un especial impacto, al constatar la enorme devoción que el pueblo le profesaba. A su regreso a España dio cuentas al fundador y no disimuló su especial inclinación por el país que le había atraído especialmente. Y, en efecto, un año después, el 18 de enero de 1949, Pedro llegaría a México para comenzar el trabajo estable del Opus Dei en este país.
Don Pedro tuvo desde el principio una idea central que orientaba toda su actividad: realizar todo como lo había aprendido del fundador o, mejor aún, como el Padre lo hubiera hecho. Y esto explica que, desde su llegada a México, soñara con el día en que san Josemaría viniera a nuestro país y, conforme el tiempo iba transcurriendo, ese deseo cobraba mayor fuerza, también porque quería ver confirmado si el trabajo realizado era lo que él esperaba.
UN DESEO QUE NO PUDO SER
Pedro permaneció en México, como consiliario de la Obra, hasta 1958, año en que se trasladó a Roma. Volvió a nuestro país en 1966, ocupando el mismo cargo, y su deseo de que el Padre viniera a conocer el