Mexicano de corazón. Francisco Ugarte Corcuera
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Mexicano de corazón - Francisco Ugarte Corcuera страница 5

En aquellas circunstancias, don Pedro hizo un viaje a Alemania y de regreso pasó por Madrid para encontrarse con san Josemaría, quien le dirigió unas palabras significativas sobre su intención de venir a nuestro país:
Álvaro te puede confirmar que habíamos decidido no volver a Roma, sino desde Madrid mismo volar a México; pero ya ves que no es momento oportuno: mi presencia en México ahora os complicaría la labor apostólica; es mejor que ofrezcamos a Dios renunciar al viaje que tanto deseaba y ya verás cómo, pasado un poco de tiempo, me tendréis en México.
EL PELUQUERO DE PERICOS
Un año después, a principios de 1970, José Inés Peiro hizo un viaje a Roma para una estancia breve. En aquella época, el Padre se encontraba muy cansado, tanto por la vida de intensa labor apostólica que había llevado, como por la problemática situación que la Iglesia atravesaba, y que él veía de cerca y le hacía sufrir. Quienes le rodeaban procuraban que descansara, y una de las formas más eficaces para conseguirlo era la convivencia con sus hijos, especialmente cuando le contaban noticias que le alegraban. En su estancia en Roma, José Inés tuvo muchos encuentros de familia con el Padre, en los que le refería, con mucha gracia, aspectos variados de nuestro país, salpicados con anécdotas un tanto originales que lo hacían reír.
Entre aquellas anécdotas, le contó que él procedía de un pueblo pequeño de Sinaloa, llamado Pericos, en el que su padre era como el cacique y donde la gente tenía poca formación cristiana, porque la evangelización había tardado en llegar hasta allá. Después de haber pedido su admisión a la Obra y residiendo ya en Monterrey, fue a visitar a su familia y, aprovechando la estancia, acudió al peluquero del pueblo, su amigo, para que le cortara el pelo. Este le preguntó si estaba enterado del chisme que corría sobre él y, con la intención de tranquilizarlo, añadió que no se preocupara, que él ya había aclarado las cosas. El rumor que circulaba era que se metía de cura, y José Inés asegura que el peluquero le dijo: «¡Gente ignorante! Yo te conozco desde chiquillo, ¿y cómo vas a ser tú, sacerdote, si has pecado tanto?», con lo que había cortado el chisme por lo sano. A san Josemaría le hizo mucha gracia la anécdota y le comentó: «Ese hombre te dijo la verdad, hijo mío, porque tú y yo somos pecadores. Si no fuera por la misericordia de Dios, quién sabe dónde nos encontraríamos en estos momentos».
Tiempo después, cuando el Padre vino a México, encargó a José Inés: «La próxima vez que vayas a Pericos, lleva al peluquero de mi parte algo que le pueda gustar —unos chocolates, unos cigarros, lo que te parezca— y dile que le pido que rece por este pecador».
Cuando José Inés regresó de Roma y nos transmitió lo que había vivido en aquellas jornadas junto al Padre, en las que se notaba su interés tan grande por nuestra nación, las costumbres y tradiciones, la manera de ser de los mexicanos y, sobre todo, su cariño a la Virgen de Guadalupe, concluimos que no estaba lejos su venida a nuestro país, lo cual ocurriría apenas unos meses después.
UN RECADO PARA EL PADRE
Posteriormente, durante la Semana Santa, tuvo lugar en Roma el congreso UNIV para estudiantes universitarios de todo el mundo. Era la primera vez que las universitarias de México participaban. Antes de que salieran, según cuenta Chela García Verdeja, don Pedro les dio un recado para el fundador que ellas llevaron con enorme ilusión. El lunes santo pudieron acercarse a él y Cristina González Castaño le dijo: «Padre, somos mexicanas y traemos un recado: usted le dijo a don Pedro que cuando la región de México estuviera madura, iría a México. Y él le manda decir que ya es el momento». Chela añade que san Josemaría no dio una respuesta concreta pero que don Álvaro, al escuchar aquello, sacó de su sotana una pequeña agenda en la que anotó algo, que no supieron qué fue, pero ellas quedaron satisfechas por haber transmitido el recado.
«Me voy para México»
Don Álvaro del Portillo, que sucedió al fundador al frente del Opus Dei en 1975, contaría en 1977 cuál fue el motivo y el día en que san Josemaría decidió planear el viaje a México:
Corrían momentos muy duros, en los que el Santo Padre se lamentaba constantemente de la tormenta que se abatía sobre la Iglesia: ¡tantos descaminos, tantas almas desorientadas, tantas doctrinas perversas! Nuestro Fundador sufría enormemente ante esa desolación (…). Su dolor era tan grande, que muchas veces, sin espectáculo, lloraba. «A cierta edad —comentaba—, las lágrimas de los hombres queman las mejillas». Le sucedía especialmente al celebrar la Santa Misa, o durante la acción de gracias (…).
En esas circunstancias tan graves y dolorosas de la Iglesia, nuestro Padre reaccionó según su norma de conducta habitual: acudiendo a los medios sobrenaturales, ¡rezando y haciendo rezar! Y un buen día, en Roma, nos anunció de repente: «Me voy a México, a rezar a la Virgen de Guadalupe». Era el 1 de mayo de 1970.
Aquel mismo día, primero de mayo, comenzaba en la Residencia Universitaria Panamericana, en México, la VI Convención de residencias de estudiantes. Jorge Castro, que era miembro de la comisión regional y encargado de seguir aquel evento, se encontraba en la RUP cuando entró una llamada de don Álvaro del Portillo desde Roma —había querido hablar con don Pedro pero, por una confusión en los teléfonos, llamó allí— y Jorge se puso al habla. Don Álvaro le pidió que informara al consiliario que el Padre vendría cuanto antes, y que le acompañarían el propio don Álvaro y don Javier Echevarría. Especificó que deberían gestionarse los permisos de entrada al país (los tres contaban con pasaporte español y en aquella época no había relaciones diplomáticas entre México y España). Jorge se presentó inmediatamente con don Pedro, quien se encontraba hablando con una persona. Después escribiría sobre ese momento:
La noticia de la próxima venida del Padre, tan totalmente inesperada, me impresionó profundamente y fue tanta la emoción que no supe reaccionar externamente (...). Como instintiva reacción para reprimir la emoción que estaba penetrando hasta el fondo del alma, quise proseguir la entrevista interrumpida aparentando que nada había ocurrido. Pero desde ese momento nada pude entender de cuanto me refería mi interlocutor.
Posteriormente don Álvaro nos hizo saber, de parte del Padre, que su viaje tenía un carácter totalmente privado, que no deseaba que hubiera ninguna manifestación pública. Por otra parte, nunca se mencionó cuánto tiempo permanecerían en México.
PREPARATIVOS Y PREVISIONES
Don Pedro solicitó una cita con el presidente Díaz Ordaz, para informarle del viaje, y fue recibido el 6 de mayo por la tarde. El presidente estuvo muy cordial y comentó en tono de broma:
Yo le aseguro que las autoridades mexicanas tendrán el mayor respeto y consideración para Monseñor Escrivá de Balaguer, pero no puedo comprometerme a que la prensa no diga alguna majadería (...); lo de la prensa es cosa suya: rece y haga lo que pueda para que no le molesten. Por mi parte, haga saber a Monseñor que le deseo la estancia más grata posible en nuestra nación.
Cuando el Padre se encontraba ya en México, el presidente le envió una amable y respetuosa carta, augurándole días muy felices en el país.
Ernesto Aguilar Álvarez de Alba se encargó de tramitar todo lo referente a los visados, así como de las gestiones en el aeropuerto, para facilitar el proceso migratorio cuando el Padre llegara. Se guardó discreción sobre el viaje, entre otras cosas para evitar un recibimiento aparatoso que seguramente le desagradaría. La comunicación de la fecha de llegada a México se recibió el 12 de mayo y se preveía que sería el día 14, alrededor de las 10 de la noche, en un vuelo de Aeronaves de México.
Desde el mismo día de la primera llamada telefónica de don Álvaro en la que supimos que









