Medio Oriente, lugar común. Ezequiel Kopel
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Tanto antes como después de la Primavera Árabe, empezó a sonar el cliché de que “la libertad y la islamización no se oponen entre sí, sino que van de la mano”. Se empezó a repetir el mantra de que si el pueblo tiene la posibilidad de elegir, lo haría por el islam político. Si bien el islam es diferente a otras religiones, simplemente porque muchos musulmanes ven la política y la teocracia de manera distinta a quienes viven en Europa o Estados Unidos, la mayoría de los islamistas no son antidemocráticos. Más bien, son antiliberales políticos (Estados Unidos, Europa y hasta las monarquías del Golfo han visto a los partidos islamistas con considerable sospecha, debido a que la Hermandad Musulmana ha tenido una larga historia de posiciones vehementemente antioccidentales, incluida la negativa a aceptar el derecho del Estado judío a existir). Su visión de la gobernabilidad encuentra significado en la religión, situación que es incomprensible para las personas que viven en las democracias liberales.
El islam es particular, pues no siguió el trayecto del cristianismo en los Estados modernos occidentales: Reforma, luego Ilustración, más tarde secularización y, por último, democracia liberal. Se demuestra así que no hay una trayectoria lineal para todas las culturas. No obstante, una forma de juzgar la transición de sistemas dictatoriales a la democracia puede ser considerar cómo ha funcionado la normalización islamista en Túnez (donde se democratizó el país y hasta se llegó a producir una entrega ordenada por parte de los islamistas) o cómo cuando la propia Hermandad Musulmana egipcia estuvo en el gobierno mantuvo –después de años de prometer lo contrario– los acuerdos de paz con Israel (16).
En Medio Oriente hay millones de personas que piensan que el islamismo es la alternativa correcta para amoldarse a los tiempos modernos. Mientras muchos alrededor del mundo (incluso también en Medio Oriente) son escépticos con respecto a su introducción en los sistemas democráticos, es condescendiente y paternalista pensar que una religión como el islam seguirá la misma trayectoria básica que el cristianismo. El islamismo es una teoría moderna (impensada tiempo atrás), ya que en la era premoderna del mundo islámico el islam se interrelacionó con todos los aspectos de la vida pública y política. Fue la cultura legal y la moral pública sin parangón de la región durante siglos. Con el advenimiento del secularismo como idea competidora, por primera vez los musulmanes tuvieron que empezar a preguntarse cuál es su relación con el Estado. En ese sentido, el islamismo se desarrolló en oposición al secularismo.
El islamismo es el intento de reconciliar la ley islámica con el Estado nación moderno. El problema es que la ley islámica no fue diseñada para la actualidad sino para la era premoderna. Entonces, ¿qué se hace con algo que no estaba destinado a la era actual y se quiere adaptar a la era de las naciones Estado, en la que los sujetos se convirtieron en ciudadanos y las lealtades religiosas son reemplazadas por lealtades nacionales?
Ese es el gran dilema –muchas veces incontestable, otras veces en pleno desarrollo– que enfrentan los movimientos islamistas hoy en día. Si se considera que el liberalismo político –que privilegia las libertades y los derechos individuales junto a la autonomía personal– es un sistema de valores dentro de una sociedad liberal que ofrece neutralidad en materia religiosa, por el contrario, los sistemas religiosos de base legal –y conviene recordar que el islam es único en sus trazos de sociedad y Estado– buscan conscientemente restringir la elección en nombre de la virtud y la salvación (es preciso ser un buen musulmán)(17).
El islam es la más reciente de las religiones monoteístas, y el monoteísmo muchas veces –y específicamente tal como se desarrolló en la Edad Media– ha creado regímenes autoritarios. Solo vale recordar cómo en los siglos en que la Iglesia católica estuvo en su apogeo de influencia en Occidente, el poder político estaba en manos de papas, emperadores, reyes o una despótica elite. El monoteísmo antiguo, con su visión altamente categorizada del hombre y Dios, puede no ser en sí mismo totalmente compatible con la democracia, pero el monoteísmo occidental moderno se fue amoldando gradualmente a ella, llevado de las narices por los avances económicos, políticos, científicos y tecnológicos.
De las ideas a la realidad
El concepto de la separación de la Iglesia (mezquita) y el Estado no tiene relación con el pensamiento islámico, y se encuentra en contradicción con la esencia misma del islam, que es tanto una fe espiritual como legalista (18).La idea es totalmente ajena a la mayoría de la ortodoxia religiosa de dicho culto, e incluso muchas veces, cuando un partido político es secular en Medio Oriente, no se atreve a declarar públicamente que desea abandonar los principios básicos del islam.
Los partidos islamistas en el poder simplemente no pueden hacer las cosas que les gustaría hacer en un mundo ideal. La estructura del orden regional e internacional no lo permite. Mientras los países árabes dependan de las potencias occidentales para su supervivencia económica y política, habrá límites sobre hasta dónde pueden llegar los gobiernos elegidos, islamistas o de otro tipo. Si esa dependencia se debilitara a largo plazo, los islamistas probablemente seguirían una política exterior más ideológica y asertiva.
En la región es muy probable que hoy haya una mayoría que considere que el islamismo es la mejor opción para conciliar modernidad con tradición, y es difícil creer que no dependa de los mismos pueblos decidir qué es lo mejor para ellos a través de un proceso democrático. (No deja de ser interesante pensar esto en una época en que muchas personas, incluso fuera de Medio Oriente, están perdiendo la fe en la democracia liberal).
Los últimos 30 años han visto una tendencia diametralmente opuesta a la perspectiva mundial hacia la liberalización política en las naciones musulmanas de la región, muchas de las cuales han retrocedido desde el punto de vista de las libertades políticas y la democracia electoral. No es arriesgado sentenciar que las personas de Medio Oriente quieren que cierta naturaleza estructuradora del islam permanezca en la vida pública y política. Sin embargo, surge el problema de que si alguien no forma parte de la mayoría, siente que su propia identidad –no solo sus creencias políticas– está amenazada. Una robusta democracia puede ser una parcial solución para mantener cierto equilibrio, en el cual las personas puedan aprender a coexistir aceptando que algunas identidades pueden dominar el escenario por el momento, aunque no necesariamente para siempre. De lo contrario es, por lo menos, complicado pensar que no vayan a colapsar.
1. Christopher Buck, The Blackwell Companion to the Qur’ān, compilado por Andrew Rippin, capítulo 2, p. 20, Oxford, Blackwell Publishing, 2006.
2. BBC Bitesize, “Salvation in Christianity”, https://www.bbc.co.uk/bitesize/guides/zdwj382/revision/4.
3. Oxford Islamic Studies Onlines, “The spread of islam”, http://www.oxfordislamicstudies.com/article/opr/t253/e17.
4. John L. Esposito y John O. Vol, Makers of Contemporary Islam, p. 30, Nueva York, Oxford University Press, 2001.
5. Lesley Hazleton, The First Muslim: The Story of Muhammad, pp. 283-285, Nueva York, Riverhead Books, 2013.
6. Peter Jackson, The Mongols and the