Glitter Season. Victory Storm

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Glitter Season - Victory Storm

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de Papel! No existe ningún aspirante a escritor que no haya acudido a tu blog para pedir consejos o para buscar información sobre cómo ser un escritor establecido. ¡Sin tener en cuenta tus consejos!”

      “ ¿Conoces mi blog?”, le preguntó sorprendida Rachel.

       Abigail dudó por un momento como si temiera exponerse demasiado, luego decidió continuar y decir la verdad. Además, nunca había podido mentir y no hubiera querido comenzar ahora justamente con Rachel Moses, la gurú de los principiantes.

      “ No te acuerdas de mí, ¿verdad?”, le preguntó con temor.

      “ Tu rostro me resulta familiar pero no recuerdo donde te he visto antes”, admitió Rachel.

      “ Nos conocimos hace tres años en la librería de Liza Bennet, en el Club del Libro que tenía todos los miércoles por la noche.”

       Por fin Rachel se acordó de ella. Había ido sólo algunas pocas veces al Club del Libro de la librería Liza’s Books y siempre había sido una experiencia agradable.

      “ Si mal no recuerdo, incluso me habías pedido si podía leer un cuento tuyo”, se acordó Rachel.

      “ Sí.”

      “ ¿Me había gustado?”, Rachel no lo recordaba.

      “ Diría que no. Me escribiste un email en el que hiciste pedazos todo mi cuento, criticando las personalidades de mis personajes, el ritmo demasiado fragmentado y el final obvio… He llorado durante tres días por la desilusión.”

      “ Oh. Lo lamento”, intentó disculparse Rachel. La verdad era que, cuando se trataba de juzgar un manuscrito, ella no daba muchas vueltas y no se dejaba influenciar por los vínculos de amistad u otra cosa. A menudo, esa actitud fría y profesional le había hecho perder muchas amistades, pero a su vez le había hecho ganar la admiración de los escritores que intentaban mejorar o entender por qué las casas editoriales rechazaban sus escritos.

      “ Durante dos meses no pude escribir nada. Después volví a pensar en tus palabras y seguí tus consejos. Trabajé muy duro y el año pasado te pregunté si podías leer otro de mis cuentos. Aceptaste y me has felicitado porque no tenía errores y por la fluidez del texto. Sin embargo, en tu opinión, todavía no estaba listo para ser publicado.”

      “ Lo lamento… recibo muchos textos para leer y a veces no me doy cuenta de…”

      “ Quédate tranquila. No estoy enojada. ¡Es más! Estoy contenta porque me has ayudado muchísimo, pero sé que el camino es todavía muy largo. Si un día escribo un buen cuento, quisiera que fueras tú quien lo publique”, dijo Abigail con una gran sonrisa de gratitud.

      “ Me sentiría honrada”, le sonrió Rachel. Finalmente entendía el comportamiento de Abigail durante los últimos meses y se sintió aliviada de saber que no la odiaba. En general, muchos escritores la llenaban de insultos cuando no estaba convencida de la calidad de sus manuscritos.

      “ Es por ello que espero de todo corazón que continúes trabajando aquí. Yo también sueño con ser una editora o una escritora exitosa, en lugar de la “Muchacha de las copias”, como me llaman aquí, pero me doy cuenta de que tú eres mucho más inteligente que yo y te mereces ese ascenso que Norman pronto te dará.”

      “ Sí, pero Mara...”

      “ Mara es una víbora e intentará sacarte de su camino a toda costa porque se dio cuenta que Norman tiene debilidad por ti. Por ello, ten éste pendrive. Adentro hay una copia de todo el trabajo que has hecho durante estos meses y el informe que has fotocopiado esta mañana”, le dijo Abigail dándole un pendrive Kingston.

      “ Gracias. No había necesidad.”

      “ Probablemente, pero algo me dice que de esto dependerá tu futuro aquí dentro”, le susurró la muchacha en voz baja, antes de salir del baño. “Y en cuanto al amor, hoy es San Valentín.”

      “ Es un día como cualquier otro”, dijo Rachel que odiaba el romanticismo de esa fiesta.

      “ Sí, pero no aquí dentro. Tienes que saber que hice las prácticas aquí el año pasado y recuerdo muy bien lo que sucede.”

      “ ¿Qué quieres decir?”, preguntó curiosa Rachel.

      “ Hoy es el cumpleaños del jefe y, como todos los años, vendrán a saludarlo sus hijos.”

      “ ¿Y?”

      “ ¿Has visto los ojos de Norman Carter?”

      “ Sí”, suspiró Rachel enamorada. Su jefe tenía unos ojos bellísimos, verdaderos imanes para cualquier mujer. Era imposible quedar indiferente a esa mirada magnética color verde musgo, de un tono claro, tendiente al gris.

      “ Bien, sus cinco hijos tienen sus mismos ojos. Del mismo color y con el mismo encanto. ¡Verás, vas a perder la cabeza!”

      “ No, yo no”, le aseguró. Se acababa de prometer que cerraría su corazón a todos los hombres y no tenía intenciones de volver atrás.

       Lo único que estaba dispuesta a hacer, era encontrar a Richard Wayne, un aspirante a escritor de mucho talento con quien mantenía una relación de amistad desde hacía casi un año.

       Finalmente habían decidido encontrarse y, ya que ambos iban a estar solos esa noche, habían pensado festejar juntos San Valentín. Nada más.

      “ ¿Apostamos? La que pierde paga un almuerzo en Powell’s con una buena compra de libros en la librería.”

      “ ¡Perfecto!”

      2

      “ ¿Rachel, has traído el informe que te he pedido? Es importante. Quiero volver a leerlo antes de enviarlo por fax. Tengo tiempo hasta esta noche. Y tráeme también los últimos comprobantes de los que hablamos esta mañana.”, graznó la voz de Norman Carter a través del intercomunicador.

      “ ¡Voy de inmediato!”, exclamó Rachel, tomando apresuradamente toda la documentación que le había pedido.

       Por suerte era una persona ordenada y siempre estaba un paso delante de su jefe. De esa forma, nunca hacía esperar a Norman.

       Corriendo, tomó los expedientes y corrió hacia la puerta para ir a la oficina de su jefe.

       Pero por el apuro no vio a la persona que estaba delante a su puerta y le cayó literalmente encima.

       En el choque, se le cayó toda la documentación, que se esparció desordenadamente por el suelo.

      “ Pero demonios…”, estaba por decir cuando se encontró frente al hombre que tenía delante.

       Por unos cuantos segundos no consiguió reaccionar.

       La belleza de ese hombre la golpeó con la violencia de un tsunami.

       Era alto, poderoso, con músculos bien marcados que parecían querer romper el uniforme azul que llevaba puesto y sobre el que tenía puesto la placa de los bomberos de Portland.

      

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