Su Lobo Cautivo. Kristen Strassel
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Quería protegerme.
—Tú deberías irte a casa también, Trina —dijo Kiera, en un último intento para que me fuera.
Me agaché y le di una palmadita en la cabeza al perro.
—Ya estoy en casa.
Aquella veterinaria me odiaba y no tenía ni idea de por qué. La factura iba a ser altísima, pero al parecer eso no cambiaba nada. Para querer tanto a los animales, se quejaba mucho por ayudar a los que más la necesitaban.
Llegó tarde y no se disculpó, pero sí tuvo tiempo para tomar un café.
—Me enteré de la pelea de perros de anoche. —Suspiró al abrir su bolso—. Todo el pueblo sabe demasiado sobre ello.
—El sitio estaba a reventar. —Me estremecí al recordarlo.
—Ahora están todos histéricos. Acusándose de estar ahí y delatándose unos a otros.
—Bien. No se me ocurre un mejor grupo de gente para eso. —Abrí los cerrojos de las jaulas y les hice gestos a los perros para que salieran—. No sé cómo estarán por dentro, pero creo que las heridas externas se van a curar. Un par de buenas comidas no les vendrán mal. —Mi amigo de ojos azules se puso a mi lado y yo le revolví el pelo de la cabeza.
—No olvides que dependes de las donaciones de esa gente. —dijo mirándome, antes de agacharse para examinar al primer perro. En ese momento le hubiese metido un puñetazo. Siempre conseguía hacerme sentir como un chicle en la suela de su zapato. No entendía por qué había elegido ser veterinaria. Tendría la misma conmiseración que podría tener Ryker—. No se paga a la gente con voluntad o buenas intenciones.
—¿Te preocupan estos perros o con tu cuenta bancaria? —Ojalá hubiera otra persona a quien pudiera llamar. Estábamos demasiado lejos de la ciudad para que otros veterinarios vinieran.
—Creo que la respuesta es obvia.
Sí, lo era. No respondí, solo quería que se fuera lo antes posible. Que me diese el diagnóstico, las recetas, y que saliese tan rápido que ni la puerta le pudiera golpear el culo.
Se quitó el estetoscopio de las orejas.
—No son perros. Son lobos.
Mierda.
Cinco
Shadow
El ruido de cristales rompiéndose en el vestíbulo nos despertaron a todos en el refugio.
—¿Pero qué coño? —dijo Major, abalanzándose contra los barrotes de su jaula. Sobre el estruendo del refugio, el asalto continuaba. El asaltante golpeaba a ritmo constante, rompiendo su arma contra cualquier cosa que se interpusiera en su camino. La madera se partió, y sonó un golpe de metal.
—Son los matones de Ryker —respondí. No podía verlos, pero no tenía la más mínima duda—. Puedo olerlos.
El mal tenía un olor muy distintivo, como si un ácido me quemara las fosas nasales. Encerrados en esas jaulas no podíamos hacer nada por detenerlos.
Los chicos de Ryker solo querían mandar un mensaje. Por el momento.
Incluso después de descubrir que éramos lobos, nos mantuvo ahí. Dijo que no podía liberarnos hasta que estuviéramos bien recuperados para sobrevivir. No había un objetivo más suculento en Sawtooth que un lobo enfermo.
—Malditos cobardes —gruñó Baron, con la nariz apoyada en los alambres—. Atacan el refugio cuando es a nosotros a quienes quieren.
—Trina lo metió en la cárcel —le recordé.
—Cuando salgamos de aquí, ni que decir tiene que ese mamón se va a llevar lo suyo —añadió Dallas—. Ha atacado a nuestras dos manadas. Deberíamos hacerlo juntos.
Major me miró fijamente. Nunca se había mordido la lengua para señalar lo débil que pensaba que era. Teníamos estilos diferentes, y el mío pasaba por dejar que mis hermanos fueran parte vital de mi equipo. Pero ahora solo le quedaba X, que no había pronunciado palabra alguna durante el ataque. Hacía lo que se le pedía, lo que fuera, y nunca miraba atrás.
—Es buena idea. —No cedí ante el desafío—. Nos movemos en círculos diferentes, y conseguiremos más información. Nadie esperaría que trabajásemos juntos.
—Solo puede haber un líder. —un «sí» en palabras de Major.
—Lo sé. —Le miré con agudeza—. Veremos quién.
—¡Hostia puta! —A Kiera se le cayó la taza de café, fue la primera que apareció en lo que había sido la puerta—. ¿Qué coño ha pasado aquí?
—¡Ve a mirar los animales! —Trina corrió por la habitación—. Mira que todos estén bien.
Nuestras jaulas estaban en la sala delantera, y el refugio repleto. Los demás animales ladraban y gemían a las humanas, alertándolas del ataque.
—¿Por qué harían esto? —Lyssie se quedó parada. Algo me decía que no era la primera vez que lidiaba con violencia gratuita—. Es un refugio para animales.
—Hemos cabreado a alguien. —Kiera salió de la sala de jaulas—. Todos parecen estar bien por aquí. Están asustados, pero no heridos.
—Sí, por aquí también. —Trina se detuvo en medio de nuestras jaulas—. Yo he recibido algunos empujones en la ciudad desde la pelea de perros. Me dijeron «no cagues donde comes», entre otras lindezas.
—Se nos pinchó una rueda al salir del trabajo el día después del rescate —añadió Lyssie, rodeándose la cintura con los brazos—. No le di importancia, pero ya no me parece una coincidencia.
—Tengo que llamar a Randy —suspiró Trina mientras abría nuestras jaulas—. Pensad en cualquier otra cosa rara que hayáis visto desde aquella noche. Tenemos que contárselo todo, sin excepción. Si alguien os ha mirado mal, decidlo. No es momento de callarse. Podemos con esto. Va a ser difícil, pero nadie nos va a coaccionar para que no hagamos lo que debemos por estos animales.
Me mataba saber que las habíamos puesto en peligro solo por estar ahí. Si fuera humano, le insistiría para que se alejaran de nosotros. No tenían ni idea de lo que Ryker era capaz de hacer. Él mordía más que ladraba.
Pero si fuera humano, podría protegerlas.
Las chicas se dejaron la piel limpiando la habitación delantera, intentando que todo volviera a la normalidad. Barrieron los cristales rotos, tapiaron las ventanas y arreglaron todo lo que pudieron. Nadie vino a ayudarlas. No me sorprendió. Trina llamó al departamento de policía, pero las otras dos apenas dijeron nada mientras trabajaban. Eso tampoco fue muy sorprendente.
No conocía