Afganistán. Jorge Melgarejo
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Afganistán
La guerra enquistada
Jorge Melgarejo
AFGANISTÁN
La guerra enquistada
Primera edición: noviembre 2020
© Jorge Melgarejo
© de esta edición:
Laertes S.L. de Ediciones, 2020
www.laertes.es
Fotografías: Jorge Melgarejo
Diseño y composición: JSM
ISBN: 978-84-18292-17-0
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A Jorge Alejandro
Este libro está dedicado a todos los periodistas y en su conjunto a quienes en algún momento decidieron vivir la aventura de Afganistán y que me escogieron para compartir mil arduas situaciones por un solo instante grato; suficiente para que valiera la pena.
Carlos Bosh, Ignacio Barjau, Miguel García, Jaume Bartroli, de TV3, por su gran profesionalismo y exquisito sentido de la amistad.
Julio Fuentes, de El Mundo, asesinado en la carretera Jalalabad-Kabul, en homenaje a la abrumadora humanidad que le invadía y a sus largas charlas nocturnas. Hablaba solo y dormido, tal vez fuera consecuencia de sus temores.
Alfonso Rojo, camuflado, parecía un afgano más.
Ana González, dejó de cuidarse para velar por mí, en los tiempos de la malaria, nunca se quejó.
Catty Cannon y Joe Gal, de Canadian Press y Horchi Bei, de Japan Press. A los tres, en recuerdo por habernos salvado la vida mutuamente en las montañas del Nuristán. Catty también, después caería herida en «combate».
Georgina Higuera, de El País, por ahumarme con sus gigantescos puros (cubanos según ella), despertando la curiosidad de los afganos.
Ernesto Atanasio, de TVG, gallego hasta la médula.
Juan Carlos Vásquez, de Edith Media TV (actualmente en CNR TV), sus monerías alegraban la vida a los muyahidines.
Stan Boiffin Vivier, de Le Fígaro; jamás olvidaré su envejecido trozo de queso.
Juan María Calvo Roy, de EFE, por haberlo intentado.
«Q». Saqamaki, extraordinario fotógrafo y mejor amigo, el más osado, vive en Nueva York, si pierdes su dirección, búscalo en cualquier guerra.
A Soraya Malik, nieta de Amanullah, rey de Afganistán, por su cálida e inigualable amistad.
Especialmente al querido y recordado Mr. Shaffi, conductor y amigo en Peshawar, que durante años me condujo y me ayudó a descubrir los secretos de Pakistán y los laberínticos senderos del Pastunistán, sin él todo hubiera resultado más difícil. «Crazy pathan’s» —pathanes locos— decía, él era un gran pathan.
...a los afganos que me protegieron abriéndome las puertas que conducen a los intrincados caminos de Afganistán, algunos de los cuales perdieron la vida en el cometido.
Este es un relato basado en hechos reales, incluye fotografías y algunos datos delicados, por esas razones ciertos acontecimientos, localizaciones y personajes han sido distorsionados con el fin de ocultar identidades y dejar en el anonimato a personas susceptibles de sufrir represalias.
Intentar comprender lo que ocurre hoy en Afganistán es casi imposible sin un conocimiento mínimo de lo acontecido en los últimos cuarenta años, cuando los entresijos étnicos y las variadas injerencias extranjeras han ido marcando el devenir del país. Intentar dilucidar el porqué y el cómo se ha llegado hasta aquí no resulta fácil.
Reconocer la cultura, indagar en sus costumbres y tradiciones, intentar entender su idiosincrasia es una experiencia fascinante y enriquecedora que obliga al viajero a preguntarse por su propia identidad y a revisar mucho de lo que tenía por cierto y único.
Hurgar en las heridas, en los horrores y dramas producidos por sus guerras no es una tarea agradable, olvidarlas podría implicar una fácil e imperdonable invitación a la indiferencia y ello sería aún peor que el genocidio, guerras que mayormente fueron y son producidas por interferencias de terceros. Al entretener la mirada en las heridas de un pueblo asediado por conflictos bélicos los cuestionamientos se agudizan y la fascinación se mezcla entonces con el horror, y esos son los sentimientos que por lo general carga en su magro equipaje el corresponsal de guerra.
Quienes hemos recorrido las duras montañas de Afganistán, procuramos descifrar lo ocurrido en el territorio. Las historias de los pueblos nos pertenecen, tanto como sus miserias y sufrimientos.
Prólogo
¿Cómo se puede combatir contra unos hombres que cuando se les apunta con un fusil sólo ven las puertas del paraíso? Así definía a los afganos el teniente general británico George Molesworth que luchó allí en las guerras anglo-afganas cuando abandonaba el territorio sin haber podido conquistar y mucho menos rendir a sus pobladores. En la mente de conquistadores e invasores quedará perpetuado eternamente el señalado adagio: «Los ejércitos llegan a Afganistán para fracasar».
Nacidos en un entorno de difícil supervivencia, los afganos nunca le dieron mucha importancia a la posición estratégica que ocupaba su territorio en el enclave de Asia Central, y sólo las sucesivas invasiones y los intentos de conquista les colocaron finalmente en el parámetro exacto de quienes son codiciados por su posición geoestratégica, entonces, las tradicionales luchas étnicas y tribales entraron en un receso y todo el esfuerzo común lo dirigieron hacia la expulsión de los enemigos del momento.
En el mapa geográfico del siglo xx, Afganistán se encontraba en medio de una zona convulsionada, de países vecinos enfrentados entre sí o con francas intenciones de expansión política, territorial, religiosa o con ansias imperialistas. Pakistán, desgajado de la India y con evidentes problemas internos y con el conflicto por Cachemira enquistado y sin resolver que ha dejado ríos de sangre y miles de muertos; la enigmática China; Irán, enfrascado en una lucha político-religiosa de la que nadie arriesga a predecir un final cierto; por último, la antigua y desaparecida URSS, que intentó escribir a sangre y fuego la historia reciente de Afganistán. Todo ello conformaba un territorio con explosivas fronteras de cuyos moradores y no sin razón se ha dicho refiriéndose a su marcado orgullo y excesiva altivez «llevan un rey en su interior».
En la década de los setenta, Kabul se convertía en el paraíso del hipismo internacional