Afganistán. Jorge Melgarejo
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La situación económica, visiblemente deteriorada, contribuyó al descontento generalizado y desembocó en la muerte de más de cien mil personas por la falta de alimentos, la mayoría en el nordeste del país.
El 17 de julio de 1973, aprovechando el descontento, la confusión y las oleadas de protestas el príncipe Daud, primo y cuñado del rey y que veinte años antes ocupara el cargo de primer ministro, aprovechando la ausencia del rey Zhair Shah en viaje por Europa toma el poder con la ayuda de oficiales nacionalistas y comunistas y proclama la república. El rey Zahir Sha y su familia se exilian en Italia, exilio que duraría cuarenta años cuyo sostén sería sufragado generosamente por el rey de Arabia Saudita, según datos aportados por los afganos radicados en Italia, con la nada despreciable cantidad de cincuenta mil dólares al mes.
Desde entonces se desató una oleada de asesinatos como el del ex primer ministro Maywandwal, hallado muerto en su celda poco después de ser detenido. Daud pretende quedarse solo e intenta desprenderse de aquellos que le ayudaron a tomar el poder; intenta ir más lejos: ordena y lleva a cabo la detención de cientos de religiosos e islamistas. En su afán por perpetuarse en el poder, promulga una nueva constitución, se hace elegir presidente por seis años y renueva todo su gabinete, rodeándose de personajes no tanto fieles a su política sino a su propia persona y logra aplastar el primer intento de rebelión en el Panjshir.
En 1977, las dos fracciones del Partido Democrático del Pueblo Afgano —comunista—, en parte abandonado por su aliado del primer momento, el príncipe Daud, y presionado por sus amigos de Moscú, se unifican tan sólo dos meses antes del golpe de Estado que les llevaría al poder.
Meses antes del golpe, prominentes dirigentes comunistas, sobre todo de la facción Parcham, entre los que se hallaba el futuro presidente Mohammad Najibullah y más afines a la política de la URSS, pasaron a engrosar las filas de la KGB. Según líderes de las dos fracciones, tradicionalmente enfrentados, la unificación se llevó a cabo por imposición directa de la URSS que exigía, como condición principal y previa al golpe, la pacificación interna.
El 27 de abril de 1978, los militares comunistas y sus seguidores guiados secretamente por sus asesores soviéticos, dieron el golpe de Estado.
Daud y casi todos los miembros de su gabinete y colaboradores fueron asesinados; los militares y los adeptos del partido comunista tomaron el poder e hicieron la entrega de éste a Taraki, líder de la facción Khalq del partido.
Antes de finalizar el mes de junio y a pesar de los esfuerzos de Moscú para que la tímida reunificación continuara, ésta se rompió discretamente y los miembros del grupo Parcham, liderados por Karmal, quedaron en minoría y los miembros más relevantes de la misma fueron enviados al extranjero en misiones diplomáticas.
Las luchas intestinas por el poder entre las dos fracciones comenzaron casi desde un principio, mientras el descontento popular aumentaba paulatinamente. La URSS, que organizaba y dirigía el sistema de seguridad, no pudo evitar ni prevenir la oleada de protestas, y la mayoría de los opositores al régimen fueron reprimidos violentamente.
A mediados de julio comenzó la primera insurrección en el Nuristán, seguida de la detención de importantes militares bajo el cargo de traición.
En diciembre de 1978 y dado el cariz de los acontecimientos y tratando de prever futuras acciones, la URSS y el régimen comunista firmaron un acuerdo de ayuda mutua y de buena vecindad, cuyas cláusulas dieron suficiente margen de maniobrabilidad a los técnicos y asesores soviéticos para actuar con cierta legalidad.
Desde comienzos de 1979, la represión se incrementó y extendió a todas las capas sociales, y ante la mínima sospecha de conspiración, la población era detenida, cuando no asesinada. Estas acciones originaron las primeras oleadas de refugiados que huyeron hacia Pakistán. El secuestro y asesinato del embajador estadounidense Adolph Dubs produjo momentos de grandes tensiones, a los que seguiría el fallido y tristemente célebre levantamiento de Herat, populosa ciudad cercana a la frontera con Irán. Este levantamiento dio lugar a la primera intervención de las fuerzas soviéticas. La aviación bombardeó la ciudad, y según estimaciones, alrededor de treinta mil personas perdieron la vida. Para entonces, Afizullah Amín pasó a ocupar el cargo de primer ministro y a él se culpa de las sangrientas acciones de represión sobre la etnia hazara en Kabul, después de un intento de levantamiento protagonizado por ésta, a la que seguiría otro intento de amotinamiento dirigido por algunos miembros del ejército, que fue inmediatamente sofocado.
Las conspiraciones, traiciones y luchas internas surgidas en la propia cúpula del poder dieron lugar a controvertidas informaciones. Debido a las grandes distancias entre ciudades y fundamentalmente a la falta de medios de comunicación, la mayoría de la población no recibía más información que la proporcionada por el propio régimen; pero las grandes divergencias se dejarían traslucir de una forma fehaciente el 14 de septiembre, cuando el presidente Taraki, a su regreso de unas conversaciones con Brézhnev en Moscú, fue asesinado por su primer ministro Jafizulá Amín, quien pasaría a ocupar la jefatura del Estado y del partido.
Mientras tanto, las sublevaciones se multiplicaban. La más importante de éstas tuvo lugar en la región de Paktya, cercana a la frontera con Pakistán, y fue violentamente sofocada por las tropas gubernamentales, tácticamente dirigidas por sus asesores rusos. De esta sublevación y de reuniones que siguieron a la sublevación salieron elegidos algunos de los grandes comandantes que en el futuro dirigirían las operaciones militares de los muyahidines.
Dos meses después de que el presidente Amín exigiera la retirada del embajador soviético en Afganistán bajo la acusación de intentar derrocarle, el 25 de diciembre de 1979 los primeros tanques rusos irrumpieron en Afganistán (invocando el tratado de amistad firmado con anterioridad), ante la protesta generalizada de los organismos internacionales y de las democracias occidentales.
Aún no está suficientemente esclarecido si la llegada de las fuerzas rusas obedeció a las intenciones de aplastar los amotinamientos que se multiplicaban por todo el país y que hacían tambalear al régimen o para intentar pacificar la pugna en el seno del partido comunista. Acontecimientos posteriores señalarían que ambos eventos viajaban en la cartera de los asesores.
A la llegada de las fuerzas soviéticas, Amín fue eliminado y Babrak Karmal, líder de la fracción Parcham del partido comunista, entre cuyas características principales figura la indiscutible fidelidad a la URSS, fue instalado en el poder, lo cual dio origen a uno de los mayores éxodos conocidos en la historia de la humanidad y del acontecimiento bélico que entre otros nefastos adjetivos, se perpetuaría con el nombre de «la guerra olvidada».
Cuando un periodista logra atravesar, clandestinamente, las fronteras de Afganistán, los factores que pueden motivarle a ello van desde la curiosidad personal hasta el afán por conseguir informaciones fidedignas. En un gran porcentaje, los periodistas no desconocen el riesgo ni las posibles consecuencias de su incursión, basando sus acciones en conocimientos y experiencias adquiridos en otros conflictos, en la buena suerte y, sobre todo, en la confianza ciega de que si algún suceso extraordinario les alcanzara, podrían contar con la comprobada solidaridad de sus colegas, pero también en más de una ocasión fue lamentablemente necesario que las vicisitudes, cuando no la muerte de un periodista, ocuparan las primeras páginas de los periódicos para que los ojos del mundo se detuvieran, aunque tan sólo fuera por un momento, en una de las regiones más castigadas por un conflicto bélico. El mal, de compleja erradicación, lo es aún más en una zona de difícil acceso. Afganistán, localizado geográficamente en Asia Central,