La decadencia del relato K. Darío Lopérfido
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Los militantes kirchneristas, financiados con la plata de todos, se convirtieron en una manada de fanáticos que defienden lo indefendible. Defienden a Cristina Kirchner porque Cristina paga la lealtad con dinero. Los trabajadores honestos del país se vieron cada vez más perjudicados, cada vez más odiados. La política pasó a atravesar nuestra vida diaria y aún hoy nos tiene estancados en un odio visceral que será difícil de erradicar. Se separaron familias, se separaron parejas, se separaron amistades. Antes de los Kirchner, los argentinos no nos odiábamos. Comprendíamos que todos juntos debíamos luchar por un país mejor.
El kirchnerismo cometió un gravísimo pecado: creó una legión de fanáticos que no razona. Consideran al otro un enemigo y quieren eliminarlo. Eso demuestra una precariedad intelectual sin parangón. El kirchnerismo convirtió en fanática a mucha gente, o alimentó el fanatismo previo; como me gusta llamarlo, el montonerismo tardío. Lo peor del fanatismo es que genera una espiral de violencia de la cual es muy difícil salir. Recordemos a Perón, que desde el exilio incentivó a los grupos armados como Montoneros, ERP y otros, y al volver a gobernar estos grupos le exigieron que la “revolución” sea llevada adelante desde el Estado. Como Perón hizo caso omiso, se terminó con la Triple A y, finalmente, con una dictadura.
Afortunadamente, en la actualidad no hemos vuelto a esos niveles de violencia. Pero el kirchnerismo ha generado un monstruo difícil de controlar. En la actualidad, para una organización social cortar una calle y hacer un piquete es tan fácil como para cualquiera de nosotros cambiarse las medias. Las organizaciones sociales están tomando tierras, usurpando la propiedad privada. De tanto defender las minorías, de tanto dinero derivado hacia ellos para ganarlos como adeptos, hoy esos adeptos se convirtieron en vecinos incómodos (por decirlo diplomáticamente). Milagro Sala usó el dinero para enriquecerse, comprarse Mini Coopers y Smarts, construir casas y otorgarlas a cambio de obediencia (que implica, directamente, trabajar para ella). Si no se hacía lo que ella mandaba, se perdía la casa. Dejamos que crecieran los “pueblos originarios” en el sur y hoy toman tierras, vandalizan iglesias y queman casas. Dejamos que creciera un Juan Grabois, y hoy lo tenemos usurpando terrenos y campos para hacer la supuesta “revolución agraria”.
La forma de hacer política del kirchnerismo, usando a todas las minorías para su proyecto de poder mafioso, ha dividido y enfrentado a la sociedad, y ha hecho que nuestra civilización se convierta en barbarie. Y ahí vemos la decadencia del relato K. Ellos incentivaron el odio y hoy no lo pueden controlar. Se les fue de las manos. Plantearon que el Estado resolvería los problemas de las minorías y no ha hecho más que exacerbarlos. Hoy, Argentina es tierra de nadie. Todo puede pasar.
Lo sorprendente de la situación es que hay vastos sectores que se debaten entre absurdas apelaciones al “fin de la grieta”, sin explicar cómo se termina la grieta con gente que quiere terminar con la república.
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