Prevención del delito y la violencia. Franz Vanderschueren
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La neuro-plasticidad, o plasticidad cerebral, es la habilidad del cerebro de modificar sus conexiones. Sin esta habilidad, el cerebro no sería capaz de desarrollarse desde la infancia a la adultez o no podría recuperarse de una lesión. En consideración de lo anterior, el cerebro es capaz por lo tanto de “repararse a sí mismo”. Tal como fue mencionado previamente, para bien o para mal, las zonas del cerebro directamente relacionadas con la regulación de la conducta están dentro de las que más influencia tienen del medio y la experiencia. De este modo, nuestro cerebro siempre en evolución, podría beneficiarse de intervenciones orientadas a la regulación emocional, a la tolerancia a la frustración y el control de impulsos, elementos centrales en el exitoso ajuste a la vida en sociedad.
Tratamiento en adolescentes infractores de ley
Históricamente las distintas sociedades han oscilado en el péndulo de creer, por un lado, que los adolescentes infractores de la ley deben ser recluidos y así proteger a la sociedad de ellos, y por otro, creer que los jóvenes infractores de ley debieran ser protegidos por el Estado y ser previstos de las oportunidades y tratamientos que permitan su adecuada inserción a la sociedad. Del mismo modo, la discusión de las políticas públicas sigue el mismo patrón, oscila entre ofrecer tratamiento e implementar el castigo. Lamentablemente, los estudios que han investigado la eficacia de los tratamientos en jóvenes ofensores y la reducción de futuras conductas delictivas son inconsistentes. Algunos estudios muestran mejoría luego de una intervención, sin embargo, otros muestran escasos resultados. El principal origen de esta inconsistencia está asociado a la variabilidad de los tratamientos e intervenciones, que van desde terapia psicológica individual o sistémica, hasta exponer a los adolescentes a las duras consecuencias de la vida en la cárcel. Sin embargo, a pesar de las inconsistencias en investigación, los resultados tienden a mostrar que una política de justicia juvenil restaurativa tiene el potencial de disminuir la reincidencia delictual.
Hasta ahora, los resultados más promisorios han sido mostrados por la Terapia Multisistémica (TMS), definida como una terapia psicosocial intensiva, focalizada en la familia y basada en la comunidad, que parte de la premisa de que cada caso debe ser manejado de forma diferente, acorde a las necesidades y desafíos de cada individuo. La TMS se focaliza en la promoción de actividades prosociales, que ha sido investigada y estudiada en una decena de estudios, mostrando siempre ser una terapia efectiva en el tratamiento de jóvenes infractores de ley (Henggeler, 2012; Borduin, 1995).
A pesar de los buenos resultados, no hay duda que la prevención de la conducta delictiva tiene mayor impacto en una sociedad que el tratamiento posterior. Las intervenciones proactivas en la temprana infancia son probablemente la pieza central en la reducción de las futuras conductas delictivas.
Estimulación de las funciones ejecutivas
Como vimos previamente, la evidencia científica ha demostrado que la finalización del desarrollo de los lóbulos frontales no ocurriría si no hasta más allá de los 18 años, por lo que, basado en esa premisa, se entendió por mucho tiempo que no había mucho que hacer para la estimulación de funciones cognitivas superiores, ya que de algún modo dicha evolución se daría espontáneamente conforme evoluciona la persona. Las funciones ejecutivas –relacionadas con el autocontrol, la disciplina, la perseverancia y el control atencional– son funciones cognitivas dependientes del funcionamiento de los lóbulos frontales, que se han visto estrechamente relacionadas con un adecuado ajuste social futuro, y la buena noticia es que las funciones ejecutivas si pueden ser estimuladas y mejoradas. Un estudio longitudinal basado en el seguimiento por 32 años de 1.000 niños y niñas nacidos en la misma ciudad (Moffitt, 2011), mostró que tener mejor autocontrol durante la infancia (niños y niñas más perseverantes, menos impulsivos y con mejor regulación de la atención), presentaron durante la adolescencia menos probabilidades de presentar conductas de riesgo, presentar embarazos no planificados y abandonar el colegio, y como adultos presentaron mejor estado de salud, salarios más altos y mejores trabajos, menos problemas legales y en general una mejor calidad de vida, que aquellos que tenían peor control inhibitorio durante la infancia. Todos estos resultados controlados por nivel intelectual, sexo, clase social y circunstancias socio-familiares. La autora concluyó que las intervenciones para conseguir incluso pequeñas mejorías a nivel de las funciones ejecutivas, tienen la capacidad de influir en la mejoría de salud, bienestar, economía y tasas de criminalidad de una nación completa.
Muchos estudios realizados por varios investigadores, pero en especial, el trabajo llevado a cabo por Adele Diamond, ha mostrado evidencia de que las funciones frontales en efecto, pueden ser potenciadas y mejoradas, incluso desde edades tan tempranas como los cuatro años (Diamond, 2007, 2010, 2011, 2015). Distintas actividades, como por ejemplo entrenamiento basado en computación y las artes marciales o yoga, pueden promover y potenciar de forma significativa funciones cognitivas complejas como la capacidad de razonamiento, la inhibición y la autorregulación, todas funciones dependientes de la actividad de los lóbulos frontales.
Conclusiones y direcciones futuras
El estudio del correlato neurobiológico de la conducta delictiva ha despertado mucho interés durante los últimos 30 años, dentro de otras cosas, debido al notorio desarrollo de las distintas herramientas que permiten la observación directa del cerebro. Las neurociencias han demostrado la estrecha interrelación entre el cerebro y el medio ambiente: el medio ambiente deja huellas en nuestro sistema nervioso, y al mismo tiempo, la indemnidad de este define la forma en que percibimos y actuamos en nuestro medio. Consecuentemente, un medio ambiente sano, protector y confiable durante la infancia es el mejor protector en contra del desarrollo de la conducta delictiva. Por el contrario, medios ambientes adversos tienen el potencial de influir significativamente en el desarrollo de la conducta antisocial y desajustada en el futuro adulto. Por lo anterior, biología y medio ambiente deber ser considerados elementos igualmente relevantes a la hora de valorar la conducta delictiva.
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Dannlowski,