Prevención del delito y la violencia. Franz Vanderschueren

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Prevención del delito y la violencia - Franz Vanderschueren

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con un historial de vida problemático de Simmons, influyeron en las malas decisiones que llevaron a Christopher a cometer el delito. Como un hecho sin precedentes, la Corte Suprema de Missouri determinó de forma unánime el establecimiento de un nuevo consenso en contra de la ejecución de ofensores jóvenes. Se estableció como inconstitucional la determinación de la pena capital para crímenes cometidos antes de los 18 años, en tanto que tal castigo viola la Octava Enmienda Constitucional que prohíbe el castigo cruel e inusual, apoyados en la premisa de que algunos adolescentes podrían tomar decisiones legales que podrían ser diferentes a aquellas que tomarían de adultos (American Psychological Association, 2005). Así, Simmons fue sentenciado a la prisión de por vida, pero no fue ejecutado (Roper v. Simmons, 2005). Como consecuencia, este cambio se determinó en 25 estados del país, y la misma lógica fue aplicada a los ofensores jóvenes que se encontraban en espera de la ejecución al momento de decretar este cambio en la ley (DeNunzio, 2006). Durante el juicio llevado a cabo, se presentaron los resultados de un estudio longitudinal (Gogtay, 2004) que incluyó a 13 participantes que fueron seguidos durante diez años, entre las edades de cuatro y 21 años, en los que se tomaron imágenes cerebrales cada dos años, para hacer un seguimiento de la estructura física del tejido cerebral. Interesantemente, los resultados demostraron que el desarrollo del cerebro comienza por las áreas posteriores del cerebro, y que este desarrollo continúa todavía más allá de los 21 años de edad, y que justamente la zona que más tarda en completar su desarrollo es la zona anterior del cerebro, particularmente, los lóbulos frontales.

      La evidencia presentada en la corte intentó demostrar que los cerebros de adolescentes no han alcanzado aún su desarrollo total. El abogado de Simmons argumentó que a los 17 años una persona no puede ser moralmente culpable como lo es un adulto, por lo tanto, no debería ser sometida a la pena capital. Los lóbulos frontales, que ejercen un rol decidor en la regulación de la conducta y el control de impulsos, no estarían totalmente desarrollados durante la adolescencia. La edad de maduración del cerebro se encontraría en algún punto entre los 20 y los 25 años de edad.

      El cerebro adolescente

      En términos generales, es más probable que jóvenes y adolescentes se vean envueltos en conductas de riesgo, que niños o adultos. La comisión de crímenes violentos y no violentos también sigue este patrón, conocido como la “curva edad-crimen” (Loeber, 2014) que ilustra que la posibilidad de verse involucrado en un delito aumenta con la edad después de la infancia, con un pick alrededor de la adolescencia o el inicio de la juventud, para declinar luego de esa edad. Se ha propuesto que una forma de entender este patrón es considerar la trayectoria que sigue la búsqueda de sensaciones versus el control de impulsos (Jolliffe y Farrington, 2009). Por un lado, la búsqueda de sensaciones –la tendencia a buscar experiencias nuevas y reconfortantes– aumenta considerablemente durante la pubertad, y se mantiene en altos niveles hasta el comienzo de la segunda década de vida, después de lo cual comienza a declinar. Por otro lado, el control de impulsos es bajo durante la infancia y aumenta considerablemente durante el curso de la adolescencia y la juventud. Así, la adolescencia es el período de la vida en el que hay una gran tendencia a la búsqueda de experiencias nuevas y excitantes, con un control de impulsos que aún se encuentra en desarrollo, una combinación que predispone a los individuos a presentar conductas de riesgo. Antes de la adolescencia los niños tienen menos control de impulsos, sin embargo, no se encuentran particularmente interesados en la búsqueda de nuevas sensaciones, y, al contrario, los adultos pueden estar interesados en nuevas experiencias, pero probablemente tienen mejor capacidad de controlar sus impulsos. Los hallazgos neuroanatómicos apoyan estas teorías que viene más de parte de la psicología del desarrollo. En una interesante revisión publicada por Barbara Cassey (2008), se presenta un modelo que explica los mecanismos neurales que estarían involucrados en la tendencia que muestra la curva de edad y su relación con el crimen. Según Cassey, la evidencia reciente entregada por las neuroimágenes y los estudios en animales, muestran que durante la adolescencia y la juventud temprana hay un aumento de la respuesta a incentivos socioemocionales, en un período en que el control de impulsos es todavía inmaduro. Los hallazgos muestran que habría un aumento de la actividad del sistema límbico, implicado en el procesamiento emocional, en comparación con una actividad más reducida de los mecanismos de control, como por ejemplo los realizados por la influencia de la actividad del lóbulo frontal (Fig. 2).

      Figura 2. Esta figura representa un esquema en el que se muestra la alta activación del sistema límbico y la baja capacidad de control de impulsos característicos de la adolescencia o juventud temprana. Figura tomada de Casey, 2008.

      La evidencia nos muestra de este modo, que a diferencia de la mirada más clásica que involucra casi exclusivamente a los lóbulos frontales en la conducta delictiva durante la adolescencia, la predominancia de la actividad del sistema límbico durante la adolescencia estaría ejerciendo influencia, y podría explicar el aumento de conductas de riesgos, incluyendo la conducta delictiva.

      Más aún, es importante tener en cuenta que la gran mayoría de los estudios han mostrado lo que ocurre en el desarrollo cerebral en personas sanas, algo así como un desarrollo neurológico ideal. Sin embargo, resulta todavía más interesante saber que ocurrirá entonces con el neuro-desarrollo de niños, niñas y adolescentes que han sido expuestos a experiencias traumáticas y otras situaciones sociales desventajadas, que sabemos ejercen influencia en el desarrollo neurológico óptimo. Tal como muestran recientes estudios, la falta de oportunidades, la baja escolaridad, las situaciones de abuso y en particular las carencias afectivas y emocionales influirían en la aparición de conductas delictivas futuras (Fabio, 2011; Sampson, 2005; Trumbetta, 2010; Larzelere, 1990). La neurociencia ha sido capaz de proveer un mejor entendimiento de como la adversidad puede alterar el normal desarrollo del cerebro. Así, adultos que han sufrido situaciones adversas a temprana edad, tienen más probabilidades de demostrar conductas de riesgo y de presentar una reacción desproporcionada de las zonas límbicas frente a estímulos que representan una recompensa (Dannlowski, 2012; Edmiston, 2011). Más aún, hay investigaciones que muestran que incluso durante la primera infancia se podría predecir la probable presencia de conductas delictivas durante la juventud o adultez (Moffitt, 2001; White, 1990; Sitnick, 2017).

      Si pensamos en países en desarrollo, como Chile y otros países de Latinoamérica, en los cuales la falta de recursos y oportunidades, el trauma y la violencia son parte de los contextos en los que se desarrolla una gran parte de la población debiéramos preguntarnos, ¿cómo mitigamos el efecto de las carencias afectivas, la violencia y las condiciones socioeconómicas adversas en el normal desarrollo de una persona? La respuesta se puede encontrar en los siguientes puntos:

       Apego y neurodesarrollo: Tal como fue conceptualizado por el psicoanalista John Bowlby, el apego ocurre durante el primer año de vida y promueve la sobrevivencia del niño o niña a través la proximidad de un adulto protector. El apego infantil representa una serie de interacciones biológico-fisiológicas que comienzan durante el período prenatal y continúan más allá del nacimiento. Desde este punto de vista, desde antes de nacer, hay una rica interacción madre e hijo/a que tiene implicancias cruciales para el neuro-desarrollo, por lo tanto, para las futuras consecuencias emocionales y conductuales del futuro adulto en el que se convertirá ese niño o niña. Neuro-fisiológicamente hablando, el apego está fuertemente basado en la acción de la hormona oxitocina y las estructuras cerebrales con las que interactúa. La oxitocina se produce en el hipotálamo y es entregada al torrente sanguíneo a través de terminales sinápticas en la glándula pituitaria. La investigación ha demostrado que esta hormona está involucrada en formas complejas de memoria social, y además ha mostrado como un adecuado apego durante la infancia puede promover un normal neuro-desarrollo, casi independiente de las circunstancias que rodean la evolución de cada individuo (Galbally, 2011; MacDonald, 2010; Swain, 2014). En un estudio que incluyó la participación de 100 jóvenes y adolescentes recluidos que presentaban rasgos de personalidad psicopáticos y antisociales, se determinaron los estilos de apego que habían desarrollado durante su infancia, y la relación con los distintos

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