El poder de la universidad en América Latina. Adrián Acosta Silva

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El poder de la universidad en América Latina - Adrián Acosta Silva

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específicos de poder en los diversos territorios, la conformación de las primeras universidades y colegios como corporaciones de estudiantes y profesores fueron parte de la configuración de diversos “mapas” de actores sociales involucrados en los procesos de legitimación –y, en no pocas ocasiones, de acelerada deslegitimación– de las instituciones universitarias entre los siglos XVI al XVIII.

      Esos procesos pueden ser analizados tanto a través de las prácticas cotidianas como de los discursos y relatos que los propios universitarios (profesores y estudiantes), las autoridades monárquicas, la jerarquía católica y las órdenes religiosas se encargaron de producir durante la etapa colonial, y que se extendieron con otras voces, actores y climas intelectuales, ideológicos y políticos en los siglos XIX y XX. Ello, no obstante las diversas transiciones entre los modelos universitarios en la región, obedeció a una lógica complicada de cambios contextuales, orientaciones políticas y adaptaciones institucionales. Las universidades coloniales prácticamente desaparecieron de los escenarios socioeducativos en el transcurso de las guerras de independencia, con la constitución de las primeras repúblicas liberales y, con ellas, de los primeros Estados Nacionales en el accidentado siglo XIX. Desde los primeros años del siglo XX, en el contexto de la edificación de los regímenes nacional-populares latinoamericanos, las viejas universidades coloniales fueron definitivamente canceladas, reinventadas o refundadas como instituciones públicas, nacionales y autónomas, dotadas de recursos normativos, organizativos y, en la mayor parte de los casos financieros, para convertirse en órganos estatales pero no gubernamentales.

      Por ello, las universidades en América Latina suelen acompañar su legitimidad intelectual, social y política con aquélla histórica, nutrida en muchas ocasiones de sus antecedentes coloniales o europeos. Sus respectivas “historias oficiales”, o los relatos políticos de las élites republicanas, modernizadoras o contemporáneas, suelen representar con alguna frecuencia a las universidades como el “lazo de unión” entre el pasado y el presente, y aun como parte de un largo proceso civilizatorio, como la continuidad institucional de aspiraciones nacionales y locales que fortalecen su identidad, sus misiones y funciones en la vida social, económica, política y cultural.2 En la retórica oficial, institucional y política, se suele afirmar con frecuencia que antes de la formación de los países modernos (vale decir, de las repúblicas y los modernos Estados nacionales, formados entre los siglos XVIII y XIX), muchas universidades ya estaban ahí, en formas primarias, participando en la configuración de las propias sociedades locales. ¿Es posible sostener esa afirmación de continuidad? ¿Qué papel juegan los “mitos fundacionales” en la construcción histórica de las universidades? ¿Cuáles son los momentos de ruptura y de “reinvención” de la universidad? ¿Cómo se adaptan las universidades a los cambiantes contextos sociales? ¿Cómo y por qué se convierten en “objetos” de la acción de los gobiernos?

      DIMENSIONES Y PERSPECTIVAS DE UNA INSTITUCIÓN COMPLEJA

      Es común que, en la bibliografía especializada acerca del tema, se distingan dos formas de abordaje de la sociología histórica de las universidades (Collins, 1996; Clark y Neave, 1992). Una afirma la tesis de que la historia institucional de las universidades consiste básicamente en la historia de las disciplinas, las profesiones y las escuelas que le dieron origen, identidad y trayectoria. La otra perspectiva afirma que la “invención” de la universidad significó la transformación sustancial de las formas de organización, legitimación y representación de los saberes técnicos, humanistas y científicos, lo que imprimió a la autonomía intelectual y académica de las disciplinas una autonomía ampliada de carácter institucional. Esta historia de tensiones autonómicas entre la institución y las disciplinas, entre legos, sabios y eruditos, fue formulada con toda claridad por Kant en su célebre texto “El conflicto de las Facultades”, publicado originalmente en 1794.

      Estas dos perspectivas, sin embargo, bien vistas, son complementarias. La sociología histórica de las universidades es deudora de la sociología histórica de las disciplinas y de las profesiones. Así como la figura de la universidad no se reduce a la historia de sus funcionarios y burocracias ni a sus relaciones con el poder eclesiástico, monárquico o estatal, la historia de las disciplinas tampoco ocurre en entornos socioinstitucionales vacíos o en ausencia de tensiones y conflictos con nuevos saberes y con otras disciplinas. Aunque la medicina, la jurisprudencia, la astronomía o la filosofía son disciplinas cuyos orígenes son anteriores a la universidad, es cuando surge esta nueva institución en el siglo XII que esas mismas disciplinas se reorganizan con nuevas reglas, actores y relaciones de poder.

      Así, es pertinente reconocer que las relaciones de las universidades con sus entornos socioinstitucionales son histórica y sociológicamente complejas. En el caso hispanoamericano, lo fueron tanto en la época colonial como en la era de la independencia y la constitución de las repúblicas latinoamericanas, y lo son en la época moderna y contemporánea. Esa complejidad puede ser analizada en tres grandes dimensiones: la histórica, la política y la sociológica. La primera implica un esfuerzo de reconstrucción de la peculiar configuración de las universidades, al atender sus orígenes, contextos, relatos y trayectorias. En particular, implica un análisis diacrónico que permita distinguir los distintos periodos, ciclos o etapas, sus rupturas y continuidades, sus tradiciones, símbolos, principios articuladores, momentos de cambio, ambigüedades y tensiones. La dimensión política tiene que ver con las relaciones de poder que establece la universidad con sus entornos, un vínculo “interno” y otro “externo”, que permite apreciar el papel de la universidad como un espacio donde confluyen de manera conflictiva la lógica del saber y la del poder. Finalmente, la dimensión sociológica supone el análisis de las representaciones sociales de la universidad en los entornos locales y nacionales, su importancia en la generalización de las prácticas académicas y en la formación de las creencias, los deseos, los imaginarios y las expectativas sociales de los grupos y estratos que se relacionan con la universidad, como un mecanismo de acceso legítimo a la distribución de los capitales simbólicos (grados, títulos, reconocimientos) que provee la propia universidad a sus miembros.

      Estas preguntas, dimensiones y perspectivas de análisis acerca de las universidades latinoamericanas tienen que ver con comportamientos sociales e institucionales que no surgieron en el vacío histórico, social o político. Son la expresión de intereses, prácticas, ideas y valores fuertemente arraigados en los diferentes contextos nacionales, que proveen de cierto sentido de continuidad y de cambio, a veces de ruptura, a la propia figura de la universidad. ¿Cómo se forman esos valores, ideas e intereses? ¿De qué manera articulan el “sentido” institucional universitario? ¿Qué tipo de comportamientos socioinstitucionales se derivan de las formas y estructuras organizativas en que se expresan los valores e intereses de las universidades latinoamericanas?

      El argumento general de este ensayo pretende explorar algunas explicaciones, ofrecer respuestas y nuevas hipótesis a estas cuestiones. Se sostendrá que, en el caso latinoamericano, el poder institucional universitario significa el poder autónomo de la universidad, lo que constituye el eje de las historias institucionales y sociales universitarias. El “poder autónomo” es la expresión de las relaciones de tensión y conflicto que guardan la legitimidad política y la representación social de las universidades en distintos contextos nacionales y locales. Esos dos elementos socioinstitucionales (legitimidad y representación) explican la autoridad de la universidad en el campo intelectual, político y cultural, así como la configuración de las representaciones colectivas (esencialmente de carácter simbólico), que se construyen dentro y fuera de la universidad.

      Para explorar estas cuestiones, el texto está organizado en dos partes. En la primera, se describen los objetivos, alcances y límites del estudio general, además de los que corresponden a los tres grandes periodos de análisis (colonial, republicano y moderno), se presentan los antecedentes y la perspectiva analítica general del ensayo, que descansa fundamentalmente en el uso del enfoque de la sociología histórica. También se desarrollan las conjeturas e hipótesis que sirven como punto de arranque del estudio y una síntesis del esquema metodológico del proyecto, al considerar el foco analítico del estudio (el análisis del poder autónomo

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