La democracia amenazada. Paz Consuelo Márquez Padilla

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La democracia amenazada - Paz Consuelo Márquez Padilla

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gobiernos actuales. El poder político y el monopolio del aparato coercitivo, como lo expuso Max Weber (1946), es decir, la legitimidad del uso de la fuerza, se justifica en la época actual sólo en términos democráticos, en tanto que es el pueblo el que transfiere este poder al gobierno y, por lo tanto, fomenta la aceptación correspondiente a la toma de decisiones por parte de las autoridades gubernamentales. En palabras de los clásicos: cada uno se obliga a sí mismo. No es el soberano absoluto legitimado por el derecho divino el que nos obliga ni son los líderes, carismáticos o tradicionales los que nos dirigen; somos nosotros mismos, como seres racionales, quienes otorgamos nuestro consentimiento al pacto político en tanto que es la mejor solución para la acción colectiva.

      Sin embargo, hasta una definición mínima de democracia que se basa en el principio de mayoría conlleva muchas implicaciones, puesto que debe definir quiénes se incluyen dentro de la democracia y quiénes se excluyen. Cómo definimos a los “otros” en forma justificada, es decir, quiénes constituyen la mayoría, qué ciudadanos tienen legitimidad y cuáles no para la toma de decisiones. En el debate internacional actual sobre la democracia se cuestiona si es válido excluir a ciertos seres humanos por no ser ciudadanos de un país o si más bien debemos aspirar a concepciones democráticas mucho más ricas que incluyan a todos las personas en general. Esto es, si queremos ir más allá de nuestra concepción de democracia dentro de los parámetros del Estado-nación o preferimos dirigirnos hacia un ideal cosmopolita que se libera de la caparazón del Estado nacional y aspira a una gobernanza mundial en donde se protegen los derechos democráticos de todos, aunque no podemos ignorar el temor de que, por pretender tutelar a la totalidad de la humanidad, perdamos los avances democráticos que se han consolidado gracias al Estado moderno.

      Habría que apuntar que los regímenes democráticos son muy diferentes unos de otros; se distinguen por sus características, por sus instituciones y, sin embargo, todos se autodefinen como democráticos. En 1974 había sólo treinta y seis democracias en el mundo. Para 1996, el número subió a ochenta y una, y ya para 2007 había noventa y cinco, en comparación con los sesenta y siete regímenes no democráticos existentes. Se venía, pues, mostrando una propensión a la consolidación democrática a escala global. Todo parecía apuntar a que esta tendencia era unilineal y ascendente; no obstante, desde 2015 se empezaron a manifestar nuevos movimientos populistas, impensables hasta hace muy poco, que amenazan la sobrevivencia de la democracia en varios países, algunos muy importantes, como Estados Unidos, México, Egipto, Polonia, Hungría, Turquía, Venezuela, Brasil y Filipinas, entre otros. Según Scott Mainwaring y Fernando Bizzarro, en esta tercera ola de consolidación de las democracias, treinta y cuatro de ellas han tenido fracasos (breakdowns); veintiocho se estancaron después de la transición; dos retrocedieron, y sólo veintitrés avanzaron. Pocos son los países que han logrado, de acuerdo con estos autores, crear democracias liberales robustas (Mainwaring y Bizzarro, 2019: 99-113). Con un estándar mucho más alto se considera que sólo existen veintidós democracias plenas (como la de Estados Unidos), cincuenta y cuatro defectuosas (como la de México), treinta y siete que cuentan con un régimen híbrido, así como cincuenta y cuatro países con sistemas autoritarios. América Latina fue la región con menor desempeño (según el “Índice de Democracia 2019” de la Unidad de Inteligencia de The Economist).

      La meta en el pasado consistía en acercarse al tipo ideal de democracia; tratar de encarnar día con día en un mejor sistema democrático, así como consolidar y reforzar sus instituciones. Esto no significaba que todas y cada una de éstas eran perfectas. Por el contrario, indicaba que todas podían mejorarse para que realmente funcionaran en beneficio de las mayorías y protegieran los derechos de las minorías en los distintos países, con el fin de lograr una mayor inclusión para todos los miembros de la sociedad.

      La democracia es sistemática y, como todo sistema, está en evolución permanente; sus instituciones no son rígidas ni están fijas, sino que cambian constantemente, a veces retroceden, como sucede por ejemplo con algunos populismos contemporáneos, pero la mayoría de las veces se perfeccionan.

      Lo que nos queda claro con los recientes movimientos populistas es que las democracias, aunque no lo parezca, son frágiles. Existen diversas causas por las cuales se han venido gestando estos movimientos y muchas de ellas justifican su surgimiento; sin embargo, lo peligroso es que, en muchas ocasiones, estas inclinaciones populistas son manipuladas, no solamente para mejorar las instituciones democráticas, lo que sería algo positivo, sino para destruirlas, lo cual, sin duda, amenaza seriamente la permanencia de las democracias, que si bien en varios casos dejan mucho que desear, es obvio que son perfectibles y tal vez nunca lleguemos a alcanzar el régimen ideal imaginado para las mismas, aunque siempre debemos seguir aspirando a alcanzar esa utopía, porque se trata de un sistema que invariablemente nos aleja de la violencia.

      Por otra parte hay que permanecer alertas ante algunos peligros que enfrenta la democracia. Uno de ellos es el populismo, el cual, en su afán de destruir o debilitar las instituciones democráticas, ha venido a enseñarnos lo relevante que son para el bienestar de la humanidad la mayoría de ellas. La democracia moderna, aunque viene de los griegos, se ha construido a través de los siglos. Se trata un andamiaje que los seres humanos hemos edificado, y precisamente todos los autores aquí citados ponen el acento en los distintos aspectos importantes para su consolidación, o incluso en el escenario más negativo, para su supervivencia. Ahora bien, los populismos surgen por algo; entre otras cosas, por algunos descontentos contra las democracias, que no siempre han logrado cumplir las expectativas de amplios segmentos de la población en numerosos países. Por ello, entenderlos es uno de los objetivos fundamentales de este libro.

      Al emprender un análisis tanto a nivel de las concepciones de la democracia como de sus expresiones en los distintos países, encontramos un abanico de posibilidades. Si concebimos a un país autoritario y en el otro extremo a la más democrática de las naciones, podremos constatar que el espectro de posibilidades es muy amplio y que varían sus normas, instituciones representativas, procedimientos, condiciones y restricciones. Algunos Estados-nación se acercan más al tipo ideal de autoritarismo y otros representan a las democracias más avanzadas. En cierta medida, existe una concepción mínima de democracia sobre la cual se ha construido un cierto consenso, pero las condiciones máximas están en constante discusión. Es decir, con los cambios sociales, económicos y tecnológicos se pueden agregar cada vez más escenarios para referirse a la democracia.

      Si bien en todo momento los países deben ser juzgados como democráticos o no, es realmente durante las elecciones cuando la comunidad internacional precisa su juicio sobre las naciones, exigiéndoles un grado mínimo de transparencia y congruencia electoral: el derecho y respeto irrestricto al voto de los ciudadanos, así como la aceptación de los resultados en tanto que se asume siempre la posibilidad de la alternancia. Podemos afirmar que no existe un significado unívoco y universal de la noción de democracia, sino más bien un consenso mínimo. De esta forma, en el pensamiento occidental es posible observar su evolución, su redefinición a través de la lucha democrática en su afán por construir sistemas políticos en concreto que sean más democráticos.

      Todas las visiones democráticas, tanto las partidistas como las teóricas; las que provienen de los imaginarios colectivos y las que promueven ciertos líderes carismáticos o corrientes sociales con intereses particulares son sólo eso, partes de una verdad más amplia, en la que todas de alguna manera contribuyen para bien o para mal, para apuntalarla y perfeccionarla o para detener su desarrollo y optar desafortunadamente por visiones ingenuas o autoritarias de la organización social, producto del dogmatismo y no del diálogo enriquecedor, que no sólo genera consensos sino que descubre procedimientos y normas cada vez más incluyentes, más abarcadoras y, por ende, más democráticas. Por ello, desde nuestro punto de vista, el cual problematizamos y defendemos en este libro, la deliberación es la forma conocida más elevada del diálogo. Lo es porque construye los consensos, y sobre todo porque genera los acuerdos, con base en la argumentación y la persuasión y, asimismo, a partir del reconocimiento de que siempre hay verdad en las posturas de “los otros”, por lo cual negociar implica también conceder. Éstos son algunos de los principios básicos de la corriente

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