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¡Todo debe cambiar! - Группа авторов Ciclogénesis

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hayan muerto porque eso significa que han evitado males mayores. Este es el tipo de cosas en las que pensamos ahora, cosa que no hacíamos antes.

      Srećko: Eso es lo que me preocupa cuando pienso en mi padre porque, si esta crisis se alarga y empeora, podríamos vernos como en Italia, donde los funerales se cancelan y no se puede visitar a los enfermos. En este sentido, comprendo sus sentimientos hacia sus padres. Aunque, siendo sincero, a mi padre no parece preocuparle mucho la pandemia. Lo llamé el otro día y pude oír que estaba en la calle. Le pregunté: «¿Dónde estás, en la calle?», y me respondió: «Voy al supermercado». Pensé: «¡No, papá! Eso es justo lo que no debes hacer». Hay algo con la gente mayor, que no escucha, y creo que es porque han sobrevivido a muchas cosas y están hartos de que se les diga lo que tienen que hacer.

      Larry: Está haciendo referencia a nuestra concepción de la muerte y cómo la encaramos. Las personas como su padre o el mío, que fue soldado en la Segunda Guerra Mundial y perdió a toda su familia en el Holocausto, han visto mucha mierda en sus vidas. Tal vez llega un punto en el que sabes que te vas a morir, que el fin está ahí, y te lo tomas bien. El ego estadounidense no acaba de admitir la muerte. Es como si dieran por hecho que «ya habrá alguna salida». Pienso que la pandemia actual obligará a la gente a ser más honesta consigo misma sobre sus ansiedades acerca de la muerte y a la hora de aceptar el hecho de que existe un final para toda vida humana. Si pudiéramos dar con una filosofía de la muerte, como han hecho los budistas —o quizá como ha hecho su padre—, tal vez podría representar un cambio positivo en la sociedad.

      Srećko: Estoy totalmente de acuerdo. Hay un famoso ensayo de Michel de Montaigne en el que describe una tradición entre los egipcios con respecto a la muerte que consistía en llevar un cráneo a una celebración importante y aquello marcaría el origen del memento mori. Los mejores momentos de tu vida son aquellos en los que recuerdas que eres mortal y, por desgracia, creo que Trump, Bolsonaro, Orbán y los demás todavía no se han percatado de ello —se creen inmortales—.

      Larry: Alguien como Trump, que nunca ha padecido ninguna desgracia seria, puede formar parte de las últimas personas capaces de trabajar bajo la ilusión de que son inmortales. El concepto de inmortalidad, que llevamos con nosotros desde el inicio de los tiempos, podría —volviendo al asunto de la deconstrucción— fragmentarse por fin y ser convenientemente desmitificado, que es a buen seguro en lo que tenemos que progresar para conseguir un futuro más realista y mejor.

      Conversación mantenida el 25 de marzo de 2020

      Covid-19: ¿Qué está en juego?

      Noam Chomsky y Srećko Horvat

      Srećko: Noam Chomsky, un héroe para muchas generaciones, nació en 1928 y escribió su primer ensayo a los diez años, sobre la guerra civil española. Lo escribió justo después de la caída de Barcelona en 1938, lo cual parece muy lejano, al menos para mi generación. Noam, ha visto usted la Segunda Guerra Mundial, el bombardeo de Hiroshima y muchos acontecimientos históricos de relevancia desde la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo de 1973, Chernóbil, la caída del Muro de Berlín, el 11S y, de forma más reciente, la crisis financiera de 2007-2008. Desde su experiencia por haber sido testigo y protagonista de grandes procesos históricos, ¿cómo ve la actual crisis de la Covid-19? ¿Se trata de un hecho histórico sin precedentes? ¿Le sorprende?

      Noam: Mis recuerdos más lejanos, que no dejan de acosarme en este momento, son de los años treinta. El artículo que menciona sobre la caída de Barcelona trataba sobre la aparentemente inexorable expansión de la plaga fascista en Europa. Mucho más tarde, cuando se hicieron públicos unos documentos internos, supe que los analistas del Gobierno de Estados Unidos de aquellos años, y de los años siguientes, pensaban que la guerra terminaría con el mundo dividido en un bloque dominado por Estados Unidos y otro dominado por Alemania. Así que mis temores infantiles no eran del todo infundados. De un tiempo a esta parte, estos recuerdos se han reavivado. Recuerdo que de muy niño escuchaba por la radio los discursos de Hitler en Núremberg. Aunque no comprendía las palabras, era fácil captar la atmósfera y la amenaza, y he de decir que cuando oigo los discursos de Donald Trump hoy en día, los del caudillo alemán resuenan en mi cabeza. No es que sea fascista —tampoco es que profese ninguna ideología, es tan solo un sociópata, un individuo que solo se preocupa de sí mismo—, pero la atmósfera y el miedo son similares, y la idea de que el destino del país y del mundo estén en manos de un bufón sociópata es estremecedora. La Covid-19 es muy seria, pero conviene recordar que se está acercando una amenaza mucho más terrible. Corremos hacia un desastre inminente, mucho peor que nada de lo que haya ocurrido en toda la historia de la humanidad, y Trump y sus secuaces van en cabeza en esta carrera hacia el abismo. De hecho, son dos las amenazas a las que nos enfrentamos. Una es la creciente posibilidad de una guerra nuclear, que se ha exacerbado con la destrucción de lo que queda del régimen de control armamentístico, y la otra es el calentamiento global, por supuesto. Las dos se pueden resolver, pero no queda mucho tiempo. La Covid-19 es horrible y puede acarrear unas consecuencias espantosas, pero habrá una recuperación. Por lo que respecta a las otras amenazas, no la habrá. Si no las solucionamos, estamos acabados. Así que mis recuerdos de infancia vuelven para atormentarme, pero de un modo diferente. En cuanto a la amenaza de una guerra nuclear, te puedes hacer una idea de hacia dónde va el mundo mirando el Reloj del Apocalipsis, que se ajusta cada año con el minutero a una cierta distancia de medianoche, que representa el fin. Desde que Trump fue elegido, el minutero se ha ido acercando cada vez más a la medianoche. El año pasado faltaban dos minutos. Este año los analistas han pasado de los minutos a los segundos. Ahora mismo está situado a cien segundos de la medianoche, que es lo más cerca que ha estado nunca. Según los científicos, esto se debe a tres motivos: la amenaza de una guerra nuclear, la amenaza del calentamiento global y el deterioro de la democracia, lo cual, en principio no parece tener demasiada relación con las otras dos. Sin embargo, sí que la tiene porque se trata de la principal esperanza para superar la crisis que nos acecha: un público informado y comprometido que tome el control de su destino. Si esto no sucede, estamos condenados. Si dejamos nuestro futuro en manos de los bufones sociópatas, estamos acabados. Trump es el peor, pero se debe al poder de Estados Unidos, que es desorbitante. La gente especula sobre el declive del país norteamericano, pero si miras el mundo, no es lo que ves. Las sanciones que impone Estados Unidos, tiránicas y devastadoras, no las puede imponer ningún otro país. Todos tienen que aceptarlo. Es posible que a algunos no les guste —a decir verdad, Europa está en contra de las sanciones a Irán—, pero tienen que seguir al jefe o ver cómo los echan del sistema financiero internacional. En el caso de Europa no se trata de una ley de la naturaleza, sino de una decisión propia de subordinarse al patrón que está en Washington. Otros países no pueden ni elegir. Para volver a la cuestión de la Covid-19, unos de los aspectos más impresionantes y duros es el empleo de sanciones por parte de los poderosos para maximizar el dolor de otros, y además de manera absolutamente consciente. Irán tiene sus propios y enormes problemas, pero se agravan con el estrangulamiento de esas sanciones restrictivas concebidas a todas luces para hacerlos sufrir, y ahora con rencor. Cuba está padeciendo las sanciones desde el día en que consiguió la independencia. Es sorprendente que sobrevivan y sigan resistiendo, y uno de los hechos más irónicos de la pandemia es que Cuba está ayudando a Europa. Es tan descabellado que no sabemos ni cómo describirlo —una situación en la que Alemania no puede ayudar a Grecia, pero Cuba puede ayudar a los países europeos—. Si uno se para a pensar en lo que esto significa, las palabras se quedan cortas, como cuando ves a miles de personas muriendo en el Mediterráneo, huyendo de unos países que Europa ha devastado durante siglos; no sabes qué palabras emplear. Llegados a este punto, es desolador pensar en la crisis de la civilización occidental. Evoca recuerdos de infancia sobre Hitler enardeciendo a unas masas enfervorecidas en los Congresos de Núremberg. Hace que te cuestiones si esta especie es viable.

      Srećko: Ha mencionado usted la crisis de la democracia. En muchos sentidos, hoy en día nos encontramos en una situación sin precedentes históricos. Hay doscientos mil millones de personas que, de un modo u otro, están confinadas en sus domicilios. Al

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