Cómo lograr que la gente esté de su lado. Heidi Grant

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Cómo lograr que la gente esté de su lado - Heidi Grant

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llama “Cyberball”. Por lo general, durante sus estudios, un participante entra al laboratorio y William le explica que va a jugar a lanzar un balón virtual con otros dos jugadores en línea7. Su única actividad es “pasarse” el balón entre ellos durante determinado tiempo. Pero el juego está arreglado. Al principio, los tres jugadores se lo pasan entre sí, pero después, los dos jugadores en línea empiezan a pasarse el balón solo entre ellos y dejan al participante sujeto del estudio excluido por completo.

      Lo más probable es que usted esté pensando: “¿Qué importa? Solo es un estúpido juego que hace parte de un experimento sicológico”. ¡Error! Quienes participan en los estudios de Williams suelen reportar caídas significativas en cuanto a sus sentimientos de interrelación, a sus estados de ánimo positivo e incluso en su autoestima. Se sienten muy descontentos ante el rechazo de los otros dos jugadores, es decir, en algo que, prácticamente, no es de importancia. Así de grande es el poder de una amenaza en la interrelación.

      Dolor por amenazas a la justicia

      Los seres humanos somos particularmente sensibles en lo referente a un trato equitativo, tanto, que estamos dispuestos a aceptar por voluntad propia resultados menos positivos (o negativos) en aras de la equidad. Mi ejemplo favorito de esta necesidad de justicia proviene de un paradigma que los sicólogos llaman el juego del ultimátum.

      En la versión más común del juego, los jugadores participan en parejas y se les pide que se repartan el dinero entre ellos. El investigador selecciona el nombre de uno de ellos al azar y le pide que sea él o ella quien reparta el dinero. Entonces, el repartidor podrá quedarse con la cantidad de dinero que escoja y darle el resto a su compañero de juego. Pero su compañero también tiene un papel importante en el juego: aceptar o rechazar la oferta. Si la rechaza, ninguno de los dos recibirá dinero.

      Desde una perspectiva puramente racional, incluso si el compañero de juego recibe menos que el repartidor, debería aceptarlo, porque recibir algo de dinero siempre es mejor que no recibir nada. Sin embargo, los estudios muestran que, cuando la distribución del dinero es desproporcionada (por ejemplo, si en el caso de tener $10 dólares, se reparten $9 y $1 en lugar de $5 y $5), casi siempre, el compañero que decide si toma el dinero o no prefiere rechazar la oferta aunque esto signifique que ninguno de los dos reciba dinero alguno. Cuando un resultado parece injusto, incluso si es lucrativo, la amenaza que este produce suele generar efectos sorprendentes.

      Entonces, ahora que usted ya conoce los cinco tipos de amenaza social, es muy probable que ya haya descubierto por qué pedir ayuda es algo que a menudo evitamos hacer. Cuando alguien busca el apoyo de otra persona, se expone a la probabilidad de experimentar todos los cinco tipos de dolor social al mismo tiempo. Al hacerle una petición a otra persona, mucha gente, al menos, de manera inconsciente, siente que ha rebajado su estatus y que quedó expuesta al ridículo o al desprecio, sobre todo, cuando la petición de ayuda significa mostrar cierta falta de conocimiento o habilidad. Como usted no sabe cómo responderá la otra persona, su sentido de certeza disminuye. Y como no tiene otra opción que aceptar la respuesta del otro, sea cual sea, siente que parte de su autonomía también disminuye. Si el otro le dice que no, usted experimentará un rechazo personal, lo que genera una amenaza de interrelación. Y, por supuesto, eso “no” será justo.

      Entonces, no es de extrañarnos que evitemos pedir ayuda como se evita una plaga. Hasta una plaga podría parecer menos peligrosa.

      Para recordar

       A casi todos, la idea de pedir incluso una pequeña ayuda nos hace sentir terriblemente incómodos. Los científicos han descubierto que este hecho podría causar dolor tanto social como físico.

       Pedir ayuda es difícil. Nuestra forma torpe, rara y reticente de pedir ayuda tiende a producir un efecto indeseado y hace que sea menos probable que la gente nos ayude. Nuestra reticencia significa que es frecuente que no recibamos el apoyo o los recursos que necesitamos.

       Para mejorar nuestra manera de pedir ayuda, necesitamos entender los refuerzos —las pequeñas y sutiles señales que motivan a la gente a trabajar con nosotros, pues, cuando las entendemos, tenemos toda una gama de refuerzos— como aquella gente servicial que vendrá a rescatarnos.

      Capítulo 2

      Asumimos

      que nos

       dirán que no

      El grado de agonía que sentimos al pedir ayuda depende, en parte, de la probabilidad de que la gente rechace nuestra solicitud. Y cuando se trata de descubrir cuál es esa probabilidad, bueno, suele ocurrir que estamos muy equivocados.

      Vanessa Bohns no les propone a los participantes en su investigación que les pidan favores a extraños solo por divertirse viéndolos sufrir. Lo hace para tratar de entender un fenómeno desconcertante: las personas subestiman por mucho la probabilidad de que otros acepten su solicitud directa de ayuda.

      Antes de enviarlos a su misión en busca de ayuda, Bohns les pide a los participantes que traten de adivinar qué porcentaje de los extraños a los que van a acerarse aceptará ayudarles (o en algunas versiones, les pregunta a cuántas personas creen que tendrán que acercarse antes de que alguna les diga que sí). Después, compara ese número con el real y las diferencias suelen ser asombrosas.

      En uno de sus estudios con su frecuente colaborador Frank Flynn, se les instruyó a varios estudiantes de pregrado de la Universidad de Columbia para que le pidieran un favor a alguien que no conocieran. Siendo más específica, le solicitarían a extraños que llenaran un cuestionario en el cual se demorarían entre 5 y 10 minutos de su tiempo1. Los investigadores les pidieron a los encuestadores que calcularan a cuántas personas tendrían que acercarse para lograr completar cinco encuestas. Los encuestadores dijeron que a un promedio de 20. El número real fue a 10 personas. Luego, los investigadores repitieron el experimento con otras dos solicitudes: que le pidieran al extraño que les prestara su teléfono celular por un momento y que los acompañara al gimnasio del campus (que era muy cerca). Un patrón idéntico surgió en ambas ocasiones.

      En otro estudio más, los investigadores hicieron que los encuestadores participaran en una especie de búsqueda del tesoro en el campus que requería que, con ayuda de un iPad, ellos les formularan a desconocidos preguntas tipo trivia con el fin de recibir puntos por cada respuesta correcta que obtuvieran2. Y además de subestimar el número de preguntas que la gente estaría dispuesta a responder (25 versus 49), los participantes también subestimaron el esfuerzo que tendrían que hacer en cuanto al número de respuestas correctas (19 versus 46) y al tiempo total que emplearían en esta tarea.

      En otro estudio, que sí ocurrió en el mundo real, los investigadores les pidieron a nuevos voluntarios que estaban recaudando fondos para la Sociedad de Leucemia y Linfoma que calcularan el número de personas que necesitarían contactar para lograr su meta predeterminada de recaudar fondos y de cuánto sería la donación promedio que recibirían3. Los voluntarios calcularon que necesitarían contactar a 210 posibles donantes y que la donación promedio sería de $48,33 dólares. De hecho, solo tuvieron que contactar a 122 posibles donantes de quienes recibieron una donación promedio de $63,80 dólares.

      En un artículo de revisión reciente, Bohns describió estudios que realizó con colegas durante los cuales los participantes les pidieron diversos tipos de ayuda a más de 14.000 desconocidos en total4. La conclusión fue que el porcentaje de gente que presta ayuda en promedio se subestima en el 48%. En otras palabras, existe casi el doble de probabilidad de la que nosotros creemos con respecto a que los demás quieran ayudarnos.

      Esto es cierto incluso cuando la solicitud de ayuda es grande, irritante o quizás hasta ilegal. En un estudio, se les pidió a los participantes

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