Las leyes de la moral cósmica. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Así pues, esta facultad de imaginar que poseemos todos es realmente creadora, y si sabemos cómo purificarla y cultivarla en un estado de claridad y de lucidez perfectas, es capaz de hacernos descubrir unas realidades de las que nadie tenía ni idea hasta entonces. Todos los inventores se pasaron horas enteras sumergidos en sus investigaciones y meditaciones, y no se puede negar que su intuición ha sido una facultad verdaderamente auténtica. Y nosotros aquí, en una Escuela iniciática, hacemos exactamente lo mismo que ellos, pero conscientemente, con conocimiento de causa. Con la diferencia, sin embargo, de que nuestra imaginación no está orientada hacia los descubrimientos físicos, químicos, técnicos, sino hacia los interiores, espirituales. A nosotros también nos permite hacer descubrimientos que muchos ni siquiera pueden sospechar.
Hoy no tengo tiempo de extenderme ampliamente sobre esta cuestión apasionante, pero ya os dije en otras conferencias que podemos considerar la imaginación como una mujer, nuestra mujer interior que trae al mundo hijos, bien logrados o fallidos, eso depende de la calidad de lo que le hayamos dado. Si estos hijos hacen tonterías, causan destrozos, es el padre el que se ve obligado a pagar multas, y el que a veces es perseguido, castigado y desposeído en su lugar. Por el contrario, si sus hijos obtienen premios, es el padre quien recibe los honores. Diréis: “Pero ¿quiénes son esos hijos?” Son nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, y su padre somos nosotros mismos.15 Éste es otro campo muy vasto a estudiar y profundizar, pero para no dispersarme debo volver a lo esencial del tema.
Así pues, este instinto de creación que todos nosotros llevamos dentro, nos impulsa a sobrepasar nuestras posibilidades ordinarias y nos pone en contacto con otras regiones, con otros mundos llenos de existencias etéricas, sutiles, luminosas. Y gracias a esta parte de nosotros mismos que ha logrado desplazarse e ir más lejos para captar ciertos elementos enteramente nuevos, podemos crear hijos que nos son superiores u obras maestras que nos sobrepasan. Porque, a menudo, la creación es mucho más bella que su autor. Veis ahí a un pobre hombre de nada, y este pobre hombre es capaz de producir una obra gigantesca, digna de un gigante, de un titán. Esta parte sutil de sí mismo, que tiene la facultad de desplazarse, ha llegado a ir muy lejos, muy arriba, y allí se ha enriquecido acumulando elementos nuevos; después, el artista se pone a trabajar y saca de sus manos una obra increíble, prodigiosa, que maravilla al mundo entero.
Pero aunque todos los hombres tienen necesidad de crear, muy pocos son capaces de llegar a ser creadores en el plano del espíritu, muy pocos se elevan hasta este nivel, y saben que, para producir obras sublimes, hay que conocer ciertas leyes y ejercitarse de una forma especial. ¿De qué manera? Vais a comprenderlo. ¿Cómo es que la tierra, que es apagada, que es estéril y está desnuda en invierno, se cubre en primavera de una vegetación tan bella y florida: hierbas, flores, árboles y frutos? Es porque en esta época se acerca al sol y empieza a recibir de él ciertos elementos que ella es incapaz de producir por sí misma.16 Una vez que ha recibido estos elementos, se pone a trabajar y se supera, da unas “obras maestras” extraordinarias, coloreadas, azucaradas y perfumadas que ofrece a todas las criaturas. Así pues, si el hombre quiere crear y producir obras notables, debe también encontrar un sol, un ser más poderoso e inteligente que él para unirse a él y hacer intercambios con él.
¿Comprendéis ahora por qué vamos por la mañana a ver la salida del sol? Para aprender a crear obras semejantes a él, obras vivificantes, nuevas, límpidas, llenas de luz y de calor.17 Pero en realidad, el sol nos ayuda a ir más lejos todavía, hasta Dios, para unirnos a Él, porque en estos intercambios con el Señor, nos volvemos Creadores como Él. He ahí pues la razón de ser de la oración, de la meditación, de la contemplación. Pero no sé si todo esto está bien claro para vosotros, así que voy a tratar de profundizar más esta cuestión.
Desde hace mucho tiempo tengo el deseo de combatir la filosofía materialista y de aniquilarla. Diréis: “¡Qué ambición, qué orgullo! Nadie ha logrado hacerlo hasta ahora...” Pues bien, yo tengo unos argumentos muy sencillos, gracias a los cuales, creo que lo lograré. Tomo dos vasos y vierto en ellos dos perfumes diferentes. Los dos vasos siguen separados, son dos objetos bien distintos. Desde un punto de vista materialista, no existe ninguna comunicación entre ellos, y es verdad: cuando se trata de la forma exterior, del continente, esto es exacto, los objetos siguen separados, pero esto ya no es cierto si consideramos el contenido, porque de los dos perfumes se desprenden unas partículas sutiles que suben, se difunden en el aire y se fusionan. Una ciencia que sólo se ocupa de los fenómenos visibles, tangibles y mesurables, ignora lo que se desarrolla en el nivel más sutil de las quintaesencias y de las emanaciones invisibles, y ahí es donde cesa de ser verídica, porque se le escapa la mitad de la verdad.
Tomemos ahora el sol. Está lejos, está a millones de kilómetros de distancia, y sin embargo, lo sentimos aquí, nos toca, nos calienta, nos cura. ¿Cómo hace para estar tan próximo a pesar de este alejamiento? Es porque sale de él una quintaesencia que forma parte de él, sus rayos, y gracias a sus rayos establece un contacto con nosotros: nos abraza, nos acaricia, nos penetra; estamos fusionados con él. Puesto que la luz y el calor del sol no son otra cosa que el sol, es en este sentido en el que os pude decir hace ya mucho tiempo que los planetas se tocan. Lo creíais un poco, pero dudabais también un poco. Pues bien, ¿me creeréis acaso más ahora si os digo que el mes pasado cayó en mis manos un artículo en el que un astrónomo afirmaba exactamente lo mismo? ¿Me preguntáis cómo llegué yo a saberlo? Es sencillo. Mirad nuestro planeta: está la tierra, y por encima de la tierra, el agua, el aire; y por encima del aire el éter que los hindúes llaman Akasha. El éter es pues un estado todavía más sutil de la materia, y es a este nivel en el que podemos afirmar que los planetas se tocan. No se fusionan en su parte sólida, sino en su parte sutil, en su alma. Por eso la astrología siempre ha creído en la influencia de los planetas y de las constelaciones.
Estudiemos ahora estos pequeños planetas que son los hombres y las mujeres. ¿Qué sucede entre ellos? Aquí está un chico, y allá una chica: están enamorados, se miran, se sonríen... Si consideramos las cosas desde un punto de vista materialista diremos: “He ahí dos cuerpos bien distintos, separados, no se tocan, no existe pues entre ellos ninguna comunicación...” Pero si consideramos la cuestión desde un punto de vista espiritualista, nos pronunciaremos de forma diferente, porque, debido a que las almas de estos dos jóvenes se comunican entre sí, están realmente fusionados con sus fluidos y sus emanaciones, exactamente como se fusionarían los rayos de dos soles en el espacio.
En realidad el hombre se extiende pues mucho más lejos que su cuerpo físico. Cuando estudiamos lo que emana de él, sus radiaciones, su aura, este campo magnético que cuenta historias, allá, muy lejos, se ve bien que el hombre es mucho más que su cuerpo: se extiende en el espacio, se pasea por el espacio.
Quizá hayáis oído hablar de esta experiencia de telepatía que intentó el ejército americano para comprobar ciertos poderes del pensamiento y su posible utilización en el dominio estratégico. Escogieron a dos sujetos particularmente sensibles: uno de ellos debía permanecer en Washington, rodeado de un comité de vigilancia, y estaba encargado de emitir imágenes y pensamientos que iba escribiendo y que ponían inmediatamente en una caja fuerte para evitar fraudes; el otro se encontraba en un submarino a miles de kilómetros de allí, en las profundidades del océano Pacífico, también rodeado de un comité de vigilancia: debía escribir todos los pensamientos y las imágenes que recibía y ponían estos papeles, también inmediatamente, en una caja fuerte. Cuando los dos documentos fueron comparados, todos se asombraron al ver que, salvo algunos pequeños errores, coincidían exactamente.
Puesto que el pensamiento es capaz de atravesar las capas más profundas del océano, ¡eso prueba que tiene un poder formidable! Gracias a esta radiación que sale de él, a estas emisiones de pequeñas partículas animadas de vibraciones muy rápidas, muy poderosas y susceptibles de ser registradas y captadas por otros cerebros, el hombre puede ir muy lejos por el espacio, tan lejos como el sol. La ciencia materialista todavía no lo ha estudiado todo, y por eso no debe pronunciarse.