Las leyes de la moral cósmica. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Las leyes de la moral cósmica - Omraam Mikhaël Aïvanhov

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hoy sucede con la vida que viví en el pasado lejano, cuando el Reino de Dios existía en la tierra, la Edad de Oro, y la humanidad vivía en la paz, la felicidad y la abundancia... Un día, todo esto desapareció y el mundo cayó bajo la ley de la anarquía y de la violencia. Ya no hay sitio para el amor, la inteligencia, la bondad, la dulzura; el único dios, el único credo, es la violencia, la violencia bajo todas sus formas.

      Durante los acontecimientos de mayo, en París, cuando se produjo toda esa rebelión de la juventud, yo no estaba en Francia, pero toda mi alma velaba y estaba inquieta, porque tenía el presentimiento de que la guerra civil se acercaba. Ésta pudo ser evitada, gracias al Cielo. Después, hablé con algunos jóvenes y uno de ellos, en particular, me decía que la rebelión era el único medio de obtener un cambio, que todo el desarrollo de la historia muestra que para conseguir algo, para obtener una mayor justicia, una mayor libertad, los hombres siempre se han visto obligados a utilizar la fuerza y la violencia. O, si no, me decía este joven, hay que separarse de la sociedad para formar una pequeña sociedad aparte y vivir como uno desee. Yo le dije: “De acuerdo, pero hay una tercera solución...” De la primera solución, claro, la historia nos da más ejemplos. Pero, desgraciadamente, cuando se ha desencadenado un movimiento, ya no se puede controlar y va hasta el final; las pasiones, los instintos se desencadenan, hasta el punto de que la razón ya no puede intervenir para remediarlo. La segunda solución es, de momento, irrealizable. La juventud no tiene a nadie que pueda aconsejarla y guiarla para organizar otra sociedad. Pero existe otra solución, y es hacer, por ejemplo, como los hindúes, que con sus reclamaciones legítimas, lógicas, inteligentes, con el método de la no-violencia y de la dulzura, provocaron en el mundo tantas reacciones favorables que Inglaterra se vio obligada a ceder. Ante esta abnegación, ante esta fuerza moral de todo un pueblo, comprendió que, si seguía queriendo esclavizarlo, perdería todo su prestigio.

      La situación en la que está sumergida la humanidad, sin meta, sin sistema filosófico verdadero, es muy inquietante, ¡cuántas veces os lo he dicho! Con la mentalidad de los humanos de hoy, podemos esperarlo todo. Y esto aún no es nada, otros acontecimientos más terribles van a producirse, ¡es tan fácil de predecir! Cuando los hombres ya no llevan a ningún Dios en su corazón, ¿por qué deberían seguir siendo buenos, generosos y dulces? Es verdad, parece inútil ser honestos y buenos en semejantes condiciones. Por eso tengo ahora el deseo de presentar, ante el mundo entero, un sistema filosófico, religioso o moral que nunca nadie, ni sabios, ni pensadores, ni religiosos puedan demoler. Podrán reírse, podrán burlarse, pero será un sistema irrefutable e indestructible, porque no es un invento humano que varía según las épocas y los lugares, sino que es la Inteligencia cósmica la que lo ha establecido.

      El primer punto que os presenté, lo tomé de la agricultura, y es la ley de las causas y de las consecuencias: cosechamos lo que sembramos. Después os mostré que, de la misma forma que en la vida física el hombre siempre se ve obligado a hacer una elección, una selección, también debe escoger y seleccionar en el campo de los sentimientos y de los pensamientos. Son dos puntos irrefutables: han quedado bien claros… Hoy os presentaré otro punto muy importante de la moral cósmica porque concierne a una actividad esencial del hombre: la creación.

      Sin duda habréis observado que tomo siempre como punto de partida la vida concreta, lo que vemos, lo que podemos tocar con los dedos: las piedras, las plantas, los animales, los humanos, su comportamiento y su vida, y no ideas abstractas, filosóficas, metafísicas, porque no es un buen método pedagógico empezar con abstracciones. En pedagogía, siempre se preconiza tomar como base lo concreto, visible, tangible, para elevarse después al dominio de la abstracción. Y si empiezo siempre paseándoos un poco sobre la tierra, es porque ésta constituye para mí el mejor punto de partida.

      Cuando observamos a los humanos nos damos cuenta de que tienen necesidad de comer, de beber, de pensar, de amar, de estudiar, de trabajar, etc. Pero tienen también otra necesidad que les empuja a ser creadores. Desde su más tierna infancia, empiezan a hacer montoncitos de arena, dibujos, a colorear... ¡Cuántos dibujos recibo, cada día, de nuestros futuros grandes creadores, los niños de la Fraternidad! Los pueblos más primitivos tienen también esta necesidad de crear, como lo muestran todas estas pinturas que han encontrado en las paredes de numerosas grutas en Europa y en África. Gracias a estos dibujos han podido reconstituir la fauna de esa época, las costumbres de esos pueblos y hasta sus prácticas mágicas, porque se piensa que representando a los animales que iban a cazar, trataban de embrujarlos para tener éxito en la caza. Esto es muy interesante, porque prueba que estos pueblos conocían ciertas leyes según las cuales al actuar sobre una imagen, actuamos sobre la criatura que la imagen representa.

      El hombre ha tenido, pues, desde el comienzo de su evolución deseos de crear, empezando por la creación de los hijos. Entre los instintos más fuertes y más tenaces que posee, se encuentra esta necesidad de ser un creador y de parecerse así a su Padre Celestial. Si no son hijos lo que desea crear, son obras de arte: esculturas, monumentos, danzas, cantos, poemas... Cuando os hablé de Leonardo da Vinci y de Miguel-Ángel, os mostré lo dotados que eran en todos los campos: poesía, pintura, escultura, arquitectura, y Leonardo da Vinci era también músico, matemático e ingeniero. El arte es la prueba de que este deseo que experimenta todo hombre de ser un creador, no se limita a la creación de los hijos, a una simple reproducción para la conservación de la especie; se manifiesta como una necesidad de ir más lejos, de dar un paso más y de reemplazar la antigua forma por otra nueva, más sutil, más bella, más perfecta. He ahí una verdad que se les ha escapado a muchos artistas. El poder creador del hombre reside más arriba que su nivel de conciencia ordinario; se encuentra en una parte de su alma que se manifiesta entonces como imaginación, como facultad de explorar, de contemplar unas realidades que le sobrepasan y de captar sus elementos. Crear es superarse, sobrepasarse.

      Ya os expliqué que si los inventores llegan a descubrir unas leyes o unas técnicas tan extraordinarias, es porque saben elevarse hasta el dominio de la imaginación, y más arriba todavía, el de la intuición: arriba captan ideas, imágenes, y después vuelven a bajar para escribir, dibujar, realizar lo que han concebido. La ciencia oficial todavía no ha explorado las posibilidades de la intuición, ni la naturaleza de esta facultad que, como una antena o un radar, puede prever, predecir y proyectarse en el futuro. Cuando algunos sabios que están a medio camino entre la ciencia oficial y la ciencia esotérica, lanzan de vez en cuando ideas más avanzadas, no les creen, les rechazan, les critican, y sin embargo, más tarde reconocen que han sido grandes precursores. Mirad a Julio Verne, por ejemplo, no era un hombre de ciencia sino solamente un novelista, y sin viajar él mismo,

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