Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924). Gilberto Loaiza Cano

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Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924) - Gilberto Loaiza Cano

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      En su corta existencia, el pequeño filósofo se adhirió al entusiasmo del comunismo en apariencia triunfante. Adhesión que tuvo costo escriturario, porque el escritor de paradojas se volvió un sistemático comentarista de lo que, por esos años, comenzaba a conocerse como la cuestión social. En el final de su existencia, Tejada se consagró a una rigurosa exposición, acudiendo a ejemplos de otros países en Latinoamérica, de lo que debería ser una legislación laboral en Colombia. Tejada percibía el ascenso de un conflicto social que exigía la intermediación política de un “partido de clase”; él mismo estaba erigiéndose en la voz intelectual que enunciaba las más indispensables conquistas de la nueva clase social. Dos tareas parecieron las más apremiantes en sus reflexiones y en la actuación política apasionada que caracterizó sus últimos días: por un lado, promover la necesidad de erigir una legislación que morigerara la situación de la nueva clase en las relaciones de trabajo; por otro, la enunciación del deseo de crear una organización política de nuevo tipo que sirviera de intermediaria, de representante de los intereses de una clase en ascenso. Estas preocupaciones lo obligaron a ir más allá de la juguetona exaltación del ocio; esta vez se trataba de argumentar de manera sobria y precisa acerca de la creación de una Oficina General del Trabajo, de una Inspección Médica del Trabajo, de instaurar una jornada laboral de ocho horas, de conquistar el derecho a la sindicalización, de impedir la sobreexplotación de la mano de obra femenina. Tejada era consciente de la asunción de un conflicto social debido al ascenso del capitalismo, a la instalación del sistema de fábrica; por tanto, era indispensable crear organismos de protección o, al menos, de vigilancia de las condiciones de trabajo. A esa preocupación le añadió el interés por las conquistas del movimiento obrero en otros países; se detuvo, especialmente, en el triunfo electoral de los obreros ingleses y en las conquistas laborales del movimiento obrero en Uruguay.

      En estos tiempos nuestros tan conservadores, en que hay cierta fascinación por arrastrarse en el fango, por moverse en la turbiedad, el joven cronista constituye una figura poco recomendable para la memoria colectiva. ¿Qué tal? Un jovencito encantado con una utopía socialista, convencido de reivindicaciones igualitarias, pionero del nefando comunismo. Otros mitos tratan de imponerse en estos días, otras epopeyas nada edificantes. Eso puede explicar, quizá, el poco interés por el personaje, por su época, por otros intelectuales de su generación. Y eso puede darle alguna trascendencia, trascurrido un cuarto de siglo de la primera, a esta segunda edición.

      La biografía

      Un estudio biográfico no pretende montar nuevos ídolos, ni redimir personalidades, ni mucho menos enterrar trayectorias humanas. Un estudio biográfico es una forma de buscar densidad narrativa y explicativa; es la búsqueda de una perspectiva con el fin de entender a los individuos de una época o, mejor, es una manera de entender una época siguiendo las huellas de ciertos individuos. Tampoco es el seguimiento detectivesco de una vida; es más bien la reconstitución de la trama, de la red de relaciones en que ese individuo estuvo inserto. Ahora bien, lo que ese individuo haya dicho o escrito o actuado es dato significativo en esa tarea reconstructiva, permite entender la conversación de la época, lo que podía o no podía decirse y hacerse. La singularidad de cada quien estriba en lo que pudo decir en la conversación: si lo que dijo era apenas la entrada en una conversación que ya se había iniciado o si fue él quien propuso un nuevo asunto y lo dijo de un modo tan inusitado que, no hay que dudarlo, dio origen a una nueva conversación. Tejada tuvo algo de lo uno y de lo otro; es decir, fue prolongador de una tradición, comenzó hablando a la manera de sus padres y maestros, pero luego propuso nuevos temas y formas de escribir. Eso lo singularizó y eso lo ha hecho atractivo para la historia de la vida intelectual colombiana.

      Esa singularidad padeció su propia paradoja. Tejada no podía hablar en público; hoy habría sido diagnosticado con un trastorno de ansiedad social; la multitud lo intimidaba y, cuando debía intervenir ante un público expectante, lo aplastaba el miedo, la vergüenza, y entonces sobrevenía un silencio prolongado e incómodo. En cambio, deleitaba a sus amigos de tertulia con sus reflexiones juguetonas o, más evidente, plasmaba su agudeza crítica en la escritura cotidiana. Esos rasgos, en apariencia anodinos, simples anécdotas que salpican al personaje, pueden ayudarnos a comprender los dilemas de una generación intelectual, cuyas acciones tuvieron el sello de la intrusión o de la subordinación. Tejada era inteligente, brillante, pero estaba incapacitado para exponer sus ideas en auditorios amplios. Esta inhibición la compensó con excesos que contribuyeron a acelerar su muerte temprana. Otros miembros de su generación acudieron drásticamente a la autoaniquilación y otros más abandonaron sus irreverencias juveniles al iniciar la década de los treinta.

      La biografía intenta modular ese microcosmos de la singularidad del individuo elegido con el macrocosmos del proceso histórico en que ese individuo vivió. Sin ese individuo, ese proceso no podría señalar las mismas tendencias, y es en ese proceso que el individuo intenta establecer algún contraste. Tejada contuvo, en su existencia, las vacilaciones de una época de transición; sus vacilaciones, sus desplantes bohemios, sus desafíos retóricos hacen parte de la discusión que dotó de cierta personalidad histórica un momento de la vida pública colombiana en que los valores y las concepciones del mundo que, hasta entonces, habían prevalecido comenzaban a desvanecerse o, al menos, eran relativizadas por un alud de novedades de todo tipo. La vida y la obra de Tejada ha sido la perspectiva narrativa adoptada, partiendo del supuesto de que estamos ante un singular que condensó, por lo menos, las concepciones del mundo, las ilusiones de una generación intelectual que fue portadora de algunos síntomas de la trasformación en todo eso que, de modo informe, llamamos cultura. Cambios en las formas y prácticas artísticas, en la vida cotidiana, en la política partidista, en las relaciones entre grupos sociales, en las relaciones con las innovaciones tecnológicas. No olvidemos que Tejada —y otros escritores, por supuesto— narró la irrupción de novedades como el automóvil y el avión, el alumbrado eléctrico en las calles, los relojes públicos. Su vida y su obra, en consecuencia, son testimonio invaluable de las experiencias de cambio que la sociedad colombiana vivió especialmente en la década de 1920.

      La biografía de un intelectual fue, en este caso, la reconstrucción del nudo de relaciones al que perteneció el escritor, del diálogo entre el mundo y su escritura. De la relación que podía haber entre el breve texto periodístico y la totalidad de la cultura, de los cambios que vivía la sociedad de su tiempo. La obra de Tejada nos remitía a esos cambios y estos, a su vez, nos permitían entender la personalidad de su escritura. Inserto en un proceso colectivo, su vida y su obra fueron inseparables de fenómenos de expresión generacional, como el antipasatismo de los Arquilókidas, un hallazgo documental que habla de un momento de crítica acerba a la tradición letrada; otro hallazgo documental, importante para el momento de la primera edición, fue el programa comunista de 1924 en que Tejada y el grupo de jóvenes comunistas de la época tuvieron responsabilidad en la redacción y difusión.

      Creo que en este estudio se ha logrado demostrar la importancia de la herencia cultural y política del liberalismo radical. En efecto, el autor de las famosas “Gotas de tinta” o de las “Cotidianas” o de las “Glosas insignificantes” perteneció a un círculo de familias de Antioquia con notorios antecedentes liberales radicales. Ser liberal en Antioquia, bastión del catolicismo intransigente en buena parte de la segunda mitad del xix, implicó un enfrentamiento cotidiano con el poder local del cura que, por ejemplo, se rehusaba frecuentemente a administrar los sacramentos a las familias liberales. Muchas de esas familias difundieron la práctica del matrimonio civil, la educación laica, actitudes religiosas disidentes como el librepensamiento o el espiritismo. En Medellín, desde fines del mencionado decenio, ya había círculos de espiritismo formados por grupos de artesanos. La familia de Tejada estuvo muy cerca de esas disidencias religiosas, de la promoción de las pedagogías modernas; con ese ánimo varios parientes del escritor recorrieron Antioquia y el Viejo Caldas. Por tanto, el origen familiar y el legado del liberalismo radical nos parecieron imprescindibles en la caracterización de este intelectual y en la explicación de su evolución hacia un incipiente comunismo.

      La nueva edición

      Este

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