Curso de sociología general 2. Pierre Bourdieu
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He dicho todo lo que podía decir públicamente, lo cual es también algo importante de mi análisis: ahí están todas las restricciones del paso a la publicación o la publicidad, del hecho de hacer público, de lo que puede decirse públicamente, en situación pública, oficial, en una situación definida socialmente por reglas implícitas o explícitas. Ese efecto de publicación es uno de los efectos más viciosos, más ocultos.
La invención del jurado
Ahora retomaré muy rápidamente los principales aportes de mi análisis e intentaré ir un poquito más lejos. Lo que está en juego es lo que podríamos llamar una tecnología o una técnica social de acción sobre el mundo social. Lo dije el otro día de manera muy sucinta: en el mundo social, como en otros lugares, hay invenciones. Por ejemplo, Max Weber insiste mucho en que el jurado popular, al cual estamos tan acostumbrados que no reflexionamos sobre él, fue una gran invención histórica en la historia del derecho, que cambió por completo la estructura del campo jurídico.[79] En ese campo jurídico siempre hay un problema de equilibrio entre la competencia específica de los juristas (si se los dejara hacer, harían un derecho racionalizado, cada vez más coherente pero, en la misma medida, apartado de la vida en cierto modo), las exigencias de los principales clientes de los juristas (por ejemplo, desde la Revolución Industrial la burguesía demanda que el derecho sea una herramienta de previsibilidad y calculabilidad, como dice Weber) y, luego, de los demás (cuya presencia, al menos, simboliza el jurado; no creo que la exprese). Como el campo jurídico es uno de los campos de los que menos me he ocupado, lo que digo está más cerca de los discursos escolares de segunda mano que del discurso científico, pero es de Weber (a quien a menudo no se ha leído): la invención del jurado cambió la estructura.
Aquí tenemos una invención del mismo tipo, del tipo del jurado. En comparación con el cuestionario de Proust o la encuesta de Huret (Huret, un periodista de un diario que es el equivalente de Le Figaro de la época, en 1891 va a entrevistar a los escritores),[80] el palmarés de Lire exhibe algo novedoso: nos da la impresión de que efectivamente es un referéndum. Hay una intención objetiva que –como insistí bastante al comienzo de esta clase– no es una intención subjetiva ni siquiera una suma de intenciones subjetivas, donde “intención” debe entenderse en el sentido de voluntad orientada hacia fines explícitamente postulados. Por tanto, no es producto de una intención única de una suerte de conspirador –Bernard Pivot– ni de una intención colectiva de un conjunto de conspiradores que se hayan concertado y hayan dicho: “¿Cómo podemos derribar por fin a esos intelectuales dominantes e imponer la visión periodística de los intelectuales?”. Creo que esta es una de las propiedades de las invenciones sociales. Hay que decir la palabra “invención” para recordar que esto no se da por sentado, que hay rupturas, cortes, cambios.
Por ejemplo, y luego volveré al tema, el Salón de los Rechazados[81] –todos lo hemos escuchado en cursos de historia de la literatura [y del arte]– es una invención histórica formidable que fue extraordinariamente difícil: fue necesario que de verdad los pintores se murieran de hambre durante veinte o treinta años para que esa simple invención fuera posible. Estaban la Academia, las exposiciones de la Academia que se celebraban todos los años y se llamaban “salones”, y se creó el Salón de los Rechazados, el salón de todos aquellos que no habían sido aceptados por el Salón oficial de la Academia. El Salón de los Rechazados es una idea y una palabra, y la gente va a hacer de esta palabra algo que, a continuación, otros percibirán, y dirán entonces “ah, sí, el Salón de los Rechazados”. Muchas veces, los movimientos literarios [y pictóricos] comienzan con un insulto que se convierte en un concepto –según se ha señalado a menudo con respecto a los impresionistas–.[82] Como los historiadores del arte lo olvidan, quieren dar un sentido a los conceptos y, entonces, les cuesta mucho y dicen muchas tonterías. Es muy importante saber que lo que se llama “barroco”, por ejemplo, es una mezcla de insultos de época y categorías profesorales, todo metido en la salsa de la disertación. El “barroco” es idealtípico, no tiene el mismo sentido hablar de él en Viena… Digo una maldad, pero fundada, según podría argumentar.
Así, esta técnica social es una verdadera invención, pero una invención sin sujeto, en el sentido corriente del término, lo cual no quiere decir que no tenga intención, que sea cualquier cosa. Esa es, en el fondo, la paradoja de lo social. Me parece que la visión espontánea del mundo social oscila entre dos visiones: la visión según la cual es lo que sea, el azar, no se sabe demasiado por qué sucede así, etc., y de ahí una forma de pesimismo con respecto a la sociología, lo que Hegel llamaba “ateísmo del mundo moral”,[83] de modo que se supone que el mundo de la naturaleza tiene una razón, y cuando se pasa al mundo social, se dice que es cualquier cosa (yo, desde luego, por profesión, no puedo tener esta visión); y una visión conforme a la cual si hay orden, es porque hay gente que pone orden, que actúa como ordenadora (el complot, “está hecho para”, etc.). El discurso crítico espontáneo sobre el mundo social, el que se lee en los diarios de izquierda, es del segundo tipo: “Hay orden, y no puede haberlo sin alguien que lo instaure”; los instauradores del orden son “los capitalistas”, sujetos gramaticales pero también sujetos en el sentido de la filosofía tradicional, la filosofía con sujeto: personas que tienen intenciones, un entendimiento, una voluntad, que saben lo que quieren, quieren lo que saben y saben lo que hacen. Yo digo que todo esto no es verdad: hay intención objetiva, sentidos, fines, funciones, metas, coherencia y, sin embargo, no hay sujeto.
La vez pasada se esbozaba una respuesta confusa y provisoria a la pregunta “pero ¿quién es el sujeto de todo eso?”, que era: el campo de producción cultural. Ustedes tal vez se digan que apenas hemos avanzado; pero es un progreso enorme. A veces pienso que puede darse un muy gran paso adelante si se cambia la manera global de pensar un objeto social. En el caso presente, concordarán conmigo en que el sujeto es el campo de producción cultural, porque se trata de intelectuales menores, pero piensen en los grandes intelectuales: ¿quién es el sujeto de la obra de Mallarmé? ¿En qué grado? ¿Todos los sujetos son igualmente sujetos? ¿Se es sujeto en el mismo grado, sin importar la posición que uno ocupa en el campo, o el sujeto es en todo momento el campo, incluso si a veces hay personas que, por su posición en él, son un poco más sujetos? Creo que se trata de un desplazamiento muy importante respecto del cual el año pasado, con referencia al campo literario, intenté demostrar que tenía consecuencias del todo radicales sobre la manera de estudiar las obras culturales, científicas, artísticas o literarias: en todos los casos, podemos preguntarnos cuál es el sujeto; en cada oportunidad, el sujeto, en mi opinión, será un campo como conjunto de agentes unidos por relaciones objetivas, irreductibles a las interacciones que ellos pueden tener. Como repito siempre, es verdaderamente el alfa y el omega: las relaciones no son reducibles a las interacciones; personas que no tienen interacción, que jamás se han conocido, pueden entrar en relación.
El sujeto de lo que sucede en todo eso es el campo; y uno de los problemas consiste en saber cuál es ese campo, cómo se define, cómo funciona, cuáles son sus límites. Les recuerdo lo que dije la vez pasada sobre los límites y las fronteras: ¿hay límites jurídicos? Aquí, una apuesta –ya la había señalado la semana pasada– es precisamente desordenar los límites, y la definición del campo se dará mediante la definición de los jueces competentes, cuya lista se presenta. En definitiva, podríamos decir que todo el trabajo de “deconstrucción”[84] que