Una economía para la esperanza. Enrique Lluch Frechina

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Una economía para la esperanza - Enrique Lluch Frechina GP Actualidad

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por convencimiento, sin necesidad de incentivos, solo porque creemos que es lo mejor.

      Los comportamientos virtuosos son posibles. Existen opciones altruistas o beneficiosas para los demás que se realizan de una manera consciente, sin necesidad de pensar que el comportamiento bueno es solamente una estrategia para beneficiarse a sí mismo. Existen personas que no son egoístas, que potencian su lado bueno, que trabajan su parte positiva y cooperan con los demás a partir de la generosidad y el desprendimiento.

      Del mismo modo que pasaba con el egoísmo, el altruismo y la generosidad, el lado bueno de las personas tiene efectos expansivos. En primer lugar, sobre los otros, ya que, cuando tratamos a alguien con generosidad, este tiende a responder también así, con generosidad. Quien recibe cariño, comprensión y amor suele responder con la misma moneda. El altruismo suele generar más generosidad en quienes se ven beneficiados por él (aunque somos conscientes de que no siempre es así). Pero los efectos expansivos que tiene no solo se dan con respecto a los otros, sino que también se dan con respecto a uno mismo.

      La bondad, los sentimientos positivos hacia los otros, la opción por la generosidad, no son una reserva que existe en nuestro interior y que se agota con su uso, todo lo contrario. Son virtudes que se cultivan, que se riegan, que se practican y que, como si fuesen una planta, crecen y fructifican. Si alimentamos el lado bueno, este va creciendo, se va haciendo fuerte al mismo tiempo que el lado malo se debilita, pierde fuerzas y deja de influirnos. Potenciar y favorecer el lado bueno de las personas tiene efectos expansivos sobre ellas mismas y hace que este sea cada vez mayor.

      Por todo ello es más sabio promover y apoyar el convencimiento de que las cosas se pueden hacer bien, ayudar a las personas a que desarrollen su lado bueno, no con incentivos que dirijan a través de su egoísmo, sino potenciando de una manera directa esta parte positiva. Todo ello sin olvidar que la parte negativa existe, no hay que ser ingenuos o buenistas, sino potenciar lo bueno siendo conscientes de que lo malo también existe.

      Una política de educación y de convencimiento basada en valores que potencien la búsqueda del bien común y de la mejora de la sociedad y las personas que la componen es la manera de construir una sociedad con personas responsables y plenas. Por ello, las propuestas de este libro parten de la premisa de que la política más realista y con mejores resultados es considerar a las personas como seres que tienen una parte buena y otra mala, para dedicarse a potenciar el lado positivo y construir una sociedad de personas responsables por convencimiento.

      10. Construir estructuras virtuosas

      Ella se dio cuenta de que aquello no era bueno. Esa propuesta iba en contra no solo del propio código ético de la empresa, sino de la más elemental cordura. Así que trabajó con ahínco para encontrar una propuesta alternativa, una manera de solucionar aquel problema que fuese respetuosa con las personas implicadas, con el medio ambiente y con la sociedad en su conjunto. Creyó encontrarla; era más cara y reducía algo el margen de beneficios, pero era factible y solventaba bastante bien los problemas que generaba la otra. Así que se la presentó a su jefa, se la explicó, se la razonó, le indicó los pros y los contras con todo detalle. Ella la miró y le dijo: «Parece mentira, con los años que llevas aquí, que todavía no te hayas dado cuenta de que no somos Hermanitas de la Caridad, el negocio es el negocio», y su propuesta cayó en el cajón del olvido.

      Para potenciar los comportamientos positivos no es suficiente con que las personas tengan una conciencia moral bien construida y sólida que les permita ser fuertes y valientes ante las dificultades que se les presenten. Es necesario construir instituciones y estructuras que faciliten esta clase comportamientos virtuosos, que los normalicen y los potencien, que consigan que quien quiera realizarlos no tenga que ser un valiente para ir en contra de la institución o estructura. Esto es necesario porque las personas somos seres sociales por naturaleza, y por ello nos juntamos a vivir con otros, en la familia, en nuestros grupos de amigos, en nuestras poblaciones, en los países, en las empresas, en los centros educativos, etc.

      Desarrollamos nuestras vidas en el marco de instituciones y estructuras en cuyo interior interactuamos con los demás. Establecemos una relación con estas instituciones de modo que nuestras actitudes influyen en ellas determinándolas y construyendo su forma de actuar, al mismo tiempo que ellas influyen también en nuestras actuaciones, en nuestros planteamientos vitales, en nuestra manera de hacer las cosas. La aceptación del grupo, las normas que este establece, lo que se considera adecuado o no, también nos empuja en una u otra dirección, facilita que nos comportemos de una u otra manera.

      Un ejemplo de esto lo podemos ver en la familia. Si el ambiente es tenso, las discusiones son constantes y los enfados forman parte de la cotidianidad; si la armonía se perdió hace tiempo o nunca se conoció, es difícil que quienes viven en su seno sean felices, estén contentos, afronten su día con una sonrisa en la boca. Para hacerlo tienen que enfrentarte a las circunstancias, ser valientes y tener suficientes instrumentos para superar un ambiente que te lleva, con fuerza, justo a lo contrario. De hecho, lo normal es que una persona que viva en un ambiente familiar así viva malhumorada, con el ceño fruncido, infeliz...

      La familia aquí descrita o la empresa del relato inicial de este apartado son ejemplos de lo que podemos calificar como estructuras perniciosas, aquellas en las que las personas que se dejan llevar por su funcionamiento acaban desarrollando su peor parte, comportándose de manera negativa para ellas mismas y para quienes las rodean. Las estructuras perniciosas no solamente se dan en algunas familias o empresas, sino que también pueden encontrarse en un partido político, en un equipo directivo o en cualquier grupo de personas que se unan para hacer cosas conjuntamente. En la medida en que sus modos de actuar potencien comportamientos negativos para quienes los realizan, para las relaciones que se establecen entre sus miembros y con terceros y para la sociedad en su conjunto, estarán construyendo una estructura perniciosa.

      En cualquiera de estos ambientes, quienes quieren hacer el bien, quienes quieren encontrar alegría y comportamientos virtuosos, tienen que ser valientes, tienen que tener coraje moral para atreverse a remar contra corriente, a remontar el río luchando contra la fuerza del agua que baja. Por ello necesitamos construir estructuras que potencien precisamente lo contrario, instituciones virtuosas en las que lo sencillo sea comportarse bien, en las que quienes tengan que ser valientes sean precisamente quienes quieran llevar adelante comportamientos poco éticos, poco responsables, poco respetuosos con los demás y con la creación.

      Hacerlo es posible, el esfuerzo para crear una estructura virtuosa es el mismo que para crear otra que sea perniciosa. Solo tenemos que construirla en otra clave. Construir familias cimentadas en un amor verdadero entre sus miembros, crear partidos políticos que realmente quieran estar al servicio de la sociedad en la que nacen, lograr que las empresas prioricen su función social. Se trata de construir instituciones que favorezcan el comportamiento virtuoso de las personas que se relacionan con ellas.

      Esta es la manera de que el entorno en el que nos movemos ayude y facilite realmente un cambio de mentalidad. En la medida en que las personas trabajen en ambientes positivos tendrán más facilidad para cambiar su mentalidad en una dirección constructiva del bien común. Y esto es mucho más efectivo que diseñar incentivos que pretendan dirigir la maldad intrínseca de las personas en la dirección adecuada. Las estructuras virtuosas permiten potenciar comportamientos positivos sin necesidad de incentivarlos, el entorno en el que se convive es el que empuja de una manera sencilla y eficaz a quienes están en él a esos comportamientos positivos para los demás.

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