El tulipán negro. Alejandro Dumas
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Pero desgraciadamente, ¡qué fue de este infortunado Boxtel, cuando vio los vidrios del nuevo piso edificado llenarse de cebollas, de bulbos, de tulipanes en plena tierra, de tulipanes en botes, en fin de todo lo que concierne a la profesión de un monómano tulipanero!
Había paquetes de etiquetas, casilleros, cajas con compartimientos y los enrejados de hierro destinados a cerrar esos casilleros para renovarles el aire sin permitir el acceso a las ratas, a los lirones, a los turones y a los ratones, curiosos aficionados a los tulipanes de dos mil francos la cebolla.
Boxtel quedó muy impresionado cuando vio todo aquel material, pero todavía no comprendía la extensión de su desgracia. Se sabía que Van Baerle era amigo de todo lo que alegraba la vista. Estudiaba a fondo la Naturaleza para sus cuadros, acabados como los de Gérard Dow, su maestro, y los de Miéris, su amigo. ¡No era posible que teniendo que pintar el interior de un tulipanero, hubiera reunido en su nuevo taller todos los accesorios de la decoración!
Sin embargo, aunque tranquilizado por esta engañosa idea, Boxtel no pudo resistir la ardiente curiosidad que le devoraba. Llegada la noche, aplicó una escala contra el muro medianero y, mirando la casa de su vecino Baerle, se convenció de que la tierra de un enorme cuadrado, poblado hacía poco de plantas diferentes, había sido removido, dispuesto en platabandas de mantillo mezclado con lodo de río, combinación esencialmente simpática a los tulipanes, todo rodeado con un borde de césped para impedir los desmoronamientos. Además, al sol naciente, al sol poniente, sombra dispuesta para tamizar el sol del mediodía; agua en abundancia y al alcance, exposición al sur suroeste, en fin, condiciones completas, no solamente para el éxito, sino para el progreso. Sin ningún género de duda, Van Baerle se había convertido en un tulipanero.
Boxtel se representó inmediatamente a ese sabio de cuatrocientos mil florines de capital y diez mil de yenta, empleando sus recursos morales y físicos en el cultivo de los tulipanes al por mayor. Entrevió su éxito en un vago pero cercano porvenir, y concibió, por adelantado, tal dolor por ese éxito, que sus manos se relajaron, las rodillas se debilitaron, y cayó desesperado al pie de su escala.
Así pues, no era por tulipanes pintados, sino por tulipanes reales por lo que Van Baerle le robaba medio grado de calor. Así pues, Van Baerle iba a tener la más admirable de las exposiciones solares y, además, una vasta habitación donde conservar sus cebollas y sus bulbos: habitación alumbrada, aireada, ventilada, riqueza prohibida a Boxtel, que se había visto obligado a dedicar a ese use su dormitorio y que, para no perjudicar con la influencia de los espíritus animales a sus bulbos y sus tubérculos, se resignaba a acostarse en el granero.
Así, puerta a puerta, pared por pared, Boxtel iba a tener un rival, un emulador, un vencedor tal vez, y ese rival, en lugar de ser cualquier oscuro jardinero, desconocido, ¡era el ahijado del amo Corneille de Witt, es decir, una celebridad!
Boxtel, como se ve, tenía un espíritu menos fuerte que el de Porus, que se consolaba por haber sido vencido por Alejandro justamente a causa de la celebridad de su vencedor.
En efecto, ¡qué sucedería si alguna vez Van Baerle hallaba un tulipán nuevo y lo llamaba el Jean de Witt, después de haber llamado a uno el Corneille! Era como para ahogarse de rabia.
Así, en su envidiosa prevención, Boxtel, profeta de la desgracia para sí mismo, adivinaba lo que iba a suceder.
Hecho este descubrimiento, Boxtel pasó la más execrable noche que imaginarse pueda.
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