Lo mejor de Dostoyevski. Fiódor Dostoyevski

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de su hacienda… Y antaño pasé muchas noches en la casa Viasemsky, de la plaza del Mercado… Además, tal vez suba en el globo de Berg.

      Permítame una pregunta. ¿Piensa usted emprender muy pronto su viaje?

      ¿Qué viaje?

      El viaje de que me ha hablado usted hace un momento.

      ¿Yo? ¡Ah, sí! Ahora lo recuerdo… Es un asunto muy complicado. ¡Si usted supiera el problema que acaba de remover!

      Lanzó una risita aguda.

      A lo mejor, en vez de viajar, me caso. Se me han hecho proposiciones.

      ¿Aquí?

      Sí.

      No ha perdido usted el tiempo.

      Sin embargo, desearía ver una sola vez a Avdotia Romanovna. Se lo digo en serio… Adiós, hasta la vista… ¡Ah, se me olvidaba! Dígale a su hermana que Marfa Petrovna le ha legado tres mil rublos. Esto es completamente seguro. Marfa Petrovna hizo testamento en mi presencia ocho días antes de morir. Avdotia Romanovna tendrá ese dinero en su poder dentro de unas tres semanas.

      ¿Habla usted en serio?

      Sí. Dígaselo a su hermana… Bueno, disponga de mí. Me hospedo muy cerca de su casa.

      Al salir, Svidrigailof se cruzó con Rasumikhine en el umbral.

      II

      Eran cerca de las ocho. Los dos jóvenes se dirigieron a paso ligero al edificio Bakaleev, con el propósito de llegar antes que Lujine.

      ¿Quién era ese señor que estaba contigo? preguntó Rasumikhine apenas llegaron a la calle.

      Es Svidrigailof, ese hacendado que hizo la corte a mi hermana cuando la tuvo en su casa como institutriz. A causa de esta persecución, Marfa Petrovna, la esposa de Svidrigailof, echó a mi hermana de la casa. Esta señora pidió después perdón a Dunia, y ahora, hace unos días, ha muerto de repente. De ella hemos hablado hace un momento. No sé por qué temo tanto a ese hombre. Inmediatamente después del entierro de su mujer se ha venido a Petersburgo. Es un tipo muy extraño y parece abrigar algún proyecto misterioso. ¿Qué es lo que proyectará? Hay que proteger a Dunia contra él. Estaba deseando poder decírtelo.

      ¿Protegerla? Pero ¿qué mal puede él hacer a Avdotia Romanovna? En fin, Rodia, te agradezco esta prueba de confianza. Puedes estar tranquilo, que protegeremos a tu hermana. ¿Dónde vive ese hombre?

      No lo sé.

      ¿Por qué no se lo has preguntado? Ha sido una lástima. Pero te aseguro que me enteraré.

      ¿Te has fijado en él? preguntó Raskolnikof tras una pausa.

      Sí, lo he podido observar perfectamente.

      ¿De veras lo has podido examinar bien? insistió Raskolnikof.

      Sí, recuerdo todos sus rasgos. Reconocería a ese hombre entre mil, pues tengo buena memoria para las fisonomías.

      Callaron nuevamente.

      Oye murmuró Raskolnikof , ¿sabes que…? Mira, estaba pensando que… ¿no habrá sido todo una ilusión?

      Pero ¿qué dices? No lo entiendo.

      Raskolnikof torció la boca en una sonrisa.

      Te lo diré claramente. Todos creeréis que me he vuelto loco, y a mí me parece que tal vez es verdad, que he perdido la razón y que, por lo tanto, lo que he visto ha sido un espectro.

      Pero ¿qué disparates estás diciendo?

      Sí, tal vez esté loco y todos los acontecimientos de estos últimos días sólo hayan ocurrido en mi imaginación.

      ¡A ti te ha trastornado ese hombre, Rodia! ¿Qué te ha dicho? ¿Qué quería de ti?

      Raskolnikof no le contestó. Rasumikhine reflexionó un instante.

      Bueno, te lo voy a contar todo dijo . He pasado por tu casa y he visto que estabas durmiendo. Entonces hemos comido y luego yo he visitado a Porfirio Petrovitch. Zamiotof estaba con él todavía. Intenté empezar en seguida mis explicaciones, pero no lo conseguí. No había medio de entrar en materia como era debido. Ellos parecían no comprender y, por otra parte, no mostraban la menor desazón. Al fin, me llevo a Porfirio junto a la ventana y empiezo a hablarle, sin obtener mejores resultados. Él mira hacia un lado, yo hacia otro. Finalmente le acerco el puño a la cara y le digo que le voy a hacer polvo. Él se limita a mirarme en silencio. Yo escupo y me voy. Así termina la escena. Ha sido una estupidez. Con Zamiotof no he cruzado una sola palabra… Yo temía haberte causado algún perjuicio con mi conducta; pero cuando bajaba la escalera he tenido un relámpago de lucidez. ¿Por qué tenemos que preocuparnos tú ni yo? Si a ti te amenazara algún peligro, tal inquietud se comprendería; pero ¿qué tienes tú que temer? Tú no tienes nada que ver con ese dichoso asunto y, por lo tanto, puedes reírte de ellos. Más adelante podremos reírnos en sus propias narices, y si yo estuviera en tu lugar, me divertiría haciéndoles creer que están en lo cierto. Piensa en su bochorno cuando se den cuenta de su tremendo error. No lo pensemos más. Ya les diremos lo que se merecen cuando llegue el momento. Ahora limitémonos a burlarnos de ellos.

      Tienes razón dijo Raskolnikof.

      Y pensó: «¿Qué dirás más adelante, cuando lo sepas todo…? Es extraño: nunca se me había ocurrido pensar qué dirá Rasumikhine cuando se entere.»

      Después de hacerse esta reflexión miró fijamente a su amigo. El relato de la visita a Porfirio Petrovitch no le había interesado apenas. ¡Se habían sumado tantos motivos de preocupación durante las últimas horas a los que tenía desde hacía tiempo!

      En el pasillo se encontraron con Lujine. Había llegado a las ocho en punto y estaba buscando el número de la habitación de su prometida. Los tres cruzaron la puerta exterior casi al mismo tiempo, sin saludarse y sin mirarse siquiera. Los dos jóvenes entraron primero en la habitación. Piotr Petrovitch, siempre riguroso en cuestiones de etiqueta, se retrasó un momento en el vestíbulo para quitarse el sobretodo. Pulqueria Alejandrovna se dirigió inmediatamente a él, mientras Dunia saludaba a su hermano.

      Piotr Petrovitch entró en la habitación y saludó a las damas con la mayor amabilidad, pero con una gravedad exagerada. Parecía, además, un tanto desconcertado. Pulqueria Alejandrovna, que también daba muestras de cierta turbación, se apresuró a hacerlos sentar a todos a la mesa redonda donde hervía el samovar. Dunia y Lujine quedaron el uno frente al otro, y Rasumikhine y Raskolnikof se sentaron de cara a Pulqueria Alejandrovna, aquél al lado de Lujine, y Raskolnikof junto a su hermana.

      Hubo un momento de silencio. Lujine sacó con toda lentitud un pañuelo de batista perfumado y se sonó con aire de hombre amable pero herido en su dignidad y decidido a pedir explicaciones. Apenas había entrado en el vestíbulo, le había acometido la idea de no quitarse el gabán y retirarse, para castigar severamente a las dos damas y hacerles comprender la gravedad del acto que habían cometido. Pero

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