"Quiero escribir mi historia". Pablo Francisco Di Leo
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En consonancia con lo que otros trabajos indican, aquí también los jóvenes deben enfrentar y resolver por sí mismos problemas sociales que en otras latitudes son procesados por las instituciones. Por supuesto, éstas están presentes en los relatos (en la evocación de un profesor que “cree” en un joven, en el rol de ciertas asociaciones religiosas, en el maltrato de la institución policial…) pero, globalmente, lo que prima es la experiencia de la relativa soledad institucional de los individuos. Los problemas evocados y señalados como los más significativos por los jóvenes mismos son, en su gran mayoría, de índole “personal” e intrafamiliar. Por supuesto, estas dificultades se explican en parte –pero sólo en parte– por la posición social de los jóvenes estudiados, miembros de sectores populares, cuyas biografías han sido marcadas, muchas veces, por las consecuencias de la crisis de 2001 y los cambios sobrevenidos a nivel de los barrios, de la sociabilidad, de la inseguridad. Sin embargo, y a pesar de su presencia, ésta no es la línea de interpretación privilegiada por los jóvenes.
Resulta difícil no destacar, en este sentido, el desequilibrio narrativo observable entre la centralidad indiscutida acordada a los retos personales y familiares, por un lado, y la relativa ausencia –y en algunos casos incluso la ausencia radical– de toda referencia a desafíos de índole laboral, escolar o político. Por supuesto, estas temáticas aparecen en los relatos pero, por lo general, de manera sesgada, más como un contexto que como un desafío en el sentido fuerte del término; más como una posibilidad de producción de recursos que como un lugar significativo de la existencia. El resultado es sorprendente y, en parte, incluso, enigmático. Todo acontece como si lo verdaderamente importante en la vida se jugase en otra escena: más existencial y más cotidiana. Como si la vida estuviera en otro lado: en la dialéctica entre el barrio, las calles y la ciudad. Tras ella, la cuestión de la vida abierta y del mundo cerrado; en los amigos y las traiciones, en la familia y sus usuras y sus apoyos; pero también en las drogas, claro, en la pluralidad de sus sentidos y sus usos, desde el agujero negro hasta el recurso festivo y episódico, pasando por el consumo problemático; en los amores, por cierto y, tal vez, por sobre todo. Al escuchar las voces de estos jóvenes, resulta imposible no tener el sentimiento de que intentan forjar la brújula de sus biografías más desde dimensiones existenciales que desde una interpretación socialmente contextualizada de sus trayectorias.
Digámoslo con la mayor fuerza posible: cuando hablan de ellos, cuando relatan sus vidas, los jóvenes entrevistados no hablan de “la” sociedad aunque evoquen sus barrios, a veces sus escuelas o sus experiencias laborales, incluso los abusos de ciertas instituciones. Lo que ellos testimonian por sobre todo y profusamente son sus dilemas y dificultades existenciales. Por supuesto, repitámoslo, el relato biográfico induce a este tipo de interpretación, adjudicándoles, por razones de legitimidad cultural, a las experiencias personales y familiares (y muchas veces a los primeros años de la vida) un mayor peso a la hora de diseñar el perfil de los individuos. Pero, más allá de ello, la investigación da cuenta de otra realidad: una en la cual “la” sociedad está lejos y “la” existencia es central; una en la cual, de manera incluso inquietante, los aspectos experienciales e incluso existenciales tienden, al menos a nivel de los relatos, a separarse por momentos de los contextos estructurales que los producen; una interpretación en la que los jóvenes tienden a sobredimensionar las capacidades cognitivas, reflexivas o pragmáticas como herramientas exclusivas para enfrentar la vida.
Sin embargo, y esto es un elemento relevante aportado por esta investigación, el peso de lo existencial no implica que nos encontremos frente a una producción unificada de sentidos. En los relatos de vida, tal vez con más intensidad que en otros métodos sociológicos, el narrador no es un mero informador, él es, también, un productor activo de sentido a través de la producción de una historia, la suya. La puesta en intriga y en palabras de sí mismo da lugar así, por lo general, a la voluntad de recrear retrospectivamente un proyecto de coherencia personal. Es una crítica recurrente al método biográfico: que éste propone justamente que es posible asir la totalidad de una vida desde un código central. Convengamos que no es esto lo que se observa en las entrevistas efectuadas. Por el contrario, lo que resalta es la dificultad que testimonian los jóvenes para presentar sus biografías a través de una línea central de sentido.
En verdad, el sentido central de la vida es la lucha misma. El combate cotidiano contra los embates de la existencia. El mundo es asombrosamente representado como un mar de peligros, de acechos y de tentaciones, de abusos y de atropellos. Lo importante es buscar lugares de contención, e incluso de refugio –como el barrio y a veces la familia–, pero es central, sobre todo, encontrar elementos y personas capaces de transmitir un anclaje existencial. Se trata de hallar soportes desde los cuales dar consistencia a proyectos personales en medio de una sociedad percibida como particularmente hostil e indiferente.
El diagnóstico de época que se desprende de los testimonios se encuentra precisamente en este ámbito: en el sentimiento de inexistencia de claras trayectorias institucionales que aseguren el tránsito entre los diferentes períodos etarios; en la imagen de una trama institucional globalmente abusiva en sus estructuras y que sólo algunos individuos –y encuentros– logran matizar; en la fuerza de las aspiraciones y de los sueños personales que, contra viento y marea, y gracias a las energías vitales de la juventud, no se abdican. Y, al mismo tiempo, todo ello animado por una distancia, una desconfianza, un abismo, tal vez, simplemente, un universo de experiencias vivenciado como paralelo a las instituciones, lo que se ve bien reflejado en la radical ausencia de referencias políticas en los testimonios recabados. Es probable que esto explique la debilidad de los lenguajes y de los sentimientos de rebeldía y de injusticia, y el vigor de los vocabularios del infortunio y del abuso.
La investigación dirigida por Pablo Francisco Di Leo y Ana Clara Camarotti debe suscitar la polémica. El retrato que el libro da de la juventud popular del Área Metropolitana de Buenos Aires será, sin lugar a dudas, inquietante para algunos, esperanzador para otros. Algunos, al poner el énfasis en la experiencia de una juventud que, inserta en una sociedad, y en su tráfago económico, social y cultural, se percibe a sí misma desde un horizonte de interpretación que hace de la vida personal el principal universo de comprensión, concluirán que la sociedad argentina está en tren de perder el lazo con su juventud y el arco de la alianza entre las generaciones. Otros, al contrario, serán conmovidos por la fuerza de los relatos, las voluntades que se expresan en ellos, la capacidad para afrontar retos múltiples sin desfallecer, contando antes que nada y, a veces, exclusivamente con ellos mismos, pero también con los vínculos interpersonales que han podido establecer y podrán tejer más tarde; una juventud que, por sobre todo, no se resigna al descorazonamiento.
Pero unos y otros deberán coincidir en que se trata de una juventud que, tal vez como pocas otras antes de ella, está condenada a inventar mañana, sin grandes ilusiones ni personales ni colectivas, el futuro.
Introducción
Pablo Francisco Di Leo y Ana Clara Camarotti
Como sintetiza Rossana Reguillo (2004), hoy existen en América Latina dos grandes tipos de discursos académico-políticos dominantes en torno a los jóvenes:1 por un lado, continuando con el mandato clásico a constituirse como individuos en las instituciones modernas –la familia, la escuela y el trabajo–, se postula que deben incorporarse a las mismas “a como dé lugar”, sin problematizar las condiciones que reproducen y/o profundizan las desigualdades sociales; una segunda posición genera una sobreatención en el “carácter tribal” de las identidades juveniles, en detrimento de sus dimensiones sociales e institucionales, invisibilizando o negando su capacidad de agencia reflexiva y política, contribuyendo también a la naturalización de sus actuales condiciones de vulnerabilidad. Frente a estas posiciones reduccionistas y negativizantes de las juventudes, las ciencias sociales de nuestra región vienen generando valiosas