Pasquines, cartas y enemigos. Natalia Silva Prada
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Quitándome el servicio de los indios y usando de otras molestias maniosas, como son procurar que no sea bien tratado en las visitas y persiguiendo a los que me tratan bien y a los que me visitan y me hablan, hablando mal de mí, levantándome cosas que no he hecho ni dicho [y] no contento con esto, me ha querido perseguir en las cosas de la Iglesia.148
Uno de los primeros pleitos que relató el obispo al rey fue el intento del gobernador de favorecer a un familiar suyo. El obispo propuso para ocupar la vacante a un sacerdote cantor al que el gobernador prometió ayudar con un sueldo. Pero una vez publicado el edicto no mantuvo su palabra, sino que buscó instalar en el cargo de sacristán a un barbero que cuando era niño había servido en la sacristía de Talavera. La indignación del obispo es tal que en su petición al rey expresa “como la voluntad de Vuestra Majestad se cumpla y la Iglesia no padezca tanto agravio que, pudiendo tener un sacerdote honrado, tenga por sacristán un barbero que no sabe leer una carta de excomunión”.149
Las presiones contra el obispo continuaron y cuando Montalvo le pidió que no “estorbase” a un mayordomo que él quiso introducir para servir al Santísimo Sacramento le contestó que “fuese enhorabuena, más que entendiese que ni en esto ni en otra cosa yo no había de poder nada más de lo que él quisiese”.150 Al poco tiempo amenazó al mayordomo y le impidió servir al Santísimo Sacramento.
En los nombramientos de los doctrineros sucedieron cosas similares y decía el obispo que el gobernador siempre le “trampeaba”151 sus candidatos y era él “más parte en las doctrinas”152 y “ninguna doctrina ha querido proveer ni presentar, diciendo que ya las doctrinas están adjudicadas a las religiones y que cuando vaca alguna, basta que los priores o guardianes envíen el fraile que les pareciere sin tener cuenta conmigo, llevando licencia del gobernador”.153 Esta actitud lleva a decir al obispo que “a mi ver tiene sabor a lo que hacía el Rey Enrique en Inglaterra”.154
Los pleitos entre autoridad eclesiástica y civil alcanzaron tal nivel que ambos se desautorizaban mutuamente hasta el punto de alterar el orden público y de hacer pensar al obispo en excomulgar al gobernador: “Y a esta causa ha alborotado las religiones contra mí y les hace espaldas para que me desacaten en los púlpitos y en las calles y que me presenten escritos que contienen injurias y falsos testimonios”.155
Un fraile franciscano al que Montalvo le dijo que no tenía ni la orden ni el derecho a administrarla porque era vacante aun, le contestó: “Que le picaba, que no me espantase que ellos me picasen en los escritos y peticiones”.156
El obispo dijo, “Padre estáis muy sobrado, y si no os medís, os meteré en una canoa y os enviaré a vuestro prelado”.157 A esto altaneramente dijo el fraile: “Tráteme vuestra señoría bien, porque soy tan bien nacido como vuestra señoría y otra vez lo vuelvo [a decir] que soy tan bueno como vuestra señoría”.158
Este altercado siguió con el intento de pedir que un juez conservador de Santo Domingo dirimiera el caso y no se pudo, pues “no había habido injuria manifiesta”.159 Con todo esto, el gobernador logró que un notario actuara como juez, el cual terminó por excomulgar al obispo y por perjudicar su prestigio y sueldo.
A esa altura de la carta el obispo vuelve a enfatizar en el tema de la enemistad pública entre él y el gobernador, la cual ha logrado que la gente no lo respete, se le extorsione y se le niegue el sueldo que se le había asignado en una cédula real, la cual además le extraviaron.
Después pasa a dar consejos precisos al rey de cómo mejorar el funcionamiento de los nombramientos y se queja de que las doctrinas están en tan miserable estado porque “no traen aquí otros religiosos sino los fugitivos y apóstatas que vienen de otras partes, y entre ellos mismos se trae por lenguaje que Cartagena es la isla de los apóstatas”.160
Pasa después a insistir en los males que han causado los doctrineros, que para los indios se han convertido en algo peor que “los crueles seglares” hasta el punto de que, dice, “tengo por cosa ciertísima que, si hoy Santo Domingo y San Francisco vinieran, se postraran a los pies de Su Santidad y de Vuestra Majestad para que sus religiosos fueran excusados de doctrina”.161
La carta termina con más consejos sobre la forma de mejorar la administración de las parroquias y de evitar abusos tales como el haberse hecho aparecer el gobernador como fundador del hospital real del cual no gastó ni “un real de su bolsa”, y “si Vuestra Majestad es patrón y el hospital es real, han de estar allí las armas de Vuestra Majestad y han de perecer las suyas”.162 El obispo pasa a la fórmula de despedida, reafirmándose en su verdad y expresando que su felicidad sería poder llegar a realizar la voluntad del rey.
En la carta del obispo hay un uso expreso o intencional de las emociones para preparar al rey de las malas noticias que transmitirá con relación a la mala gestión del gobernador. Las acusaciones contra este pueden leerse en el plano individual como una persecución personal y en el gubernativo como un abuso de la autoridad civil sobre la eclesial y como una transgresión al patronato regio. Si bien el caso denunciado por el obispo fue desestimado como una injuria explícita, él tenía razón en usar el concepto de enemistad capital, pues en los actos del gobernador estaban implícitos los deseos de perjudicar a la contraparte (tráfico de influencias, obstrucción del gobierno eclesial), la calumnia, la pérdida de la fama (con injurias y falsos testimonios) y la ambición, al punto que lo comparó con Enrique VIII, el adalid histórico del despotismo, la arrogancia y la infamia. La mala reputación de Enrique VIII creció exponencialmente desde que en los primeros años de su reinado personajes de la talla de Erasmo de Róterdam lo describieron como un rey culto y magnánimo hasta cuando al final de sus días fue considerado como el más nefasto gobernante de Inglaterra.163 La comparación que el obispo Juan de Montalvo hizo del gobernador con Enrique VIII pudo haberse inspirado en los conflictos entre el papa y el rey, los cuales habrían derivado en la proclamación del acta de supremacía de 1534 por la cual Enrique VIII se proclamó como máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra, acto que terminó en la fundación de la Iglesia anglicana. El recurso retórico usado por Montalvo era una incisiva voz de alarma sobre los excesos que el patronato regio podía generar en perjuicio de la autonomía de la Iglesia americana.
La enemistad y la literatura subversiva
En los casos por libelos el tema de la enemistad capital se hace muy explícita. En una petición de febrero de 1624 podemos presenciar una importante cantidad de aspectos relacionados con esta pasión. Se trata de un intenso pleito ocurrido en la ciudad de los Reyes del valle de Upar entre autoridades locales pertenecientes a dos grupos básicos de poder ocurrido el año anterior. Juan Moreno, alcalde ordinario e hijo y nieto de conquistadores, Pedro Ruiz de Tapia Villavicencio, alcalde de la Santa Hermandad, Pedro Zambrano, caballero regidor y capitular perpetuo, así como Juan Navarro de Oñate, vecino de la villa, sus hermanos y parientes, recibieron afrentas de las que se culpó a un grupo de poderosos de la villa: el capitán Gaspar de Mendoza, alguacil mayor de la ciudad, noble y principal, Juan de Montaño, tesorero, Miguel de Valmaceda, alférez real, Diego Daza, contador oficial y el capitán Luis de Nozasdaca, así como sus consortes, parientes y vecinos de estos.
El defensor de Moreno y sus allegados argüía que el grupo encabezado por Mendoza eran hombres ricos y poderosos que se habían “aliado” y “confederado” para injuriar a Moreno y a su grupo porque en el desempeño de sus oficios municipales habían