Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos

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este gesto, los comunistas buscaban ratificar su origen íntegramente nacional, independiente del estallido de la Revolución Rusa, ocurrida recién en 191751. Respecto al socialismo democrático y la democracia, Teitelboim exponía que esto significaba que sus planteamientos se concretarían «a través de un veredicto mayoritario». Además, señalaba el líder del PC, «yo no llamaría a la democracia a la cual aspiramos ‘democracia socialista’, porque creo que ya basta de apellidos. Por eso prefiero la redundancia ‘democracia democrática’ o ‘democracia’ a secas»52. Por último, la perspectiva o punto de llegada del accionar comunista debía ser la sustitución del capitalismo, ante el cual la dirigencia comunista se negaba a hacer concesiones, a pesar del colapso del socialismo.

      Además, dos aspectos cruciales del antiguo credo comunista entraban al debate: el concepto de «dictadura del proletariado» y el de «centralismo democrático». Respecto al primero, en enero de 1990, en sendos discursos públicos, los dos principales dirigentes de la organización, Volodia Teitelboim y Gladys Marín, habían señalado la conveniencia de abandonarlo53. Según algunas visiones, esta definición sería tan solo «retórica», pues no iba acompañada de una concepción democrática de acceso al poder y de cambio social54. Por el contrario, se afirma que la visión de la dirigencia comunista estaba, supuestamente, asociada a formulaciones «leninistas» de «asalto al poder», es decir, estrategias ajenas a las normas y reglas de la democracia. Sin embargo, este planteamiento no da cuenta de algunos aspectos: primero, que dicha categoría no volvió a ser empleada en el lenguaje político de los comunistas chilenos, y segundo, que otras reflexiones de ese período enfatizaban el compromiso del PC con el sistema democrático. Por ejemplo, José Cademártori, uno de los principales intelectuales orgánicos de la dirección del PC y ex ministro de Economía de Salvador Allende, adelantaba algunos de los conceptos del nuevo «Proyecto de Programa» del partido. La invitación era buscar «un nuevo camino al socialismo» en base a un guion preliminar que contenía tres títulos: los comunistas y los valores que defienden; el Chile socialista del mañana y democratización de Chile y camino al socialismo. Resaltaban, entre los titulares de cada tema, el compromiso con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Unidad Popular como vía al socialismo, conformación de una nueva mayoría nacional popular hacia la democracia, entre otras55. Ciertamente, a nivel de la militancia de base, que había luchado a favor de Salvador Allende y contra la dictadura militar, estos eran los conceptos que daban sentido a su quehacer. Por ello, si se aceptara que estas declaraciones tenían un carácter «meramente instrumental», al mismo tiempo habría que decir que su recepción en la militancia comunista se tradujo en un quehacer práctico asociado a la democratización y reorganización de los movimientos sociales. Durante toda la década de 1990, la militancia comunista no propugnó la imposición en las organizaciones sociales de consignas tales como «dictadura del proletariado» o «destrucción del Estado burgués», «asalto al poder», «derrocamiento de la burguesía» u otras típicamente de origen leninista.

      El otro aspecto polémico era la organización interna del partido, basada en la concepción del centralismo democrático. Como se sabe, esta fórmula implicaba la elección indirecta de los dirigentes nacionales y el acatamiento riguroso de las posiciones de la mayoría por parte de la minoría, evitando la conformación de corrientes de opinión organizadas al interior del partido. En la práctica, se convierte en una poderosa herramienta que asegura por largo tiempo el control del partido «desde arriba»56. Este aspecto, como era de esperar, fue defendido celosamente por la dirección comunista y fue uno de los más criticados por la disidencia. Esta proponía una democratización interna radical de la organización, con elecciones universales de los dirigentes y posibilidad de destituirlos por decisión de las bases57.

      En todo caso, la dirección del PC se esforzó por separar aguas entre la defensa del «centralismo democrático» y la crítica al estalinismo. En ese momento, esta denominación fue utilizada sistemáticamente para definir la conducta de la dirección ante la disidencia. En esos años, se convirtió en el peor de los insultos, porque se empleó como sinónimo de antidemocrático. En una etapa histórica en que Chile retornaba a la democracia y se comenzaba a dejar atrás años de prácticas autoritarias, se convirtió en una potente herramienta descalificatoria. Como veremos, fue la principal acusación que la disidencia lanzó contra la dirección del partido. En todo caso, desde mediados de 1980, cuando Mijaíl Gorbachov asumió como jefe de Estado en la Unión Soviética, el PC chileno se declaró un entusiasta seguidor de los nuevos aires que la perestroika estaba llevando a dicho país. Según reconocía Volodia Teitelboim, el estalinismo «influyó en diversos aspectos de nuestra actuación, en hábitos, códigos de conducta, métodos de análisis, en el lenguaje», pero «no afectó decisivamente nuestra práctica dentro de Chile… nutrida por un vínculo muy vivo y directo con los trabajadores y el pueblo»58. Por eso, una de las principales consignas repetidas por los integrantes de la dirección del PC, era la necesidad de abandonar los modelos y «pensar con cabeza propia». La principal defensa al respecto, era que el PC chileno, durante su extensa trayectoria, se había guiado por su propia experiencia, dejando de lado (en la práctica) buena parte de los dogmas del modelo soviético. Jorge Insunza, destacado integrante de la dirección comunista, recalcaba en 1990 que, en Chile, los comunistas habían renunciado a la idea de construir el socialismo en base a un partido único y siempre reconocieron la importancia del pluripartidismo y el respeto a la oposición (como lo habían hecho el PC francés y el italiano). Más tarde, los comunistas chilenos colaboraron decisivamente en la construcción del proyecto de la Unidad Popular, en donde no se planteó la estatización de toda la economía. El pecado ideológico de los comunistas, según Insunza, fue que «nos negábamos inconscientemente a reflexionar de una manera crítica sobre determinadas formulaciones elevadas a la calidad de principios absolutos… por ejemplo, nos resistíamos a cuestionarnos sobre el problema de la ‘dictadura del proletariado’… buscábamos hacer coincidir esa concepción y, más que ella, su concreción en los países socialistas, con nuestras convicciones íntimas en cuanto a la democracia como condición indispensable de desarrollo de una sociedad nueva….»59. Por este motivo, Insunza coincidía con lo señalado por Gladys Marín en un histórico discurso a comienzos de 1990, que marcó, en los hechos, el fin de dieciséis años y medio de clandestinidad del PC. En este, la líder comunista había afirmado que: «…la gran lección [que hemos tenido] ante la crisis en el socialismo… [es] pensar por nosotros mismos… Es un modelo del socialismo el que ha hecho crisis, no es crisis del marxismo o del leninismo»60.

      Por último, una cuestión que quedó abierta en el debate del año 1990, fue el empleo del concepto «marxismo-leninismo». Ampliamente utilizado entre los militantes de base, la mayoría formados con los manuales provenientes de la Unión Soviética, no era una tarea fácil desprenderse de esta categoría. Un punto concedido por la dirección del PC a la disidencia fue reconocer que había sido acuñado por Stalin, por lo tanto, seguir utilizándolo significaría no desprenderse del legado del dictador georgiano. Como hemos visto, el llamado a «pensar con cabeza propia» requería entregar algunas señales concretas al respecto. De esta manera, en las resoluciones de la Conferencia Nacional de junio, evento interno de mayor importancia del año, se ideó una solución intermedia. Se eliminó de la jerga oficial la palabra «marxismo-leninismo», sustituyéndola por la fórmula de que el partido se regía por los aportes de Marx, Engels y Lenin, sumándole «otros pensadores» de raigambre latinoamericana y chilena: Simón Bolívar, José Carlos Mariátegui, Bernardo O’Higgins, José Martí, Luis Emilio Recabarren, César Augusto Sandino y Salvador Allende61. De esta forma, se zanjó provisionalmente el tema, no obstante a nivel de base, la militancia seguiría utilizando la nomenclatura «marxismo-leninismo». En realidad, la dirección del PC se mostró pragmática: por un lado, extirpó esta noción de los documentos oficiales, pero tampoco se condenó su utilización de manera expresa. Esa ambigüedad dejaba tranquila a la militancia más tradicional, pero su desaparición del lenguaje oficial ratificaba la versión sobre el alejamiento del PC chileno de las nociones de raíz estalinista. Con todo, el vuelco a lo nacional y latinoamericano en la que se traducía la noción de «pensar con cabeza propia», fue una vertiente muy importante para tonificar

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