Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos

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Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000) - Rolando Álvarez Vallejos

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      En este contexto, y como ya decíamos, los acontecimientos internacionales tuvieron gran impacto en el quehacer de los comunistas chilenos. Como lo ratifican numerosos documentos y declaraciones, el PC chileno respaldó desde un comienzo la perestroika en la Unión Soviética. La argumentación seguía de cerca los planteamientos oficiales de Gorbachov, en el sentido de reivindicar la necesidad de avanzar hacia una democracia socialista, porque a pesar de las denuncias contra el estalinismo en el XX Congreso del PCUS, se habrían continuado cometiendo «errores», especialmente hechos de corrupción por la falta de transparencia y control efectivamente democrático de las autoridades. Sin embargo, se decía, esto no implicaba desconocer las bondades y logros del modelo socialista. La superioridad sobre el capitalismo estaba fuera de discusión, por lo que eran necesarias «restructuraciones», «volver a los clásicos» y extirpar verdaderamente el lastre del estalinismo63.

      En este sentido, en el imaginario comunista chileno, la Unión Soviética y el campo socialista, a pesar de las evidencias de la profundidad de la crisis que padecían, seguían siendo un referente que permitía sostener la superioridad del ideario marxista sobre el capitalismo. Con todo, los reportajes sobre lo que ocurría en la URSS publicados en la prensa partidaria, reconocían lo agudo de los problemas y la crisis de la sociedad soviética64. Es decir, no hubo un negacionismo absoluto de lo que pasaba en la URSS o solo apelaciones a culpar al «imperialismo» de distorsionar lo que allí estaba ocurriendo. Existió un intento real de reflexión. Probablemente el reconocimiento implícito del fracaso de la experiencia europea del socialismo hizo que los comunistas chilenos se volcaran a recoger la experiencia de América Latina. Al respecto, es necesario tener en cuenta algunas consideraciones históricas. Luego del golpe de Estado, el gobierno cubano sostuvo muy buenas relaciones con los comunistas chilenos. Esto se expresó, entre otras cosas, en el ingreso de militantes comunistas a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba para que se formaran como oficiales de ejército. Posteriormente, parte de este contingente de militantes participó en la guerra revolucionaria en Nicaragua, luego colaboró en la formación del Ejército Sandinista y en la persecución a la «Contra» en dicho país. Asimismo, otros militantes comunistas participaron en la guerra de guerrillas encabezada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador. En este país, los comunistas chilenos tenían muy buenas relaciones con el PC y su líder, Schafik Handal, que formaba parte del FMLN65. Por lo tanto, la cercanía con estas experiencias hizo que la transición de un imaginario pro-soviético, propio de las generaciones anteriores al golpe de 1973, hacia uno latinoamericanista, comenzara a surgir a fines de los setenta y especialmente a lo largo de la década de 1980. Por ello no deben extrañar las referencias a la guerra en El Salvador y la apropiación de la consigna que señalaba que «la lucha del pueblo salvadoreño es parte de nuestra lucha». Algo similar ocurría con el caso de Nicaragua66.

      Si el respaldo a Nicaragua y El Salvador pasó a ocupar un espacio en el imaginario comunista, definitivamente Cuba fue la principal referencia que vendría a reemplazar paulatinamente el tradicional internacionalismo de raigambre soviética en el PC chileno. Durante 1990, sus órganos de prensa publicaban in extenso los discursos de Fidel Castro sobre los acontecimientos en el campo socialista. Poco a poco, en la medida que la perestroika parecía destinada al colapso, el PC fue adoptando los puntos de vista de la dirigencia de la Revolución Cubana. En sus discursos, Castro enfatizaba que Cuba seguía un camino propio, distinto al de la perestroika, inspirado por la realidad cubana. Este proceso, conocido como de «rectificación de errores», cerraba toda posibilidad a ideas tales como el pluripartidismo o relativizar el carácter socialista del proceso cubano. Por el contrario, decían los cubanos, independientemente de la crisis de los países «ex socialistas» (como los llamaba Castro), el capitalismo se mostraba incapaz de terminar con la explotación, la pobreza y de construir una sociedad justa. Esto, continuaba señalando el líder cubano, dejaba en claro la vigencia del socialismo en Cuba y el resto del mundo pobre67. En 1990, con ocasión de un nuevo aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, Gladys Marín encabezó la delegación del PC a la isla. En medio del contexto internacional hostil, las palabras de Fidel Castro parecían calzar al dedillo con la profunda crisis que vivía el comunismo chileno. Frente al descalabro del socialismo, Castro señalaba: «¿Cuál debe ser la actitud de nuestro partido, de los militantes revolucionarios, de los comunistas, de los patriotas, de los millones de mujeres y hombres de honor? LA DE LUCHAR, LUCHAR, LUCHAR, LA DE RESISTIR, RESISTIR!...»68. La percepción de amenaza y la apelación a la épica y al orgullo partidario en tiempos de crisis, ciertamente conectaron al proceso cubano con la realidad del PC chileno.

      Con todo, es importante recalcar que las transformaciones ideológicas y del imaginario político de la militancia comunista fue un proceso lento. Como ha sido señalado por diversos autores, los cambios en estas esferas son, a lo menos, de «mediana duración» y probablemente imperceptibles desde el punto de vista de los análisis coyunturales. No son automáticos los ajustes realizados por los partidos políticos que buscan adaptarse a los factores que presionan por cambiarlos. El ejemplo del PC chileno durante 1990 es un caso extremo de esta premisa. Por este motivo, sostenemos que el Partido Comunista efectivamente estaba viviendo un proceso de profundos cambios en aspectos cruciales de su imaginario. Cuestiones identitarias tan significativas como las ideológicas y los referentes internacionales, siempre fundamentales en el armazón de todo partido comunista, en 1990 comenzaron a experimentar transformaciones. Sin embargo, los factores endógenos y exógenos que los provocaron fueron de tal magnitud, que el objetivo de preservar la organización ante la avalancha de aceleradas transformaciones dejó a los partidarios de la continuidad de la existencia del PC como una expresión radical de arcaísmo político.

      Los aspectos culturales: la defensa del orgullo partidario

      A comienzos de la década de 1990, la sensación de promesas de cambio no cumplidas, de desengaño ante la vigencia política del ex dictador, de rabia por la supuesta traición de la Concertación a los sueños democráticos, rodearon el ambiente político-cultural de los sectores más críticos al proceso de transición democrática. Predominaba la percepción de continuidad de la dictadura en la nueva democracia chilena. Esto fue interpretado por la militancia comunista y otros sectores críticos como demostración de que no debía ser modificado el relato épico levantado durante la lucha contra la dictadura.

      En el caso de los comunistas, la colectividad obtuvo un magro resultado electoral en las elecciones parlamentarias de diciembre de 1989, no pudiendo elegir ningún representante en el parlamento. Si bien algunos de sus militantes alcanzaron muy buenas votaciones, el sistema electoral binominal impidió que fueran electos. Esta modalidad privilegiaba a las dos listas más votadas, descartando la proporcionalidad. Esto permitía que resultaran electos candidatos con menor votación que otros, pero perteneciente a una de las dos listas con mayor cantidad de sufragios. Por este motivo, si el sistema hubiese sido proporcional –como lo era hasta el golpe de Estado de 1973– el PC hubiera elegido como diputados a Fanny Pollarolo, Jorge Insunza, Eduardo Morales y Manuel Riesco69.

      Por este motivo, la dirección de partido no titubeó en considerar que la organización había sido objeto de «un fraude colosal». Al aislar la votación de sus candidatos (no presentó en todo el país), la dirección sacaba cuentas alegres, afirmando que sus candidatos habían obtenido un 15,8% de los votos, «que se parece bastante a votaciones anteriores», lo que se consideraba un gran logro70. Así, manipulando las cifras, la dirección del PC se negaba a reconocer los desmoralizantes resultados, pues una de las organizaciones que desde primera hora se había comprometido por la recuperación de la democracia quedaría fuera del parlamento. Espacio natural donde antaño el PC había tenido una gran presencia, su marginación de la vida parlamentaria fue uno de los principales símbolos de lo que pasó a denominarse durante la década de los noventa como el «aislamiento político» de los comunistas chilenos. Por su parte, la evidente autocomplacencia del análisis de los resultados electorales realizado por la dirección del PC fue uno de los gatilladores de la crisis interna de la organización.

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