Descentrando el populismo. José Abelardo Díaz Jaramillo

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Descentrando el populismo - José Abelardo Díaz Jaramillo Ciencia política

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expande los límites del demos legítimo.

      Las demandas en esas cartas por ser escuchadas por el Estado y exigir en pie de igualdad a un peronismo que no parecía llegar a todos los rincones con la misma potencia igualadora, ¿no expanden los límites de una formación política a través de las dos premisas institucionales que definen a la democracia, la isonomía y la isegoría? ¿Ayuda a entender mejor y precisar su análisis disponer de dos lógicas que destacan esos vínculos, sin mirar a su novedad ni a los efectos más amplios que ella produce sobre la comunidad política? La lectura más estandarizada es quizá lo que no permite dilucidar claramente que los llamados “populismos” parecen transitar en Europa la avenida opuesta: desplazan diferencias hacia fuera del campo de representación simbólica, “heterogeneizan” ciertos elementos que hasta ese momento aparecían como diferencias articulables a través de muros, campos de refugiados y deportaciones masivas. En estos casos, los límites del demos se restringen antes que expandirse.

      En simultáneo a la expansión del demos, esas mismas diferencias novedosas, como las que analiza Magrini en las figuras de Reyes y Osorio Lizarazo, mantienen un grado de heterogeneidad entre sí, que impide su total inclusión en un “nosotros” definitivo. La inestabilidad del demos no es una novedad para una teoría que sostiene que los cierres hegemónicos nunca son plenos ni perfectamente suturados. Sin embargo, el análisis que brinda Magrini de las trayectorias de Reyes y Osorio nos plantea el interrogante sobre cómo precisar los vínculos al interior de la identificación populista misma. La autora sostiene que se requiere un análisis procesual del conjunto de actos identificatorios y señala la persistencia de tensiones internas a la unificación populista del demos. Debemos preguntarnos teóricamente por las lógicas que atraviesan esas tensiones y que no parecen agotarse en la equivalencia y la diferencia.

      Azzolini sostiene, en las consideraciones finales de su capítulo, que la nominación política es una forma de “dar identidad” y de “distribuir o redistribuir lugares sociales”. Me gustaría arriesgar que la nominación teórica también. En un análisis político que se precie, la precisión en el estudio empírico debe ir de la mano con la precisión teórica. Los capítulos de Acosta Olaya, de Rodríguez Franco y del mismo Azzolini nos dejan ver esta cuestión, que de igual modo puede leerse paralelamente a la emergencia de nuevas subjetividades y los efectos que esto genera en el demos. Los tres capítulos mencionados nos muestran los efectos que producen esas demandas que reclaman ser escuchadas por un espacio del poder que las niega o las evade.

      El capítulo de Acosta Olaya ilustra que la relación entre gaitanismo y violencia política fue tensa, y que se resolvió discursivamente a favor del procesamiento de la alteridad mediante las urnas, aunque de una manera “beligerante”. La beligerancia, se desprende de la lectura, quedaba denotada en el uso intermitente de la amenaza de la potencial explosión violenta de lo popular.

      En este caso, podríamos detenernos en la relación amigo-enemigo que el bipartidismo colombiano disparaba y el populismo exacerbaba; es decir, podemos retornar a la mirada estandarizada que resalta la dicotomización y simplificación del campo político que generan los populismos respecto de su alteridad. Sin embargo, esto nos dice poco sobre los efectos que la beligerancia tenía sobre la conformación del lazo político en Colombia y el carácter del discurso gaitanista.

      Lo que aparece claramente en el texto de Acosta Olaya es que la condición de posibilidad del gaitanismo, para funcionar como el discurso que tenía la llave maestra para abrir o cerrar las esclusas de contención de la violencia, era la presencia amenazante de un pueblo descrito como una “fuerza ciega”. Frente a la estabilidad institucional que podía ofrecer el bipartidismo, la figura del pueblo era presentada como el elemento que resistía el orden impuesto y se salía del lugar que debía ocupar en la política colombiana.

      Acosta Olaya encuentra que el líder liberal jura vengar las muertes de sus seguidores con un triunfo electoral que traería “los fueros de la paz y la justicia en Colombia”. La condición de posibilidad de los desplazamientos entre la venganza, que en un contexto de violencia política como el colombiano no significaba otra cosa que tomar represalias, y el triunfo democrático popular, ¿no es también la aparición de un sujeto popular descrito como una “simple fuerza ciega”? Si la particularidad del discurso gaitanista es un regeneracionismo beligerante, porque la beligerancia era la modalidad que encausaba la violencia política por medio de la amenaza, ¿cuál es la condición de esta última si no el sobrevuelo de una presencia espectral, ciega e irracional que se encarnaba en esas nuevas subjetividades movilizadas alrededor de la idea de pueblo?

      Como bien marca Acosta Olaya, son la inestabilidad y la reconstrucción constante del demos legítimo, provocadas por este sobrevuelo, lo que le dio un carácter particular al gaitanismo. Para dar cuenta de ese sobrevuelo, necesitamos revisar la manera en que procesamos teóricamente los efectos de la dislocación producida por la emergencia de nuevas demandas y subjetividades, hasta ese momento inexistentes como diferencias políticas significativas.

      En este sentido, muchos de los elementos constitutivos del discurso de Gaitán, que toma Acosta Olaya, coinciden con algunos hallazgos del capítulo escrito por Rodríguez Franco. Los desafíos a los que el populismo se enfrentó en Colombia, señala la autora, fueron, por un lado, la desconfianza de las élites hacia a la organización y la movilización de los sectores populares, masas “catalogadas como irracionales”, y, por otro, el bipartidismo, que obstaculizaba la aparición de oportunidades identificatorias alternativas.

      Rodríguez Franco identifica con precisión los elementos que sostienen el vínculo entre la identidad gaitanista y la rojista, entre los cuales se destacan las iniciativas por actualizar el discurso político antioligárquico. La manera teórica de encarar estas continuidades podría resaltar el antagonismo como constitutivo de toda identificación y desprender de allí las lógicas diferenciales y equivalenciales que se produjeron a partir de la emergencia de esas masas irracionales. Sin embargo, cabe preguntarnos también sobre la permanencia de la identificación gaitanista y su disponibilidad como oportunidad identificatoria. Quizás en la respuesta a este interrogante resida la precaución que Rodríguez Franco menciona en el cierre de su capítulo. La pregunta sobre la permanencia de la experiencia populista como oportunidad identificatoria contribuiría a repensar ciertos contenidos de la historiografía colombiana (y podríamos extender esto a la argentina), que, de no hacerlo, no alcanzarían a dar cuenta de la capacidad histórica de organización y expresión de las identificaciones populares.

      La permanencia de las oportunidades identificatorias que ofrecen estas experiencias de populismo en Colombia y Argentina también es una de las cuestiones que atraviesa el capítulo de Azzolini. Su trabajo se orienta expresamente a revisar las marcas y los efectos políticos de la emergencia del populismo sobre las articulaciones políticas posteriores al golpe militar que derrocó al peronismo. Dichos efectos operaron de forma directa sobre la distribución de lugares sociales a las que dio lugar la articulación peronista de toda una serie de identificaciones, ya existentes o novedosas, como veremos en el capítulo de Vargas, Reynares y Barros, o el de Rodríguez Franco, y el de Díaz Jaramillo para el gaitanismo. Y de nuevo podemos entrever la manera en que el análisis empírico desnuda a la teoría y la fuerza a apropiarse de nuevas herramientas que permitan dar cuenta de aquello que la desafía.

      Una de las preguntas que levantan los hallazgos de Azzolini es sobre el carácter del olvido en los estudios identitarios. Más específicamente, el punto que me interesa resaltar es el de los usos del olvido y su dimensión instituyente. ¿Se trata el olvido solo de una forma que pueden adquirir los discursos en pos de privilegiar la idea de diferencia o la lógica equivalencial? Si el uso del olvido es instituyente, ¿no opera también como un diluyente de ambas lógicas? De ser así, ¿cuál es la lógica que opera sobre el vínculo entre diferencias?

      Azzolini muestra que “lo olvidable” de la cuestión peronista son precisamente los efectos de la inclusión de

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