Descentrando el populismo. José Abelardo Díaz Jaramillo

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Descentrando el populismo - José Abelardo Díaz Jaramillo Ciencia política

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institucionalmente en las amnistías, como un recurso normativo, a la vez que operaba también como recurso identitario. El olvido es instituyente, porque muestra el conflicto acerca de la existencia de un escenario para la vida común, por lo cual es central para los estudios identitarios. Decir “olvido instituyente” implica que el borramiento que el olvido supone, en el mismo movimiento tiene que hacer lugar a una nueva ficción que reinstituya ese escenario y los sujetos que pueden ocuparlo.

      La perdurabilidad de algunos contenidos identitarios es lo que les permite funcionar como oportunidad identificatoria. Esta premisa, trabajada en los capítulos de Díaz Jaramillo y Attias Basso, abre un interrogante interesante, que no ha sido muy elaborado desde los enfoques teóricos en los que nos situamos. Sabemos que la hegemonía requiere una expresión positiva, a pesar de que la totalización parcial de la comunidad que edifica se define en torno a las exclusiones que postula. En la experiencia del kirchnerismo en Argentina y en la condición de objeto de disputa de la figura de Gaitán en la nueva izquierda colombiana, se resignifican una serie de experiencias para ponerlas en sintonía con contextos novedosos. Por lo tanto, estas identificaciones perdurables, como las del peronismo y el gaitanismo, tienen que pasar necesariamente por procesos de olvido, como señala Azzolini, y por momentos instituyentes de nuevas ficciones, que les permita ser una ausencia presente en los espacios identitarios que ellos mismos dislocan. ¿Cómo podemos precisar el análisis de las maneras en que cada identificación “hereda”, por decirlo de algún modo, las modulaciones de los discursos disponibles a los que apela? En otras palabras, ¿cuál es la lógica que habilita la perdurabilidad y estructura la herencia? Creo que la idea de Ernesto Laclau de relativa estructuralidad se acerca a una respuesta que puede ayudarnos a precisar el análisis empírico.

      Por último, quisiera remarcar otro efecto importante que tienen las articulaciones populistas y que se deja ver en todos los capítulos del libro. En ellos puede percibirse que, cuando ciertos significantes, como “justicia social”, “pueblo”, “oligarquía”, etc., comienzan a adquirir centralidad en el discurso político y a funcionar como puntos nodales de ciertas articulaciones, rápidamente disparan reminiscencias a los populismos. Cuando eso sucede, además, la formación política se desestabiliza, como puede percibirse en la seguidilla de golpes de Estado en Argentina, el alejamiento o acercamiento al bipartidismo en Colombia, como consecuencia de un aumento en la intensidad de la polarización. Es decir, la reactivación de las demandas identificadas con ciertos contenidos populistas, en el caso del peronismo y el gaitanismo, desestabilizan los límites del demos e intensifican la polarización y el antagonismo.

      En definitiva, el interés por este libro parte de las preguntas que incita el excelente análisis de la multiplicidad de procesos que abarca la constitución de identificaciones políticas. Estos análisis nos ayudarán sin duda a complejizar teóricamente las lógicas políticas que atraviesan a toda práctica hegemónica y a todo proceso identificatorio. Un libro que despierta todos estos interrogantes no puede ser sino un libro que merece ser leído. Mi total agradecimiento a Ana Lucía Magrini por la invitación a escribir sobre él.

      En mi caso, además, este libro guarda una fuerte afinidad afectiva. Mi propia formación como investigador se ha nutrido durante muchos años de diálogos e intercambios con buena parte de quienes escriben aquí. Estos textos no hacen sino continuar esas conversaciones atravesadas por aquello con lo que nos identificamos: la práctica generosamente colectiva y colaborativa de crear conocimiento.

       Referencia

      Glynos, Jason y David Howarth. 2007. Logics of Critical Explanation in Social and Political Theory. Londres: Routledge.

      Ana Lucía Magrini

      Cristian Acosta Olaya

      La falta de un consenso conceptual frente al término “populismo” es la advertencia siempre presente al inicio de todo estudio sobre experiencias tipificadas como “populistas”. Dicha discrepancia ha llevado a creer que la palabra misma y el juicio valorativo desde la que es emitida devela per se su contenido y significado. Incluso, se ha convertido actualmente en el vocablo más conveniente para “mentar al demonio”, bautizando la ignominia acerca de un “deber ser” de la política y la democracia contemporáneas.

      Dos ejemplos ayudan aquí a ilustrar lo anterior. El primero es la viralizada frase del expresidente argentino Mauricio Macri, quien en medio de la multicrisis global de carácter inédito, signada por la actual pandemia, sostuvo que el populismo era más peligroso que el corona-virus.1 El segundo, más reservado al ámbito académico, es la constante insistencia en pensar al populismo como una amenaza a la democracia moderna. Ya sea como lo expusieron Ghita Ionescu y Ernest Gellner en la frase de apertura de su conocida compilación sobre el populismo: “Un fantasma se cierne sobre el mundo: el populismo” (Ionescu y Gellner 1970 [1969], 7),2 o bien como lo propuso Margaret Canovan, quien, retomando los postulados de Michael Oakeshott, considera al populismo como un fenómeno inherente a la democracia: esta tendría dos dimensiones o dos caras (una pragmática y otra redentora) en permanente tensión, y es en la brecha entre dichas facetas democráticas que emerge “un constante estímulo para la movilización populista” (Canovan 1999, 3).3

      Aunque producidas en contextos de discusión muy diferentes, estas definiciones sobre populismo refuerzan los sentidos convencionales del término, el cual devino en un insulto que remite a toda clase de anatemas políticos, que comienza por la idea de manipulación, cooptación, demagogia, reificación; pasa por el señalamiento de la heteronomía obrera (o ausencia de conciencia de clase de los trabajadores que sustentaron los populismos clásicos), y va hasta las perspectivas más recientes, como la de Canovan, que intentan “normalizar el concepto”, mostrando su condición de interioridad a la democracia, pero sin dejar de enfatizar que, al fin de cuentas, el populismo es su propia sombra o, lo que es lo mismo, una práctica política contraria a la democracia liberal.

      Para entender esto, antes de presentar nuestro argumento, conviene hacer un pequeño paréntesis y precisar de manera sucinta algunos momentos clave que han atravesado las diversas definiciones sobre populismo en América Latina. No sin estar conscientes de la multiplicidad de estudios sobre el tema, así como de los problemas políticos e intelectuales a los que este concepto ha estado asociado, los distintos esfuerzos por sistematizar las variantes de investigación en torno al populismo han coincidido, en cierto modo, en la existencia de tres perspectivas de pensamiento y tres momentos del debate latinoamericano, que dieron vida al populismo como un significante del cual científicos, intelectuales y académicos podían echar mano para explicar el pasado y comprender el presente en nuestras sociedades.4 Agregamos aquí un cuarto momento, que describe el estado actual de las discusiones sobre el tema, en el que, como veremos a continuación, conviven, se yuxtaponen, contaminan y mezclan una multiplicidad de teorías, métodos y enfoques muy diversos.

      Las primeras formulaciones del populismo, en clave científica, se produjeron de la mano de la renovación de la sociología a mediados de los años cincuenta. Las teorías de la modernización y la estructural-funcionalista fueron los principales enfoques que alimentaron conceptualizaciones ciertamente peyorativas sobre los procesos populistas. A grandes rasgos, desde estas teorías, el populismo era definido como un fenómeno propio de sociedades en proceso de modernización,5 de países subdesarrollados o en vías de desarrollo, producto de la rápida transición de una sociedad tradicional a una moderna, donde las masas “en disponibilidad” eran persuadidas por movimientos y líderes políticos con una fuerte ideología anti statu quo (Di Tella 1973 [1965]; Germani 1962; Stein 1980). Desde este clivaje analítico, el populismo era básicamente un proceso social

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