Amigos de Dios (bolsillo, rústica, color). Josemaria Escriva de Balaguer

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Libertas praestantissimum, 20-VI-1888, ASS 20 (1888), 606.

      [33] Símbolo Quicumque.

      [34] S. Agustín, De vera religione, 14, 27 (PL 34, 133).

      [35] S. Agustín, Ibidem (PL 34, 134).

      [36] S. Tomás de Aquino, Super Evangelium S. Ioannis lectura, cap. VIII, lect. IV, 1204 (ed. Marietti, Torino, 1952).

      [37] Gal IV, 31.

      [38] Cfr. Gal IV, 31. Ioh VIII, 36.z

      [39] Ioh VIII, 36.

      [40] Cfr. Rom VIII, 39.

      [41] S. Tomás de Aquino, Quaestiones disputatae. De Malo, q. VI, sed contra 1.

      [42] S. Agustín, In Ioannis Evangelium tractatus, 26, 2 (PL 35, 1607).

      [43] Lc XIV, 23.

      [44] S. Agustín, In Ioannis Evangelium tractatus, 26, 7 (PL 35, 1610).

      [45] S. Tomás de Aquino, Quaestiones disputatae. De Malo, q. VI, ad 23.

      [46] Cfr. Mt VII, 6.

      [47] Cfr. Is I, 17.

      [48] Mt X, 39.

      EL TESORO DEL TIEMPO

      [Homilía pronunciada el 9-I-1956]

      39

      Cuando me dirijo a vosotros, cuando conversamos todos juntos con Dios Nuestro Señor, sigo en alta voz mi oración personal: me gusta recordarlo muy a menudo. Y vosotros habéis de esforzaros también en alimentar vuestra oración dentro de vuestras almas, aun cuando por cualquier circunstancia, como la de hoy por ejemplo, nos veamos precisados a tratar de un tema que no parece, a primera vista, muy a propósito para un diálogo de amor, que eso es nuestro coloquio con el Señor. Digo a primera vista, porque todo lo que nos ocurre, todo lo que sucede a nuestro lado puede y debe ser tema de nuestra meditación.

      Tengo que hablaros del tiempo, de este tiempo que se marcha. No voy a repetir la conocida afirmación de que un año más es un año menos... Tampoco os sugiero que preguntéis por ahí qué piensan del transcurrir de los días, ya que probablemente —si lo hicierais— escucharíais alguna respuesta de este estilo: juventud, divino tesoro, que te vas para no volver... Aunque no excluyo que oyerais otra consideración con más sentido sobrenatural.

      Tampoco quiero detenerme en el punto concreto de la brevedad de la vida, con acentos de nostalgia. A los cristianos, la fugacidad del caminar terreno debería incitarnos a aprovechar mejor el tiempo, de ninguna manera a temer a Nuestro Señor, y mucho menos a mirar la muerte como un final desastroso. Un año que termina —se ha dicho de mil modos, más o menos poéticos—, con la gracia y la misericordia de Dios, es un paso más que nos acerca al Cielo, nuestra definitiva Patria.

      40

      41

      Pensemos valientemente en nuestra vida. ¿Por qué no encontramos a veces esos minutos, para terminar amorosamente el trabajo que nos atañe y que es el medio de nuestra santificación? ¿Por qué descuidamos las obligaciones familiares? ¿Por qué se mete la precipitación en el momento de rezar, de asistir al Santo Sacrificio de la Misa? ¿Por qué nos faltan la serenidad y la calma, para cumplir los deberes del propio estado, y nos entretenemos sin ninguna prisa en ir detrás de los caprichos personales? Me podéis responder: son pequeñeces. Sí, verdaderamente: pero esas pequeñeces son el aceite, nuestro aceite, que mantiene viva la llama y encendida la luz.

      42

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