Amigos de Dios (bolsillo, rústica, color). Josemaria Escriva de Balaguer

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reciben un denario: «el salario que te había prometido, es decir, mi imagen y semejanza. En el denario está incisa la imagen del Rey»[8]. Esta es la misericordia de Dios, que llama a cada uno de acuerdo con sus circunstancias personales, porque quiere que todos los hombres se salven[9]. Pero nosotros hemos nacido cristianos, hemos sido educados en la fe, hemos recibido, muy clara, la elección del Señor. Esta es la realidad. Entonces, cuando os sentís invitados a corresponder, aunque sea a última hora, ¿podréis continuar en la plaza pública, tomando el sol como muchos de aquellos obreros, porque les sobraba el tiempo?

      No nos debe sobrar el tiempo, ni un segundo: y no exagero. Trabajo hay; el mundo es grande y son millones las almas que no han oído aún con claridad la doctrina de Cristo. Me dirijo a cada uno de vosotros. Si te sobra tiempo, recapacita un poco: es muy posible que vivas metido en la tibieza; o que, sobrenaturalmente hablando, seas un tullido. No te mueves, estás parado, estéril, sin desarrollar todo el bien que deberías comunicar a los que se encuentran a tu lado, en tu ambiente, en tu trabajo, en tu familia.

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      La humildad del Señor era otro golpe, para aquel modo de consumir la vida ocupados solo de sí mismos. Estando en Roma, he comentado repetidas veces, y quizá me lo habéis oído decir, que por debajo de esos arcos, hoy en ruinas, desfilaban triunfadores, vanos, engreídos, llenos de soberbia, los emperadores y sus generales vencedores. Y, al atravesar esos monumentos, quizá bajaban la cabeza por temor a golpear el arco grandioso con la majestad de sus frentes. Sin embargo, Cristo, humilde, no precisa tampoco: conocerán que sois mis discípulos en que sois humildes y modestos.

      Rendir para Dios

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      Cuando el cristiano mata su tiempo en la tierra, se coloca en peligro de matar su Cielo: cuando por egoísmo se retrae, se esconde, se despreocupa. El que ama a Dios, no solo entrega lo que tiene, lo que es, al servicio de Cristo: se da él mismo. No ve —con mirada rastrera— su yo en la salud, en el nombre, en la carrera.

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      Es la soberbia la que conjuga continuamente ese mío, mío, mío... Un vicio que convierte al hombre en criatura estéril, que anula las ansias de trabajar por Dios, que le lleva a desaprovechar el tiempo. No pierdas tu eficacia, aniquila en cambio tu egoísmo. ¿Tu vida para ti? Tu vida para Dios, para el bien de todos los hombres, por amor al Señor. ¡Desentierra ese talento! Hazlo productivo: y saborearás la alegría de que, en este negocio sobrenatural, no importa que el resultado no sea en la tierra una maravilla que los hombres puedan admirar. Lo esencial es entregar todo lo que somos y poseemos, procurar que el talento rinda, y empeñarnos continuamente en producir buen fruto.

      Dios nos concede quizá un año más para servirle. No pienses en cinco, ni en dos. Fíjate solo en este: en uno, en el que hemos comenzado: ¡a entregarlo, a no enterrarlo! Esta ha de ser nuestra determinación.

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      Querría que meditáramos las enseñanzas de esta parábola, desde el punto de vista que nos interesa ahora. La tradición ha visto, en este relato, una imagen del destino del pueblo elegido por Dios; y nos ha señalado principalmente cómo, a tanto amor por parte del Señor, correspondemos los hombres

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