La zona extractiva. Macarena Gomez-Barris

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La zona extractiva - Macarena Gomez-Barris

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su cámara capta un planeta líquido en microforma.

      Estos esfuerzos artísticos tangibles para cambiar la forma en que vemos, y que recogen la gruesa opacidad de lo que se encuentra debajo de la superficie del agua, han sido esenciales para elaborar este libro y su metodología descolonial2. En mi investigación, por cinco regiones de América del Sur, diferentes artistas me han empujado a ver de otra manera y a cuestionar lo que hay debajo del mundo visible de la zona extractiva –mundos menos perceptibles, formas de vida y de organización–, mientras creaba una metodología para su seguimiento.

      Mi objetivo en La zona extractiva ha sido documentar geografías donde las formas coordinadas del poder capitalista avanzan, mientras analizo la complejidad de las ecologías sociales y las alternativas materiales que proponen artistas, activistas, movimientos sociales, teóricos sumergidos y productores culturales. También me he propuesto desafiar explícitamente aquellos marcos de conocimiento disciplinario que enterrarían la sutileza, la complejidad y la fuerza vital de los mundos que existen en la zona extractiva. Hago énfasis en la importancia de la autonomía epistemológica y en el conocimiento corporizado, como condiciones necesarias para alejarme de un paradigma de mera resistencia y acercarme al terreno más denso del potencial, en un movimiento que va hacia adentro y más allá de la zona extractiva. A través de estudios detallados de espacios locales, mundos Indígenas y ecologías naturales en peligro, busco conceptualizar las historias de conquista y disidencia que emergen en los territorios Indígenas de América del Sur ricos en recursos naturales.

      A lo largo de este libro despliego una metodología femme3 descolonial, o un modo de análisis poroso e indisciplinado conformado por las perspectivas y genealogías críticas que emergen de los propios espacios que estudio. Mi compromiso con la fenomenología andina y la interseccionalidad de la crítica anarcofeminista Indígena, como opciones queer descoloniales, radica en que nos llevan a salir del punto muerto que es el capitalismo extractivo, en tanto que no está ligado a un impulso por reclamar o dominar estas imágenes o formaciones de conocimiento4. Estas perspectivas sumergidas están ancladas en ecologías sociales que reorganizan y refutan el imperativo monocultural, del mismo modo en que busco hacerlo en mi encuentro con estos mundos. Los modos sumergidos se arremolinan en su actividad; son sistemas aleatorios, complejos y coordinados que a menudo se presentan como ilegibles para aquellos con poder estatal o financiero, y quienes asumen que hay simplicidad donde en realidad reina la complejidad.

      Aquí debo explicar cómo el trabajo conceptual me permite atender las dialécticas de vida y muerte que operan en estas geografías. Con el término «zona extractiva» me refiero al paradigma colonial, la cosmovisión y las tecnologías que destacan regiones de «alta biodiversidad» para reducir la vida a recursos de conversión capitalista. Mi libro examina las ecologías sociales o el potencial de red que existe dentro de la economía global extractiva, es decir, del sistema que instaló el capitalismo colonial en la década de 1500, y que hizo de recursos naturales como la plata, el agua, la madera, el caucho y el petróleo, mercancías globales. En su longue durée, el extractivismo hace referencia al colonialismo y a sus vidas posteriores: desde su surgimiento en el siglo XVI hasta nuestros días, incluyendo el proceso neoliberal de privatización y desregulación del Estado de los últimos cuarenta años, así como el ascenso y la caída de la «marea rosa» de los gobiernos latinoamericanos5. Asimismo, incluye la intensificación global de nuevas formas de extracción, o lo que Saskia Sassen describe como el proceso según el cual las economías políticas avanzadas acumulan riqueza para unos pocos de unos territorios ricos en recursos, mientras despojan permanentemente a muchos6. En otras palabras, al pensar en el capitalismo extractivo podríamos pensar en una marcha sucesiva de actores coloniales y neocoloniales que han operado en América del Sur como si se tratara de un continente todo él extraíble. El escritor uruguayo Eduardo Galeano denominó, hace mucho tiempo, este proceso como «las venas abiertas de América Latina», en tanto estos territorios proveen de sustancia a la economía global7.

      El capitalismo extractivo o el «extractivismo», como es conocido en América Latina, refiere a un sistema económico basado en el robo, los créditos y los desplazamientos forzados, que reorganiza violentamente la vida social y la tierra, particularmente en territorios Indígenas o afrodescendientes. Como digo en la introducción, una literatura floreciente sobre el extractivismo existe en América Latina, mostrando, entre otras cosas, cómo el reclamo de los recursos naturales por parte del capital global se produce ante las protestas sociales sobre la importancia de la soberanía local de los recursos naturales. Dado que la densa vegetación genética y las regiones ricas en recursos a menudo se superponen sobre los territorios Indígenas, debemos analizar la manera en que los pueblos nativos son señalados por el Estado y las grandes corporaciones literalmente como obstáculos y bloqueos a la expansión del extractivismo. A lo largo de este libro muestro cómo una serie de actividades corporizadas, que rechazan el colonialismo, continúan alterando y expandiendo la manera como vemos y entendemos los espacios Indígenas especialmente en la zona extractiva.

      Si bien el capitalismo racial se refiere a los procesos que históricamente subordinan a las poblaciones Indígenas americanas y africanas, el capitalismo extractivo o el extractivismo hace referencia al dramático cambio material de la vida social y ecológica que sustenta esta subordinación8. Más aún, las lógicas raciales de los Estados sudamericanos se expanden a través de nuevas formas de capitalismo extractivo9. Aunque, en los últimos años, algunos gobiernos progresistas en América Latina, como los de Ecuador y Bolivia, propusieran políticas para legalizar los derechos de los pueblos Indígenas, estos continuaron normalizando la explotación de recursos naturales, lo que terminó por perpetuar el racismo antiIndígena y antinegro. Más aún, tal y como dice la Constitución Feminista, que examino en el capítulo V, los Estados redistributivos, que no consideran ampliamente las historias interseccionales, fallan al abordar las necesidades y perspectivas de las poblaciones femeninas, no conformes al género, queer y trabajadoras, incluso a pesar de los nuevos avances legislativos en esta materia10. Tal y como muestro más adelante, el capitalismo extractivo separa drásticamente la naturaleza y la cultura a través de nuevas formas de raza, género y exclusión sexual11.

      En ese sentido, uno de los modos en que se perpetúa el capitalismo racial en el Sur Global –además de la creación y ampliación de prisiones y regímenes de seguridad–, son los megaproyectos extractivos de grandes represas y minas, que requieren enormes recursos y hazañas tecnológicas, dentro de lo que Enrique Dussel denomina «la falacia desarrollista»; es decir, la imposición de la modernidad occidental como modo universal de gobernanza12. Los megaproyectos de desarrollo diseñados por el Estado y las corporaciones operan a través de una lógica económica que no calibra las formas de vida que existen bajo la mirada de estos grandes esquemas. El extractivismo funciona dentro de lo que Aníbal Quijano llamó por primera vez la «colonialidad del poder»13. En ella, las entidades corporativas y los Estados son indistinguibles en sus intereses y actividades: los primeros actúan en nombre de las segundas, y estos usan sus fuerzas de seguridad para controlar y reprimir la organización social antiextractivista.

      El extractivismo, entonces, reorganiza violentamente los territorios y perpetúa continuamente dramáticas desigualdades sociales y económicas que limitan la soberanía Indígena y la autonomía nacional. Como lo explica el economista uruguayo y secretario ejecutivo del Centro Latinoamericano de Ecología Social, Eduardo Gudynas, «Bajo el neoextractivismo se pierde el objetivo del desarrollo nacional, como “desarrollo endógeno”, y desaparece la autonomía nacional en relación con los mercados globales. Las industrias nacionales no se recuperan, en algunos casos se reducen»14. Gudynas, de manera acertada, muestra cómo el desarrollismo sigue fijando la agenda y estructurando las condiciones del lugar que debe ocupar América Latina en un sistema mundial colonial, lo que termina por disminuir aún más la posibilidad de independencia del Estado respecto a la economía.

      Sin embargo, también debemos criticar el sistema mundial que reproduce el nacionalismo a expensas de la soberanía de los territorios Indígenas. Las genealogías de las teorías críticas del Sur (incluyendo la teoría de la dependencia y la teoría descolonial) se han ocupado de mostrar cómo la persistencia

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