La zona extractiva. Macarena Gomez-Barris
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La visión extractiva
Antes de que el proyecto colonial pudiera prosperar, este tuvo que hacer extraíbles territorios y pueblos, y lo hizo a través de una matriz de violencia simbólica, física y representacional40, que llamo la visión extractiva. Esta mirada ve territorios como mercancías, convierte la tierra en recurso, y desvaloriza los mundos ocultos que forman el nexo entre la multiplicidad humana y la no humana. Este punto de vista, similar a la mirada colonial, facilita la reorganización de territorios, poblaciones, plantas, animales, en recursos naturales y datos extraíbles para la acumulación material e inmaterial.
El poder de lo visual ha sido explorado por distintos teóricos con gran detalle en el último medio siglo. Pero estas teorías visuales, mayormente eurocéntricas, ignoran el peso de la mirada colonial, descuidando sus formas tempranas de poder. Por ejemplo, el panóptico de Michel Foucault representa la mirada siempre vigilante del Estado41, es una teoría sobre el poder que se formula con la modernidad europea en mente y no con el colonialismo. Gilles Deleuze, en su breve pero influyente ensayo «Posdata sobre las sociedades de control», recoge la teoría de Foucault y nombra y predice una nueva configuración del poder que llamó la «sociedad de control»42. Estas teorías, que se citan como fuentes clásicas de los estudios visuales y políticos, que parten de la modernidad, hacen invisibles la plantación, el barco de esclavos, la reserva, el enclave, espacios coloniales por excelencia, donde el poder también se consolidó a través de regímenes visuales.
En ese sentido me pregunto: ¿qué formas de poder se pueden localizar a través de la mirada extractiva? ¿Cómo podría un enfoque sobre el capitalismo extractivo y su modelo cambiar la manera en que entendemos la historia de la visualidad y la forma en que nombramos formas de poder pasadas y presentes? ¿Qué pasa si, junto con el concepto de contraposición de Nicholas Mirzoeff, consideramos un arco más largo de regímenes y desobediencias visuales, que imponen el dominio colonial sobre los territorios y, posteriormente, sobre las resistencias contravisuales de poblaciones racializadas?43.
Históricamente, la mirada extractiva ha hecho invisibles a las poblaciones nativas, lo que legalmente ha producido que poblaciones extranjeras se asienten sobre sus propiedades comunales y tomen sus recursos. La colonización europea, en todo el mundo, hace de la naturaleza el Otro y a través de la mirada de terra nullius representa a los pueblos Indígenas como inexistentes. Si el colonialismo de colonos y el capitalismo extractivo reorganizan el espacio y el tiempo, entonces una forma vertical de ver normaliza la eliminación violenta del Otro. Al continuar rompiendo las relaciones Indígenas cosmológicas con la tierra, el Estado y las corporaciones han ampliado su control y alcance sobre la naturaleza en nuevas formas de colonialismo de colonos. Aunque nada de esto sea particularmente nuevo, quiero enfatizar que los regímenes visuales coloniales normalizan una visión extractiva planetaria, que continúa facilitando la expansión capitalista, especialmente en territorios Indígenas ricos en recursos.
Al ampliar la discusión sobre cómo podríamos pensar sobre la visualidad en las regiones que estudio, enfatizo que el capitalismo extractivo «ve como el Estado», que es el término que James C. Scott desarrolla para describir miradas modernistas desde el poder estatal y corporativo, que requieren grandes hazañas científicas y administrativas44. De manera relevante para las Américas, Scott conecta la implementación de sofisticados diseños modernistas con la historia y el auge del autoritarismo. De hecho, la violencia colonial y la estatal facilitaron históricamente la supervisión territorial, lo que significó afirmar violentamente su dominio sobre poblaciones humanas y no humanas. Lo anterior se hace evidente en la reestructuración jesuita de tierras en el Paraguay, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, cuando la Compañía de Jesús organizó las viviendas guaraníes de tal manera que pudiera mantener el máximo control sobre la población asentada forzosamente, mientras ampliaba la producción de monocultivo. Estas reducciones, o recintos de tierras, representan algunas de las primeras formas de reorganización extractiva en las Américas.
Si la mirada colonial apareció por primera vez como dominio administrativo sobre los pueblos y la tierra, en la fase digital los Estados extractivos desposeen a través de nuevas tecnologías. Estos se coordinan con las corporaciones multinacionales, utilizando sistemas de reconocimiento para recopilar grandes conjuntos de datos, adquirir lecturas superficiales del planeta y producir mapas de alta resolución que se usan para construir infraestructuras extractivas sobre el terreno. Desde la guerra contra el terrorismo liderada por los Estados Unidos, los Estados de los «Cinco ojos» (Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda) han invertido cada vez más en tecnologías satelitales para cartografiar el planeta con fines militares y de vigilancia, así como para convertir recursos naturales en mercancías. De hecho, el gobierno de los Estados Unidos ha gastado miles de millones de dólares en el financiamiento del Centro para el Estudio del Reconocimiento Nacional [Center for the Study of National Reconnaissance], para lo cual ha contratado empresas especializadas en alta tecnología para crear mapas de alta resolución y otros mecanismos visuales de inteligencia militar que contribuyan a la expansión de su control global.
En la nueva era digital, por lo tanto, la vigilancia, la minería de datos y el mapeo de territorios ricos en recursos funcionan conjunta, y no separadamente, como manifestaciones complejas e interrelacionadas que extinguen comunidades Indígenas y rurales en las regiones de América Latina que estudio. Como decía antes, estas formas altamente coordinadas de dominio funcionan mediante el mapeo de áreas del mundo ricas en recursos (Afganistán, Irak, América Latina, etc.), y sirven como puertas de enlace visuales para la inversión estatal multinacional e internacional en industrias extractivas45. La investigación de Lisa Parks es ejemplar en este sentido, en tanto muestra cómo la cartografía de los territorios para la extracción de recursos está íntimamente ligada a las tecnologías militares, la expansión y el despojo propios del capitalismo en el terreno46. Las tecnologías digitales contribuyen, entonces, a la disminución de la soberanía nacional regional sobre los recursos naturales, al permitir una visión a gran escala desde arriba: los satélites fotografían grandes zonas del planeta para convertirlas en mercancías con fines utilitarios de mercado. Los sistemas de teleobservación y de operación vía satélite, por lo tanto, trazan y cuantifican la cantidad de materias primas contenidas en un territorio determinado, haciendo predicciones sobre los márgenes de beneficio que pueden obtenerse en determinadas áreas con abundantes recursos naturales47.
En las zonas extractivas debemos prestar mucha atención a los cambios materiales que nacen de los marcos digitales del capitalismo tardío, en tanto hacen proliferar nuevas formas de robo colonial. Por ejemplo, la información es ocultada, la confidencialidad y la supervisión corporativa es protegida, con el fin de permitir la conversión de recursos naturales no renovables no solo en mercancías, sino también en nodos opacos de información digital fuera del debate público. A diferencia de la definición de «opacidad» de Glissant, en la que la diferencia prolifera de forma positiva, este aparato oblicuo del extractivismo hace invisibles las actividades de un Estado corporativo. Al mismo tiempo, la tecnología geoespacial requiere de una forma opuesta de visualidad, al hacer transparentes los depósitos naturales de vida humana y no humana, mapeando para acumular, convertir y expandir la economía global.
Si queremos cambiar el modo en que opera esta mirada planetaria, podríamos volver a considerar la importancia de las búsquedas e investigaciones de la experiencia sudamericana48. Hace tres décadas, Humberto Maturana y Francisco Varela teorizaron sobre los modos alternativos de percepción humana y biológica. Su trabajo colaborativo e interdisciplinario, El árbol del conocimiento, publicado por primera vez en 1984, aborda de manera compleja la situación humana y no humana de «no futuro» que nos presenta el extractivismo. El estudio de Maturana y Varela se origina así en cómo aprender de los bosques del Biobío, donde el antiguo pehuén, sagrado para los mapuche, sirve como modelo para mapear la hermenéutica y la percepción humanas. De los muchos aspectos de este trabajo que podrían destacarse, uno de ellos, que se ha convertido en la firma de los autores, es la idea de que los organismos están de manera autónoma y constitutiva reproduciendo circuitos de sistemas vivos,