Las calles. Varios autores
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Un buen ejemplo lo da la seguridad de las casas. Los procesos de enrejado y reclusión cada vez más extendidos (Dammert, 2004) construyen una frontera metálica con la calle. Otro ejemplo son los postes con alambres de púas, destinados a que no se suban a robar el cobre (para luego venderlo), como aconteció hace unos años cuando hubo un alza significativa de esta materia prima y el cableado de la población quedó devastado. Los robos y algunas muertes de jóvenes electrocutados han coincidido con la reducción de la oferta de servicios de comunicación de compañías privadas en la zona, restringiendo el acceso de la población a estos sistemas. Así, las formas de protección autogestionadas son múltiples, pero, sobre todo, esta relación a distancia con los actores responsables de su protección colocan a la población en una situación de desventaja, pues aquí también queda expuesta a la ley del más fuerte y a consecuencias indeseadas. Una expresión clara y dramática de lo que venimos de afirmar es la escena consignada en su cuaderno de campo por la investigadora responsable del trabajo en esta zona:
Camino por Santa Rosa en dirección norte, me detengo a ratos, las casas de esta cuadra son de dos pisos, están todas juntas una de la otra, son de color rojizo ladrillo. En la esquina del primer pasaje, desde el ombú hacia el norte, se lee un mural del Colo-Colo que dice «traigan vinos que copas sobran». Decido entrar por el pasaje pues veo gente. Una mujer y un joven se acercan y me preguntan directamente qué es lo que estoy haciendo, pero con un tono cordial. Me preguntan si estoy haciendo alguna encuesta. La mujer tiene unos 50 años, usa aros de oro, tiene el pelo teñido y un chaleco de color fucsia. Conversamos un par de minutos y comienzo a caminar con ella por el pasaje. Le pregunto qué tal la vida en la población y me dice «sí poh, si acá está muy malo, por eso te vimos del segundo piso y vinimos a preguntarte que hacías». «¿Muy malo por acá?», replico. La mujer me responde: “Si po, la droga, la delincuencia, una tiene que andar pendiente”. La conversación resultaba dificultosa por la gran cantidad de perros ladrándome y ahuyentándome del lugar, por lo que decido devolverme y seguir mi ruta. La mujer sonríe y me dice: «Acá no tenemos balas para defendernos, pero sí tenemos perros».
Las relaciones de poder están siempre en disputa y se superponen unas a otras. La segunda y tercera formas de interacción con los agentes de seguridad las presentaremos de manera conjunta. Mientras, como señalamos, una compete a formas de acción e interacción que aparecen claramente como de protección, en la otra ellas más bien surgen como una acción de búsqueda selectiva de sospechosos o «vigilados». A pesar de que existen ejemplos de lo anterior en lugares de la calle muy distintos, como los barrios comerciales (Meiggs, por ejemplo) o la Estación Central, donde la actuación de la seguridad estatal y privada tiende a privilegiar los intereses comerciales del sector haciendo una vigilancia selectiva que tiene como objeto el comercio informal, utilizaremos, para graficar este punto, el caso de los parques26.
El Parque Forestal es un parque abierto situado en el Centro de la ciudad. Los parques abiertos se ubican entre calles y son atravesados por ellas. Si bien tienen sus límites en las veredas que los circundan, no se dibuja una estricta frontera con el exterior. Esta cuestión influye en al menos tres consecuencias. Uno, el alto movimiento de usuarios que se desplazan por el parque, cruzándolo más que instalándose en él. Una segunda cuestión de los parques abiertos tiene que ver con la ausencia de infraestructura para uso colectivo. La tercera cuestión es que son accesibles con facilidad tanto de día como de noche. En concordancia con su carácter abierto, la seguridad está a cargo de carabineros principalmente, aunque haya tránsito eventual de vehículos de seguridad ciudadana de la comuna. En este caso las formas de protección aparecen especialmente y con frecuencia como acciones de vigilancia ante un potencial sospechoso. Un fragmento de las notas de campo del investigador a cargo muestra con claridad la naturaleza y característica de las interacciones con los agentes institucionales en la calle.
Hacia el sector norte del parque me doy cuenta de la presencia de carabineros en sus motos revisando a tres personas aparentemente enjaranadas (sic). Me senté y al parecer fijé mucho mi atención en ellos, pues luego de revisarlos a ellos, una moto llega rápidamente cerca mío, preguntándome qué estoy haciendo en tono inquisitivo y soberbio. Dado que no tenía algo de lo que sospechar, se van. Siguen su camino por el parque, desplazándose en sus motos. Dan miedo, se mueven entre las áreas verdes, donde hay niños y mascotas. Cuando ven a alguien sospechoso lo rodean entre tres motos. Rompen con el equilibrio y la tranquilidad del parque. Son autoritarios. Buscan entre las personas que están en el pasto a alguien que esté haciendo un acto delictivo. Paran a un grupo donde había un inmigrante y también a un hombre en una cita que usaba buzo. Mientras están en «búsqueda de su presa», pasa a mi lado una familia, un hombre con una mujer y dos niños, dicen entre susurros y mirando a la policía: «Hijos del gobierno».
La búsqueda del «sospechoso», además de ser en sí misma una forma de trato rechazada por las personas, como lo muestra el comentario enojado de la pareja hacia el final del relato, es una forma de trato en la que factores estigmatizantes entran en acción. Se sospecha y se trata como sospechosos a los jóvenes, a los inmigrantes y a las personas que delatan su proveniencia social a partir de su apariencia, en particular, en este caso, por el uso de ciertas prendas de vestir (buzo).
El Parque Bicentenario, por el contrario, da un buen ejemplo de la otra forma de interacción y de trato de los actores de seguridad mencionada al comienzo de este apartado: aquella del cuidado. El Parque Bicentenario está situado en la comuna de Vitacura, una de las más ricas de la ciudad. Es un parque de tipo cerrado, en el sentido que tiene sus límites definidos, en términos concretos edificados ya sea por rejas o muros, y por tanto el funcionamiento de instituciones o agentes de seguridad está definido en su interior. En este caso, como en el de otros parques cerrados como el Parque O’Higgins o Quinta Normal, es la institucionalidad municipal la que se hace cargo del parque, pero en éste más que en ningún otro, la presencia de esta institucionalidad es masiva. El logo de la municipalidad está distribuido por todo el parque. Aún más, la municipalidad se encuentra anexada, por lo que el parque aparece como si fuera un jardín propio. Este parque se revela como un espacio en el que la relación de los responsables de la vigilancia con las personas emerge como de protección. Por un lado, asegurando todas las posibilidades de control interno, ya que tiene muchas cámaras de seguridad en su interior, así como un completo juego de luces para la noche que redunda en la impresión de que no hay sitios oscuros, al contrario de lo que ocurre en el Parque Quinta Normal, donde al caer la noche se dificulta la visión y la gente se retira en masa. Adicionalmente, el fin de semana los guardias del parque utilizan un chaleco reflectante y se mueven en carros de golf, sin interferir en las actividades de las personas ni interpelarlas de manera constante. Entregan, así, un sentimiento constante de seguridad a los y las visitantes, preferentemente personas de la comuna reconocibles por su apariencia exterior. Por otro lado, esta impresión se logra a partir de una división en la que el público asistente es mayoritaria y preferentemente tratado como objeto de protección, lo que implica situar a los «sospechosos» en «otro lado», como lo revelan los letreros que pueden encontrarse en su interior y que estimulan a las personas a que cada uno «sea un vigilante más».
De este modo, si la relativa ausencia de los actores de seguridad abre la puerta a una situación en la que reina la ley del más fuerte y por tanto da espacio para un conjunto variado de desigualdades interaccionales, los modos de enfrentar la cuestión de la seguridad, según sector social, abren un abanico de experiencias de desigualdad interaccional en las personas, quienes, ya sea por edad, por nacionalidad, por color de piel o por clase social, terminan por convertirse más que en el objeto de la protección, en el objeto de sospecha e interpelación.
El cuidado, traducido en términos de protección como un bien que debería ser común e igualitariamente repartido, se revela vinculado con un campo de experiencias de desigualdad en razón de la pertenencia a uno u otro sector socioeconómico. Estas experiencias se nutren, de manera privilegiada, de las formas de interacción entre los actores responsables de la seguridad