Las calles. Varios autores

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de estigmatización en marcha en la sociedad.

      Las calles, la desigualdad interaccional y la sociedad

      Las experiencias en las interacciones ordinarias y cotidianas son un espacio privilegiado para poner a prueba el vigor y la vigencia del principio de la igualdad en su afán de modelar las relaciones sociales. En estas interacciones, los individuos hacen la experiencia de la eficiencia, plausibilidad y modos de cristalización de la igualdad en las lógicas relacionales de la sociedad. Esta experiencia aporta a definir las orientaciones de su acción en el futuro. Al mismo tiempo, por intermedio de esta experiencia, los individuos son confirmados o desautorizados respecto de las formas de entenderse a sí mismos y al mundo social, pero también de sostenerse (vía dignidad, auto-respeto, etc.) y actuar (hacer uso o no de «pitutos», por ejemplo) en él. De este modo, la creencia en la igualdad (su fortaleza como ideal), su destino en la modelación de las relaciones sociales, su efecto para las orientaciones de la acción individual y su peso incluso en el bienestar personal pasan de manera importante por lo que se juega en el ámbito interactivo.

      Un ejemplo puede servir para aclarar lo hasta ahora señalado. Si voy a un servicio de salud y no importando cuál sea la magnitud de mi sufrimiento, mi turno de atención se ve alterado por la llegada de una persona conocida por el médico tratante, es evidente que hay allí una experiencia que afecta mi expectativa de un trato justo e igualitario. La experiencia decantará, con probabilidad, en un saber sobre lo social en el que la lógica de los privilegios, ya sea por apellido, por recursos económicos o por apariencia, es una lógica activa que funciona ordenando el paisaje interactivo. Digamos que la experiencia topa con mis expectativas, con mis ideales igualitarios, y al hacerlo tiene un efecto de erosión. En esa misma medida, al chocar con mis ideales me devuelve una imagen de mí que afecta mi dignidad –aspecto en el que se ha concentrado el trabajo de Honneth (1997)–. Pero, más todavía, ella también contribuye a definir la dirección de mis estrategias de acción en el futuro y las formas en que las legitimaré. Puedo, así, por ejemplo, en otra situación futura, hacer uso de los privilegios que pueda movilizar, aunque ello vaya contra los ideales de trato igualitario que pueda tener, legitimando ahora mi acción con lo que la experiencia me ha mostrado sobre las lógicas sociales en acción («ya sé que no debería hacerlo, pero si no lo hago no lograré nada en una sociedad como ésta porque es así como funciona»).

      Por eso, si no resulta extraño que las experiencias en las interacciones sociales ordinarias sean el espacio privilegiado de la verificación de igualdad, tampoco lo es que las experiencias en ellas resulten tan decisivas para los juicios y representaciones desde las cuales se produce la imagen de la sociedad en la que vivimos, pero también a partir de las cuales se define la adhesión o no al colectivo. Las interacciones sociales son una fuente privilegiada de insumos para los juicios acerca de la justicia efectivamente actuante en la sociedad y, por ende participan en establecer la magnitud del apego o desapego a ella. Finalmente, estas experiencias de desigualdad no sólo revelan lógicas sociales e intervienen negativamente en los montantes de adhesión al colectivo, sino que además aportan al desarrollo o a la preservación de cursos de acción que erosionan el ideal normativo de la igualdad. En la sociedad chilena, de manera específica, la disonancia entre la expectativa ideal de igualdad, de un trato igualitario a nivel de las interacciones con otros y con las instituciones, y las lógicas sociales que se generan en las experiencias que se enfrentan de manera ordinaria y cotidiana tienen como resultado que el ideal de igualdad pierda potencia para ser una orientación efectiva de las formas en que los individuos se conducen.

      Las experiencias sociales de desigualdad en un contexto de elevadas expectativas de igualdad afirman el espacio para el uso desregulado del poder e interfieren en el desarrollo de la confianza indispensable para la coordinación social. Transforman diferencias en desigualdades de estatus y condición. Además, intervienen desordenando el campo de relaciones y obstaculizando la generación de un espacio común (Da Matta, 2002), horadan los principios de la autoridad y producen una tendencia a la retracción y a la gestión individual de los conflictos sociales. La pervivencia de la discriminación y de la lógica del privilegio que aquellas experiencias revelan en esta sociedad confirman la vigencia de una estructuración jerárquica de la misma (Bengoa, 2006; Larraín, 2001; Salazar y Pinto, 1999), la que interviene de manera activa como obstáculo para la construcción de un espacio que enlace a los individuos más allá de sus particularidades y que les permita en un cierto registro la experiencia de igualdad necesaria para producir una imagen de la sociedad y de sí mismos en ella, fundamento de toda democracia real.

      Acercarse a esta dimensión de la desigualdad, como las desigualdades de trato y en particular las desigualdades interaccionales, es entonces reconocer una dimensión esencial de la democracia, aquella que se inscribe desde el tejido social. Las interacciones cotidianas se revelan así, y esta es probablemente la tarea más importante a futuro, como el campo de acción por excelencia para las tareas de democratización social indispensables para la sociedad chilena, y, como lo hemos intentado mostrar en este capítulo, en este ámbito la calle juega un rol especialmente destacado.

      12 Este capítulo es una versión resumida y levemente modificada del documento de mi autoría «La Calle y las desigualdades interaccionales», publicado por el PNUD-Chile en Santiago en 2016. Agradezco al PNUD-Chile por el permiso para su reproducción.

      13 Las reflexiones de este capítulo se basan en el análisis del material de la investigación etnográfica sobre las calles de Santiago, la que ha sido ya presentada en la introducción.

      14 La tarifa integrada corresponde a la suma de la tarifa del servicio puro de la primera etapa del viaje y los valores aplicables a las combinaciones de los servicios utilizados en un periodo determinado. Así, los usuarios pueden realizar trasbordos entre buses troncales y el Metro con el pago de un pasaje por un tiempo de 60 minutos –más tarde aumentado a 90–, así como a su vez, trasbordos entre buses alimentadores y troncales o Metro con un costo adicional (Transantiago, 2005).

      15 En efecto, el crecimiento mayor de la afluencia de público fue el de las líneas 4 y 4a que conectan dos comunas populosas del sur de la ciudad, La Granja y San Ramón. La composición de usuarios del Metro, desde el primer periodo en marcha del sistema Transantiago hasta el último reporte del año 2014, muestra que aumenta el flujo de usuarios del segmento D. En 2008, alrededor de un 8% corresponde al segmento ABC1, un 25% al C2 y un 42% al C3, mientras que un 20% corresponde al segmento D y un 5% al E. En 2014, cerca de un 11% es ABC1 (explicado por la expansión de la línea 1 hacia el oriente de la ciudad), un 26% C2, 30% C3 y un 33% D (Metro de Santiago, 2009 y 2014).

      16 6,4 pasajeros por metro cuadrado promedio (Metro de Santiago, 2007, El Mercurio, 2017).

      17 Esta lucha por el tiempo se expresa también en toda su capacidad de distorsión de las relaciones sociales en otra escena relatada por una actora-informante, una mujer de 60 años, vendedora en un puesto en El Llano en San Miguel: «El otro día chocó una camioneta con una micro y la gente de la micro se bajó a ver qué pasaba, casi todas eran mujeres, y empezaron a increpar a la señora porque no quería salir de delante de la micro. Tenía el auto cruzado. Entonces le empezaron a decir que se corriera, la señora del auto empezó a gritar, no se quería correr, el chofer no se bajaba, al final se bajó, y no se quería correr porque quería que llegaran carabineros, los cuales no aparecieron, llegó Paz Ciudadana de la comuna. Las personas comenzaron a hablar con Paz Ciudadana, con el chofer y la señora que gritaba, y le empezaron a decir que no le había hecho nada al auto. Otra señora que venía en la micro le gritaba a la señora del auto que se preocupara de la guagua que tenía adentro, que no hiciera más atado, que era una ataosa (sic), que tenía el medio auto, que no le había pasado nada, que para qué hacia tanto show, mientras los demás grababan la escena».

      18 Para un análisis detenido de este medio de transporte ver el capítulo 5.

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