Del feudalismo al capitalismo. Carlos Astarita
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Las razones de este nexo laboral se encuentran, por una parte, en pautas del feudalismo, aunque ello entraña un análisis que no puede aquí más que indicarse: la estructuración señorial del espacio. Sin desarrollar este aspecto, es una evidencia que la dinámica del sistema llevaba a un fraccionamiento de la propiedad que, en un determinado nivel, implicaba la separación de una parte de la masa laboral del esquema tributario (iugarius de quarto non pectet), y en los señoríos, esta mano de obra fue muchas veces suplementaria de las prestaciones.[71] La estructura concejil, formada por la libre apropiación de tierra, y la subsistencia posterior de propietarios independientes con funciones militares potenciaban esta relación.[72] En las representaciones que la clase se hacía de sí misma, el exceptuado del tributo era percibido como una nota distintiva, como se expresaba en 1289: «... nos todos los cavalleros e los scuderos que tomamos los escusados en el término de Cuenca».[73] En un plano funcional, el contrato temporal permitía cubrir con una diferenciada participación los desiguales períodos de trabajo agrario anual.[74]
La cualidad socioeconómica que emerge de esta lectura no encuentra en otros investigadores una comprensión equivalente. Los razonamientos de López Rodríguez (1989, pp. 78-79) manifiestan que en las disidencias se encuentran cuestiones teóricas.
Afirma que los caballeros villanos dejaron de ser labradores para convertirse en rentistas, estableciendo relaciones señoriales. Pero esta representación no la justifica, cuando asevera que el yuguero «recibía una retribución fija», es decir, salario. Agrega que «el fuero enumera cuáles son los trabajos que debe realizar el yuguero». Es imposible contemplar aquí otra cosa que una unidad productiva bajo explotación directa, inconfundible con el arrendamiento. Mientras que en los contratos de renta lo que se fijaba eran el excedente y las formas de su transferencia, el detallismo de los fueros concejiles acerca de las tareas sólo se explica por la necesidad de dirigir mano de obra contratada. Esto se corresponde con la carencia de tierras del yuguero,[75] que López Rodríguez reconoce. Si el trabajador no tenía tierra, lo producido le pertenecía al propietario, a diferencia de las relaciones de renta, donde lo producido pertenecía de por sí al campesino poseedor. A partir de este principio, el nexo laboral se definía en términos económicos, revistiendo el dominio político un rasgo no sustancial, aunque esta cualidad no otorga a esta categoría un sentido moderno. Esta última consideración configura los atributos sociológicos del caballero y es necesario tratarla.
En primer lugar, había una variedad de remuneraciones, indicativas de que el salario no se había consumado como forma estable ni tampoco principal en el ámbito de la sociedad. En segundo lugar, cláusulas que prohibían la movilidad de los trabajadores, o multas y normas coactivas,[76] nos impiden considerar esta relación como moderna. Estas medidas castigaban la negligencia y el mal trato a los medios de producción; el yuguero debía pagar al propietario si los bueyes morían por heridas.[77] Las ordenanzas aportaban un elemento de disciplina laboral –en el sentido amplio del término– y aseguraban los ritmos de producción, fijados por los propietarios.[78] Estas prácticas justificaban, a su vez, la presencia del mayordomo, que organizaba el trabajo y la vigilancia coactiva.[79]
Esta coacción respondía en parte a requisitos estructurales. Lo que llamamos mercado de trabajo, regulado institucionalmente, no constituía una competencia que alentara la dedicación, y la debilidad de la motivación monetaria se evidencia en formas como el «salario a destajo».[80] Tampoco olvidemos que se trataba de un sector sólo temporalmente ligado a la producción, para el cual los espacios de ocio debían implicar un retroceso en el hábito del trabajo continuo (ilustra al respecto la primera organización fabril, que se enfrentaba con el «culto del San Lunes», observado por obreros que respondían muy defectuosamente a la «noción de tiempo asalariado»).[81] La violencia, que a veces alcanzaba una extrema crueldad, como la mutilación de miembros o el encarcelamiento discrecional,[82] estaba disponible como alternativa, y se correspondía con las condiciones preburguesas en que se desplegaba la remuneración asalariada. Esta relación no se desligaba, pues, de un cierto dominio sobre la persona, característico del feudalismo, aunque la coacción ejercida para la percepción de rentas en especie o en dinero tenía un sentido diferente, ya que no aseguraba la intensidad del trabajo (ello era un problema del campesino, no del señor), sino el excedente.[83] Esta circunstancia presenta un mismo hecho, la compulsión física, que responde a diferentes razones si se trata del tributario o del asalariado. Por ello reviste tanta importancia metodológica, para lograr una acertada apreciación del problema, apelar a una sustancia socioeconómica, más allá del modo formal con que estas relaciones se implementaban. Con esto se expresa que estas dos consideraciones son sólo introductorias de una última pauta que define el problema.
Este término concluyente se refiere a que el trabajo asalariado estaba destinado a la producción de valores de consumo para el caballero, aun cuando ello se lograra por mediación del mercado, y no a la producción de valores de cambio. Este rasgo es indiscernible del entramado legal que recubría la práctica económica: los máximos que las ordenanzas corporativas fijaban al número de trabajadores o de ganado impedían la transformación de la unidad productora de bienes de consumo en unidad generadora de valores de cambio. El salario se presenta, pues, como una forma de remuneración del trabajo compatible con un contenido precapitalista.
Este asalariado no se diferenciaba del campesino medieval arquetípico. Sin medios de producción, y eximido de gabelas, no participaba de las mismas aspiraciones que el resto de los aldeanos. Si para el campesino la aminoración del tributo era una aspiración irrenunciable, al asalariado la cuestión le resultaba indiferente. Incluso llegaban a tener intereses obviamente contrapuestos, por ejemplo, en torno al monto de la remuneración. La antinomia se repetía en el momento de adquirir bienes en el mercado: cuando aumentaba el precio agrario favoreciendo al campesino como vendedor, y disminuía de facto la renta monetaria, el trabajador contratado se perjudicaba como consumidor. Aun si en la vida cotidiana el asalariado encontraba semejanzas prácticas con sus vecinos, la mayor o menor cercanía a la explotación directa condicionaba que siguiera ligado tangencialmente a su aldea (iba a su casa a dormir) o se incorporara como doméstico a la unidad productiva del propietario.[84]
Con estas consideraciones podemos acceder a un plano político de inserción de esta masa laboral. En 1330 Alfonso XI establecía un ordenamiento para Ávila a raíz de disturbios, en gran medida provocados por
... cavalleros e escuderos e otros omes que eran movedores de contiendas e de peleas e trayan muchas gentes que fazían muchas malfetrías en la villa e en el término...,
con el objeto de apropiarse de tierras de la comunidad.[85] Interesa destacar el perfil de esta masa que los caballeros movilizaban para tomar términos:
... los omes valdíos muchos que trayan los cavalleros e los otros de la villa se fazían muchos alborotos en la villa e se enbargava mucho la su justicia, por ende tiene por bien