El jardín de los delirios. Ramón del Castillo
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61 Supongo que les parecía anarquista porque no respetaba mucho los mandos, ni las autoridades. Mis relaciones con los comunistas fueron tensas porque se me ocurrió decir que simplificaban algunos temas de estética, algo que me costó caro. La ironía de todo, sin embargo, es que mientras los comunistas me tachaban de fino solía ser acusado de filisteo y materialista por la exquisita secta de la estética.
62 Aunque algún amigo de clase obrera con humor corrosivo ya me había manifestado sus sospechas cuando crearon un parque cerca de su pobre casa: “Nos hacen falta bibliotecas, ambulatorios, accesos y guarderías, y las calles tienen poca luz, pero se están empezando a gastar más dinero en estas hostias de zonas verdes. ¿Qué se buscará con esto?”
63 Un tema que suscitó grandes debates cuando Olof Palme la apoyó en 1980. En 1981, la manifestación contra el armamento nuclear de los pacifistas alemanes en Bonn también marcó un giro, así como la sentada en 1983 de los verdes en Berlín Este, en Alexanderplatz, y las protestas para liberar a presos pacifistas de la ddr. Recuérdese que el partido verde alemán, Die Grünen, de Petra Kelly fue fundado en 1979, y que en 1983 fue elegida miembro del Parlamento en representación de Baviera.
64 Como desde los noventa seguí más de cerca el panorama estadounidense, podría parecer que me desentiendo de la marcha ecológica en España, pero no es así. Leí a Jorge Riechmann en aquellos años, desde que realizó sus tesis sobre los verdes alemanes. El ritmo y el volumen de publicaciones que mantuvo desde aquellos años es impresionante y sus obras son una referencia para todos. No me olvido de sus obras y de las de otros ecologistas españoles, pero me centro en las perplejidades que me producían y aún me producen actitudes e ideas que vi circular por Estados Unidos. No estoy tratando de investigar sobre temas de ecología, sino solo poner en contexto una crónica más personal relacionada con espacios naturales y su influencia en la psique individual y colectiva.
65 65 Según he sabido luego, Bookchin contó esto en “Looking for Common Ground”, en 1989, en el debate con Foreman; véase Chase, S., Defending the Earth. A Dialogue between Murray Bookchin and Dave Foreman (Boston, South End Press, 1991).
66 En el congreso de 1987 en Hampshire College, Bookchin había dicho: “Los Verdes no deberían confundirse con una religión New Age o perderse en ecoespiritualidad; deberíamos preocuparnos por la naturaleza, no por seres sobrenaturales que no existen […] en lugar de confundir a la gente, pidiéndoles que crean en cuentos de hadas, Los Verdes deben mostrar la naturaleza tal como es, repleta de magnificencia y belleza” (citado por Biehl, 2017: 540). Cuando Bookchin hablaba de ecoespiritualidad se refería a Charlene Spretnak, autora de The Spiritual Dimension of Green Politics (Santa Fe, Bear & Co., 1986), con la que mantuvo varios altercados no solo por sus ideas ecológicas, sino por su intención de crear un partido verde convencional, cosa que el anarquista y municipalista de Bookchin no admitía. Véanse más detalles en Biehl (pp. 541 y ss.).
67 Véanse más detalles sobre Naess en Price (pp. 37 y ss.). Bookchin también critica otra tendencia de aquellos años: un espiritualismo politeísta ecológico, una “religión natural atávica y vulgar” que poblaba la naturaleza de deidades innecesarias que podrían justificar nuevas jerarquías con líderes iluminados y autoridades espirituales (op. cit.: 22-23).
68 En 1969 y 1970 Bookchin ya defendió políticas conservacionistas. Véanse las versiones revisadas de “Poder de destruir, poder de crear” en Por una sociedad ecológica (Barcelona, Gustavo Gili, 1978).
69 Mannes también veía muy práctico que el sida diezmara la población humana sin afectar a otras especies, que el portador pudiera vivir bastante tiempo como para transmitirlo y que se transmitiera sexualmente, porque el sexo –dijo– es la actividad humana más difícil de controlar. Véanse detalles en Price (p. 48).
70 A su modo, si ahora lo entiendo bien, la ecología profunda ofrecía una alternativa a la administración de la naturaleza. Inspirado por Abbey, Foreman defendía un activismo beligerante: detener las motosierras de las compañías madereras, parar a los buldóceres de las empresas mineras, destruir la maquinaria industrial, sabotear las serrerías. Defendía de hecho los valores de un individuo concernido que quizá no cambia el sistema, pero que asume su responsabilidad y al menos “defiende un pedazo de tierra”. Véanse los textos citados por Price (p. 46).
71 El texto clave para entender todo este debate es “Social Ecology vs. Deep Ecology: A Challenge for the Ecology Movement” (Green Perspectives, 4-5, 1987, pp. 1-23).
72 Véase un análisis pormenorizado en Price (pp. 45 y ss.). Agradezco a Debbie Bookchin que me regalara una copia de este excelente trabajo.
73 Ibíd.: 68. Hoy, dicho sea de paso, Donald Trump se mofa de las dos cosas, de la ecología y de la inmigración, aunque no sé (pero merecería la pena saberlo) qué piensan los herederos de la ecología profunda de él y de su actitud hacia el cambio climático. Que expulse a haitianos, nicaragüenses y salvadoreños sin papeles o que quiera construir el muro con México –suponemos– deben de ser medidas aplaudidas por ellos.
74 Por ejemplo, si, como creían los ecologistas radicales, todos los organismos son intrínsecamente valiosos, entonces –decía Bookchin– los seres humanos no tienen derecho a erradicar microbios mortales, como el de la viruela o el de la poliomielitis, ni tampoco a aniquilar a organismos portadores de enfermedades como los mosquitos. Los ecologistas defendían la supervivencia de los osos pardos –símbolos románticos de lo salvaje–, pero ¿estaban dispuestos a proteger a todos los elementos potencialmente peligrosos para el ser humano?; véanse referencias en Biehl (pp. 536-537). La respuesta de los ecologistas podía ser sencilla: mientras no les pillaran a ellos, esos agentes sí serían beneficiosos para