Isis modernista. José Ricardo Chaves

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Isis modernista - José Ricardo Chaves Pública Ensayo

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es “Nuestras ideas estéticas”, del argentino Leopoldo Lugones (1874-1938), y se trata de un temprano trabajo suyo publicado en una revista teosófica de Buenos Aires y luego reproducido en la española Sophia, de mucha fama en su época. Se trata de una exposición que se remonta teosóficamente al neoplatonismo para explicar la belleza, ligada siempre a la verdad y al bien, y cómo el artista la descubre por medio de la experiencia intelectual y emocional de atisbar la unidad oculta de la naturaleza, expresión material de la divinidad. Buena parte de su discurso podría utilizarse en una exposición de la estética del modernismo literario de entonces.

      De España se presentan dos textos de Ramón del Valle-Inclán (1866-1936): el primero es una breve selección del libro La lámpara maravillosa (1916), que es su reinterpretación, para fines estéticos y espirituales, de tesis neoplatónicas como las expuestas por Lugones y Brenes Mesén, más otras lecturas provenientes del ámbito esotérico: teosofía, gnosticismo, cábala y, sobre todo, de la mística quietista de Miguel de Molinos. Este fue resucitado por los teósofos poco tiempo antes, quienes publicaron, por medio de Rafael Urbano, su Guía espiritual en la revista Sophia y luego en forma de libro en 1911 en Barcelona, en la Biblioteca Orientalista de Ramón Maynadé. Añado, además, un texto aparecido en México en 1892, durante su primer viaje, titulado “Psiquismo”, que muestra a Valle-Inclán interesado en el psiquismo y en el espiritismo, corrientes afines según él, solo que mientras una explica la producción de ciertos fenómenos paranormales por la intervención de los difuntos, la otra lo hace por la existencia de una cierta energía psíquica común que puede activarse por la acción colectiva.

      Los aportes últimos de esta tercera parte del libro corresponden a México. Se trata de un escrito de José Juan Tablada (1871-1945) y otro de Amado Nervo, ambos con un tema común que a tantos atraía por entonces: el de la cuarta dimensión, tópico en el que se anudaban asuntos científicos de las nuevas teorías físicas y astronómicas, con tesis vinculadas a la pluralidad de mundos y de dimensiones, provenientes de los discursos esotéricos. Dado el gusto de teósofos y espíritas por los asuntos científicos, buscaron incorporar algunas de sus teorías a sus propios esquemas, reinterpretándolas desde sus parámetros particulares, como había pasado con la teoría de la evolución de Darwin. La cuarta dimensión fue uno de esos temas extendidos en el gusto de los lectores y, en su caso, Tablada lo continuó estudiando, ya no solo desde la teosofía, sino que además encontró el trabajo del ruso Ouspenski, que había empezado como teósofo y terminó como exponente principal de Gurdjieff, un maestro greco-armenio-ruso. Ouspenski publicó su libro La cuarta dimensión en 1909 y su Tertium organum en 1912, y ambos fueron leídos y disfrutados por Tablada. Al segundo texto incluso lo tradujo parcialmente. También Nervo se sintió atraído por el asunto y escribió el texto que aquí se presenta.

      La cuarta y última parte de esta antología no estaba contemplada, pero dada la abundancia de escritos sobre Krishnamurti encontrados, de parte de connotadas plumas latinoamericanas, decidí abrir dicha sección que ilustra muy bien la recepción de una figura originalmente teosófica que generó mucha controversia, para bien, porque llevó a la Sociedad Teosófica a su cúspide en términos de membresía, y para mal, en términos de desfiguración de la propuesta blavatskiana original, así como del descrédito institucional cuando se dio la capitulación del Mesías, y la posterior pérdida de miembros de la institución. Me refiero al proyecto Krishnamurti que dominó en la mayoría del mundo teosófico, incluido el hispanoamericano, en las tres primeras décadas del siglo XX, pues coincidió con el tiempo en que la Sociedad Teosófica se afianzaba en el área hispánica. La teosofía que dominó en España y América Latina es la llamada neoteosofía, o teosofía de la segunda generación, la de Besant y Leadbeater, no la original de Blavatsky, sino otra por ellos modificada, neocristiana y krishnamurtiana. Es llamativo que el escritor teosófico más importante de habla hispana, Mario Roso de Luna, se separe de esa neoteosofía hegemónica en su país y en el área y busque fortalecer, no a la institución (cooptada por Besant y su proyecto K), sino a la figura de la fundadora, Blavatsky, así como su obra, por lo que la traduce y escribe su biografía. Podría pensarse en Roso de Luna como un peculiar representante hispánico del movimiento “Back to Blavatsky” [Vuelta a Blavatsky], que acontecía en el ámbito teosófico anglófono, llevado a cabo por figuras como Alice Leighton Cleather, Basil Crump o B. P. Wadia, quienes querían deslindar el movimiento teosófico de raigambre blavatskiana del fenómeno mesiánico propiciado por Besant y Leadbeater en el nuevo siglo.

      Los textos seleccionados de esta cuarta parte dedicada al impacto del primer Krishnamurti, todavía funcionando dentro del universo teosófico, se muestran cronológicamente, antes y después de la renuncia de K (como algunos lo denominaban, solo por su inicial) a su puesto cósmico, en 1929, para convertirse en un librepensador espiritual más bien iconoclasta. Los dos primeros textos son de Tablada, uno en son de comentario (cuando todavía no conocía a Krishnamurti en persona), donde lo compara mundanamente con el actor Valentino, y el otro más testimonial, tras haber asistido a una de sus pláticas en Nueva York, con un año de diferencia entre uno y otro, y ambos de antes de su claudicación mesiánica. Ahí Tablada lo describe “tan moreno como nuestros indios”, con “cabello de negrura corvina”. Se trata de un maestro espiritual en su cúspide, y también de una celebridad de la prensa, tanto como para ser comparado con el famoso astro de cine, también de fisonomía exótica, recientemente fallecido en el momento de la comparación.

      A diferencia de la cercanía devocional de Tablada a K, presento luego un texto de 1926 del guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974), futuro premio Nobel, donde se nota su desconocimiento del personaje y la caricaturización del medio que lo rodeaba (un poco como lo que hizo Arlt), para efecto de escribir un texto periodísticamente atractivo por su humor, aunque fácticamente falso; así como dos crónicas del peruano César Vallejo (1892-1938), la primera todavía sin conocer mucho al personaje, y la segunda, cuando ya escucha directamente a Krishnamurti en París y se produce un cambio de juicio, hacia una mayor reflexión. Mantiene su distancia, aunque ahora respeta al personaje. Es interesante este cambio de tono en la apreciación de Vallejo por Krishnamurti, un poco lo que le había pasado a Tablada, cuando se compara lo escrito antes y después de que conociera personalmente a K.

      Se acaba esta última parte del libro con un texto de El Salvador y cuatro de Costa Rica, quizá uno de los países hispanoamericanos donde la teosofía y Krishnamurti alcanzaron una de las más altas cuotas de poder social y político, por su incrustación en un segmento heterodoxo de la élite gobernante que tuvo su momento más alto durante el gobierno de Federico Tinoco (1917-1919), obtenido por un golpe de Estado al presidente reformista Alfredo González Flores. En ambos gobiernos, el reformista y el golpista, participaron importantes figuras teosóficas, como Roberto Brenes Mesén, Rogelio Fernández Güell y Walter Field, quien fue el primer presidente de la junta directiva del polémico primer banco estatal fundado por

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